Insecta

La venganza

Me mira, ya no sonríe, sus ojos están hinchados y rojos de tanto llorar y sus manos tiemblan, más pálido y amarillento que nunca, su rostro revela un odio intenso y aterrador.

Erik Magnusson me mira desde la puerta de mi caja de cristal, en unas condiciones en las que me hubiese encantado verlo en cualquier otro momento, pero ahora sé que está furioso. Y eso no es bueno.

Antes de que pueda hacer o decir nada, ya me ha tomado del brazo, con más fuerza de la necesaria, sé a donde me lleva, quisiera poder resistirme, pero entonces sólo me castigaría aún con más crueldad, siento una sensación desagradable en el estómago, mis manos se ponen heladas y comienzan a temblar. Soy una maldita cobarde.

En cuanto entramos a su laboratorio, hace algo inusual, me pide que me recueste en la camilla que está al medio.

-¿Ya no me hablas?- pregunta mientras se pone unos guantes de goma. Quisiera poder contestarle con algo hiriente, pero recuerdo el consejo de Raul, así que decido guardar silencio.

-Raul me dijo que me daría una paliza si me atrevía a matarte- dice tomando unos instrumentos que no alcanzo a distinguir- así que no lo haré, por desgracia, la anestesia te evita el dolor, pero también podría provocarte la muerte, así que tendré que prescindir de ella en el procedimiento.- comenta con su sonrisa, la cuál no eché nada de menos. Además, no entendí ni una palabra, ¿procedimiento?

-Te preguntarás a que procedimiento me refiero- dice, seguramente leyendo mi expresión, la cuál no me preocupé en ocultar- necesito observar y tomar muestras de tu masa muscular y ósea.

¿Qué? ¿Muscular? ¿Ósea?

-Eso significa que necesito abrirte para tomar muestras y estudios de tus músculos y huesos... por desgracia, gracias a la amenaza de Raul, no puedo utilizar anestesia.- concluye, sonriendo abiertamente, ahora puedo comprender su venganza perfectamente- seguramente no gritarás, ni harás ningún sonido, ya que al parecer, todo lo que me dijiste antes, era un simple producto de mi imaginación. Los insectos no hacen ruido.

En sus manos sujeta un cuchillo pequeño y afilado, unas pinzas, al lado, en una mesita, hay otros instrumentos como tijeras, alcohol, agua destilada, gasas, hilo y aguja, otros tipos de pinzas...

Un escalofrío me recorre, mi primer impulso es salir corriendo, pero Erik me ha atado a la camilla, con tiras de plástico en el cuello, brazos, piernas y torso. Estoy atrapada.

Algo frío recorre mi brazo izquierdo, frío y mojado, después, siento una punzada de dolor, me atraviesa el brazo y me recuerda mucho a los piquetes que me hizo Albrecht, pero esto es mucho peor, más frío y duro, con mucho más miedo y odio de por medio.

Siento el instrumento deslizarse hacia abajo, cortando del todo mi piel, la sangre se escurre por mi brazo hasta la camilla, el dolor aumenta, hunde el cuchillo cada vez más fuerte, cada vez más profundo, tengo el impulso de gritar, pareciera que le han prendido fuego a mi brazo, una lágrima recorre mi rostro hasta la barbilla, aprieto las sábanas de la camilla con las manos, aprieto también los dientes, Erik retira el cuchillo sin el mayor cuidado y toma las tijeras, corta un pedazo, aunque no estoy segura de qué, sólo sé que duele horroroso, toma las pinzas y comienza a despejar un área del brazo abierto, yo sigo llorando como una tonta, toma un pequeño martillo. Lo siguiente si que es demasiado, golpea lo que debe ser mi hueso, una y otra vez, causando un dolor indescriptible, me muerdo el labio inferior hasta hacerme daño, golpea una vez más, y no lo soporto, los ojos se me cierran y me desmayo.

Cuando despierto, siento todo el cuerpo ardiendo de dolor, me siento en la camilla y noto que en ambos brazos y ambas piernas, tengo puntadas. Ese maldito me ha tomado muestras de todos lados. Yo sé que no necesita tanto, o pudo extraerlo de un solo lugar, pero quería causarme dolor, quería vengarse.