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—¿Qué estás haciendo?—dijo el rubio entrando al local en el que se encontraba trabajando la mayor de las Buckley, quién estaba de espaldas, acomodando los muebles de nuevo, y giró a verlo con una sonrisa

—Hola,—murmuró, sin dejar de sonreír—Yo estoy bien, gracias por preguntar, ¿tú?.—rió levemente y él también—Estoy trabajando, Billy.—dijo mientras se acercaba a él a pasos lentos. 

Billy sonrió, de su garganta salió una pequeñísima risa que no pudo controlar y los ojos le brillaron cuando la vio lo suficientemente cerca, con las manos alzadas para pasarlas por detrás de su cuello. Era esta hermosa sonrisa que, aunque seguía siendo coqueta, tenía algo especial, algo nuevo, algo que solo pasaba cuando le sonreía a Rachel. Era involuntaria, y aunque quisiera evitarla y no sonreír, no podía evitar que esa sonrisa apareciera en su rostro tan pronto como veía a la chica con el cabello color miel que lo estaba volviendo loco desde el primer día en el que la vio. 

Volteó a ver la pared a un costado, sin poder dejar de sonreír, sabía que nunca se había sentido así y sabía con exactitud que era lo que estaba sintiendo, y no entendía porque sentía que tenía que decirlo. Giró a verla de nuevo, con las manos detrás de su cuello aún y unos hermosos ojos azules atentos y brillosos mirándolo como si fuera todo lo que quería, pero Billy sabía y juraba que su mirada era la misma o inclusive más brillosa. Algo en ella no podía dejar de atraerlo, no podía dejar de oler su perfume en todos lados, o de pensar en ella sonriendo todo el tiempo, no podía dejar de relacionarla con cualquier cosa en su vida, en todo lo que pensaba llegaba, de alguna forma, a ella. 

Sobre la noche en el auto, sobraba decir que no había podido dejar de revivirla en la mente, y cada vez que lo hacía, con solo recordarlo, con recordarla desnuda, besándolo, con él probándola tanto como podía, no podía evitar querer hacerlo de nuevo, cada vez terminaba con una erección que no podía bajar en un largo rato. 

—¿Me vas a besar o qué?—preguntó Rachel, con algo de desesperación. Billy había estado mirándola a los ojos por unos segundos, sin agacharse para besarla. El comentario lo hizo reír.

Se agachó lo suficiente para besarla sin que ella se pusiera de puntas. Rachel sonrió a mitad del beso y Billy no pudo evitar hacerlo también, sonrieron y volvieron a besarse. Había algo nuevo entre los besos, lo habían sentido desde la última vez, pero ahora se sentía más. Fuera lo que fuera, ambos sabían que solamente lo sentían el uno con el otro. 

Rachel se alejo, mordiéndose el labio inferior con una sonrisa, y se dio media vuelta, dispuesta a seguir con lo que estaba haciendo.

—Hey,—la tomó de la mano y la jaló hacia él con fuerza, haciéndola topar con su cuerpo, sin soltarle la mano—¿A dónde vas?

La volvió a besar después de eso, con lentitud, tratando de recordar para siempre la sensación que recorría todo su cuerpo al besarla, de nunca olvidar como se sentían sus labios contra los suyos, haría cualquier cosa para no olvidarlo nunca. 

Rachel volvió a sonreír a mitad del beso, pero inmediato dejó de hacerlo al sentir como Billy aumentaba la intensidad de éstos y empezó a seguirle el ritmo, con las grandes y masculinas manos de Hargrove en su cintura y cadera, y las suyas en el cabello y rostro del rubio. 

Una de las manos de Billy subieron a uno de sus pechos y lo apretaron con delicadeza y firmeza, haciendo que Rachel se alejara levemente, preocupada por la puerta del local, pero para el rubio no fue impedimento, comenzó a masajearle los pechos y los besos los dirigió a su cuello. 

—Billy...—jadeó, sin querer que se detuvieran—Nos pueden ver 

—No me importa—murmuró, sin dejar de besarle el cuello, le tomó la cara con firmeza e hizo que lo mirara para poder seguir besándola en la boca. 

Rachel Buckley.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora