El Mantodea

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Los gritos se escuchan cada vez más cerca, son unos horrorosos alaridos, mezcla de dolor, terror y desesperación.

La oscuridad aún es absoluta bajo el resguardo de los árboles, no hay señal de la rosada aurora que comienza a extenderse en el cielo.

Me aferro a la manga de Albrecht, más de una vez me ha ofrecido su chaqueta, pero ya no lo hace porque siempre la rechazo, él sabe muy bien que me molestan las muestras de caballerosidad. Me hacen sentir una inútil, como si tuvieran que facilitarme las cosas para poder hacerlas.

Llegamos, por fin, al lugar de donde provienen todo este escándalo, se trata de una pequeña porción de bosque libre de árboles, donde el sol ya alcanza a distinguirse.

Pero apenas reparo en el escenario, porque la escena que se desarrolla en el, es horrorosa.

Hay un chico Mantodea, y una chica del mismo grupo, los de su grupo utilizan un uniforme verde follaje, muy útil para camuflarse, sus brazos están todo el tiempo plegados, sus piernas también, tienen una armadura voluminosa, sin mucho sentido ya que solo cubre la parte de abajo, mientras lo de arriba es una delgada camiseta entallada, los reconozco sobre todo, por su forma de caminar, como si no se decidieran a dar un paso, regresando apenas levantan el pie.

No es nada extraordinario que un par de chicos del mismo grupo se encuentren en el bosque... pero lo que están haciendo se quedará eternamente grabado en mi memoria.

La muchacha, está devorando al chico vivo, es más alta y musculosa que él, ella lanza gritos de furia y él de dolor, la chica le da mordidas en todos lados: brazos, cuello, torso, rostro, cabeza... también tiene una buena parte de cabello arrancada del cráneo, el pobre está casi en carne viva, totalmente ensangrentado, jadeante y con un aspecto tan miserable que a cualquiera le compadecería.

Tanto Albrecht como yo corremos hacia la agresora, intentando calmarla, no es posible, los Mantodea son famosos por ser serenos, sabios, y esta niña grita como una demente y reparte mordidas y rasguños, en un arranque de furia, muerde muy fuerte a Albrecht en un brazo, es entonces cuando me harto de la diplomacia.

Tomando una piedra del tamaño de mi cabeza, tan pesada que necesito esfuerzo para cargarla, la tomo con mucha fuerza y la descargo contra la cabeza de la Mantodea, con más fuerza de la esperada, porque cae al suelo. Se me queda mirando, sorprendida, tal vez reconociendo que soy una Lepidoptera, pero aún noto un brillo de demencia en sus ojos, sin fiarme ni un segundo, le doy un segundo golpe, su cara se pone terriblemente pálida, sus ojos se desenfocan  y un hilo de sangre escurre por la herida que le he hecho en la cabeza, tomo una de sus muñecas y compruebo que está muerta.

Muerta.

¿A cuántos Insecta he matado? ¿Cuentan a los que intenté enseñar a volar y fallaron? ¿Los hermanos que no fui capaz de defender? ¿Al que no pude salvar del Scorpion? ¿La chica que fue devorada por un Anidoptera? ¿El Chordata?

Un sollozo interrumpe mis pensamientos de asesina, el Mantodea se acerca a la chica inerte arrastrándose entre patéticos lloriqueos.

Toma la cara de la muchacha entre las manos y rompe a llorar a pulmón abierto.

-¡¡No tenías que matarla!! ¡¡Todo iba sucediendo como debía!!

-Amigo, ella te ha salvado la vida- intenta explicarle Albrecht.

-¡No tenía porqué hacerlo!- se gira hacia mi con un gesto amenazador, tomando una piedrita del tamaño de mi puño, la cual alza como si pudiera matarme con ella- ¡Pero ahora te mataré a ti  por aniquilar a la persona a la que amaba!

Albrecht da un paso adelante, pero le hago un gesto para que se aleje. Puedo encargarme sola.

El Mantodea se arrastra hacia donde yo estoy y alza ambas manos con piedras. Yo le tomo las muñecas ensangrentadas, con firmeza, pero sin fuerza, tan solo eso es suficiente para tirarlo al piso.

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