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Rachel Buckley no había salido de la cama en tres días, hasta que el cuarto día, Emma la había obligado a bañarse y comer un poco. Y después había vuelto a tirarse a la cama.

No hacia nada, no leía nada, -que era lo que más le gustaba hacer-, no veía películas, no hablaba de nada ni con nadie. Parecía estar en otro lugar, o tal vez en ninguno.

—Rachel—su hermana se asomó a su habitación y le quitó la colcha de la cara, para poder verla a los ojos—Despierta

—¿Ya llegó Dustin?

—No.

Rachel volvió a taparse. No le importaba entonces. Había estado viendo a tres personas solamente; Emma, Robin y Dustin, que la había ido a visitar dos días para explicarle lo del tío de Eddie y llorar juntos de nuevo, algo que necesitaban hacer cada que se veían.

No lo culpaba, Dustin no parecía estar bien pero tampoco tan mal. Aún salía a conversar con sus amigos, hablaba con Suzie e iba a visitar a Max. Rachel podía sentirse como basura, no había visto a Billy en esos días y aunque la mataba saber que él la llamaba, ni siquiera tenía fuerzas para descolgar el teléfono y decir hola. No es que no lo quisiera ver, es que no podía. También se sentía horrible por no saber como seguía Max, sabía que seguramente no estaba bien, pero tampoco podía salir de su casa, ni siquiera podía salir de la habitación. Sentía que no tenia emociones, era una especie de vacío pero completo, cómo si no hubiera absolutamente nada en ella. Nada. 

Robin estaba en la cocina, haciéndole de comer a Rachel, sólo quería que comiera algo. Estaba preocupada por ella pero no sabía como ayudarla.

Unos golpes en la puerta se hicieron presentes, Robin suspiró, sin ganas de ir a abrirla, pero recordó qué Steve dijo que iría a su casa y también trataría de animar a Rachel, quién no había querido decir el qué la tenía así, aunque ellos lo sabían pero no querían externarlo.

El hecho de que a ellos no les afectará la muerte de Eddie, no significaba qué Rachel y Dustin iban a reaccionar de la misma manera, porque para ellos él si fue importante. Robin caminó hasta la puerta y la abrió de inmediato, con el semblante serio, casi triste, pero ese era su estado de ánimo desde hace dos días.

—Hola—saludó el rubio primero, con una casi inexistente sonrisa forzada, estaba preocupado y desesperado por no haber sabido nada de la de cabello color miel.—Sólo quería saber sí Rachel esta bien. No sé sí ella quiere verme o hablarme, pero necesito saber cómo está.

—Billy,—Robin le sonrió con ternura—Rach está... no es que no quiera verte, en realidad, no quiere hacer nada. Ni siquiera está comiendo.

—¿Está enferma?

Robin negó y el ceño fruncido de Billy se relajó.—Creo que tú y yo sabemos porqué está así.

Billy asintió y agachó la cabeza, mirando sus zapatos. Una pequeña parte de él quería reclamarle el porqué la muerte de Munson la ponía así, sí no lo quería, pero una parte más grande le decía que la entendiera, que él fue su amigo y que ella lo vio morir.

—Pasa—Robin se quito de la puerta y se dirigió a la cocina—Rachel está en la habitación, y hazme un favor—le extendió el plato de pasta, la favorita de su hermana mayor—haz qué coma aunque sea un poco

Billy miró el plato y asintió, se acercó con pasos lentos y largos hasta ella y lo tomó en las manos

—¿Quieres?—le ofreció la menor, y aunque Billy acababa de comer hace no más de una hora, sabía que le iba a estar quitando comida a Rachel de su plato y en ese momento no podía hacerlo.

—Uhm—le dio pena decir que sí, pero la forma en la qué se le antojaba la pasta era muy notoria

—Ahorita te la llevo a la habitación—le sonrió agradecida—Pero por favor, haz qué coma

El rubio asintió, preocupado por aquellas palabras, y por su mente solamente pasaban las preguntas de: ¿desde cuándo no había comido?, y ¿qué tan mal estaba?

Quería verla, quería besarla y estar con ella, pero no quería verla llorar, no quería verla triste o enferma.

Y era gracioso, porque siempre creyó qué era muy fuerte, pero simplemente sentía que no podía verla así, lo hacía sentir débil. Y recordó haberse sentido así el día que cruzó al upside down y la vio tirada en el piso, y también cuando vio a Max levitando, y no pudo dejar de sentirse débil hasta que vio a la pelirroja sonriendole.
   
Abrió la puerta con lentitud, casi sin querer entrar. Cerró los ojos un segundo, tratando de hacerse el fuerte para Rachel, seguramente ella necesitaba un apoyo, no alguien que no pudiera decir ni una palabra para animarla. Tenía que ser el Billy más gracioso y comprensivo qué haya sido en toda su vida

Asomó la cabeza por la puerta y pudo ver como estaba echa bolita, bajo las colchas, completamente tapada.

Entró a la habitación por completo y cerró la puerta detrás de él. Rachel escuchó el ruido de aquello, pero no le importó. Creyó qué sería Robin de nuevo

—Hola—lo escuchó decir, con aquella voz grave qué tanto le gustaba de él, y sonando tan calmado qué la hacia querer llorar. Aquella palabra la había hecho sentir felicidad, tristeza y culpa, en un mismo momento. Pero la había hecho sentir algo, después de días de no haber sido capaz de sentir nada

Se quitó la colcha de encima de un movimiento rápido y giró a mirarlo, de pie a un costado de la cama, con el plato en las manos y la vista fija en ella. Pudo ver cierto rastro de una pequeña sonrisa en cuánto pudo verla a la cara, y Rachel no pudo evitar acercarse a él mientras caminaba de rodillas por la cama y luego abalanzarse a él, abrazándolo por el cuello.

Billy estiró la mano con el plato, evitando qué se tirará, pero no pudo evitar la sonrisa en su rostro al sentirla cerca, al sentir su calor y sus brazos rodeandolo. Olía el shampoo en su cabello y luego... escuchó sus sollozos

—Perdóname, Billy—sollozó con fuerza—Perdóname. Debí llamarte, debí contestar tus llamadas. Lo entiendo sí ya no me quieres, pero yo...—

—Rachel, está bien—la interrumpió. Ya no había rastro de molestia en él. El verlo la había hecho recordar todo lo que podía sentir y todo lo que sentía por él. Billy le acarició el cabello con dulzura y tranquilidad, tratando de calmarla—Estamos bien

—Entonces, ¿me perdonas?

Rachel levantó la vista levemente, sólo para ver aquellos ojos azules qué siempre la hacían sentir bien. Billy sonrió tierno y miró a la pared y luego a ella, con esa sonrisa preciosa en su rostro.

—Te perdono.

Rachel Buckley.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora