Los Canis Lupus

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Me despierta una extraña sensación en el brazo derecho, justo donde me hirieron. Me incorporo como puedo, a tiempo para ver unos enormes ojos amarillos de una mujer, que, hambrienta, me olfatea sin parar.

Lanza un aullido, e intenta morderme, pero soy más rápida, con el brazo izquierdo, he sacado uno de los cuchillos de la bolsa, y le he hecho un rasguño en el rostro, furiosa, se abalanza sobre mí. Siento su cuerpo peludo y sus afilados dientes en mi brazo, esta vez le clavo el cuchillo en el hombro, malherida, retrocede unos centímetros, y lanza otro aullido, una aullido que no llega a terminar, ya que, antes de que me ataque de nuevo, ya he puesto final a su vida.

De pronto, otros aullidos responden, ni siquiera tengo tiempo de intentar correr, porque la manada observa la escena a escasos metros. Un muchacho, aparentemente, el líder, avanza hacia mí. Su cuerpo tan enorme y musculoso me aterra, podría devorarme en tan solo un bocado.

Se acerca y me mira desde arriba. Debe medir unos dos metros, piel morena, cejas espesas, cabello lacio y abundante, y los característicos ojos amarillo brillante.

Mira críticamente el cadáver de la mujer a mi lado, ve mis heridas también, su mirada lanza chispas de tanta furia... hasta que nota mi ropa.

-¿Qué eres?- gruñe.

-¿Qué te importa?- replico, con el mismo nivel de amabilidad.

Por toda contestación, me toma del cuello con una sola mano, me levanta y me examina de pies a cabeza. Una vez terminado su análisis, me deja caer.

-Lepidoptera- dice, su expresión es de tal burla, que quisiera ahorcarlo de la misma manera que hizo él conmigo- Tú no hiciste esto ¿o si?- cuestiona, incrédulo, señalando el cadáver de su compañera.

-Si- respondo con insolencia.

-¿Por qué? Está contra tus reglas...

-¡Me importan un comino las reglas! ¡Intentó comerme!

Se queda sin respuesta. La manada me observa sin mucho agrado que digamos, pero comienzan a conversar en voz baja a mis espaldas.

Quisiera aprovechar para escaparme, pero un par de criaturas me vigilan con ahínco mientras los demás están distraídos. Cuando al parecer han tomado una decisión, otro tipo; igual de alto pero ligeramente menos fuerte, me toma por la cintura sin miramientos y me carga a la espalda como si fuera una mochila.

-¿Qué demonios...? ¡Suéltame!- le grito mientras pataleo, noto, aterrada, que no soy capaz de mover el brazo en el que me dispararon.- ¡Tengo un cuchillo! ¡Y si no me dejas ir...

-Richard, deberías llevarla tú. Comienza a cansarme- le dice al líder.

-¡Vamos! ¡Debe pesar unos cuarenta kilos, no seas gatito!- el solo apelativo de "gatito", parece encender su ira.

-Pero es irritante, no deja de patalear.- se queja.

-¡Zeeb! ¡Calla de una vez! Hasta yo podría llevar a esa cosa, y con un solo brazo-argumenta una chica de rostro oscuro y cadavérico. Y no dudo su afirmación, es tan musculosa que su cuerpo parece más el de un hombre.

-¡No fanfarronees, Loyola!- le espeta un chico-Yo digo que la matemos, es demasiado esquelética para comerla, pero podríamos dejarla en el territorio de las Serpente, nos estorbará en la manada- a diferencia de la mayoría, tiene una piel pálida como la muerte, y el cabello rizado y oscuro se desmorona sobre su cabeza. Sus ojos amarillos me miran con un odio que habría reconocido en cualquier lugar: la chica a la que maté era su novia. Me recuerda a Hugo, pero no creo que él me perdone tan fácilmente.

-No es mala idea, Ralph- responde Richard- pero quisiera saber un poco más de ella antes de tomar una decisión, claramente es un caso extraño.

-Podríamos empezar con dejarme ir yo sola- propongo, interrumpiendo la discusión.

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