Capítulo Quince

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Tan solo unos días antes, en las afueras del bosque.

El rey Zar, de Charmintong, junto a su tropa de elite, conformada por veinte caballeros de reluciente armadura, aguardan justo en la salida del bosque. En formación de batalla, dieciséis hombres de pie, con aguda lanza y escudo en mano, a sus espaldas, el rey, con los llamados cuatro jinetes del apocalipsis.

Se tratan de cuatro caballeros, de fuerza y habilidad descomunal, la pesadilla de todo ejercito en batalla. Fueron sus enemigos quienes les pusieron ese nombre, convirtiéndolos en sinónimo de caos, y en una leyenda folclórica.

Entre los árboles distinguen la figura del ogro, quien se acerca sin temor alguno ante sus visitantes. Se detiene frente a ellos, mirando fijamente al rey, desatando la furia en la cara de sus hombres.

—Ogro. —Dice el zar, rompiendo el silencio.
—¿Qué quieres?
—Dirígete con respeto al rey. —brama el jinete a su derecha.— No me obligues a bajar y enseñarte modales.
—Alagan, no interfieras. —Responde el rey.
—Tu papi te calló la boca. —menciona el ogro burlesco— Deja a los adultos hablar.
—Necesito que hagas un trabajo para mi. Tráeme a la princesa Eva, de Belford, sana y salva, y te prometo que no volverás a vernos por aquí.
—No entiendo por qué haría algo como eso, pídeselo a uno de tus perros, yo no trabajo para nadie.
—Me temo que eres el indicado para este trabajo. Si no aceptas me veré obligado a reducir este bosque a cenizas, junto con todo lo que se mueva.

Las palabras causan eco en Erick, quien dilata sus pupilas, pero rápidamente sonríe, con una expresión confiada, queriendo tomar el control.

—¿Realmente entrarías en guerra con las criaturas del bosque siendo que tienes una guerra más grande que sostener? Sin mencionar el rumor que el Rey Loco quiere invadir su imperio. Ja, hasta me haces reír.
—Me temo que no me queda opción. —Los ojos negros del anciano rey se vuelven luminosos, destilando energía eléctrica.— Es la princesa, o veraz perecer a todo el bosque. Tienes hasta mañana para entregarme tu respuesta.

En la actualidad:

—Todo ocurrió de esa forma, lo siento, princesa.
—Lo hiciste para defender a los seres que amas, yo también sería capaz de todo por mis seres queridos.
—Lo imagino. Pero aun así lo lamento, no me siento orgulloso de secuestrarte y entregarte a tus oponentes.
—No tienes que hacerlo. Podríamos volver a Belford, le pediré a mi padre que te ayude a defender tu bosque.
—¿Por qué querría ayudar al ogro que secuestró a su hija?
—Dudo con toda mi razón que quiera hacerlo. Pero lo convenceré. Me salvaste la vida, y eso es algo que las princesas no dejamos pasar.
—¿Cómo sé que no es una trampa elaborada con tu astucia?
—¿Acaso la palabra de una princesa no es suficiente para ganar tu confianza?

Él solo calla, viendo sus labios carnosos bailar con cada palabra. Ella se pone de pie, con cierta timidez, y toma los tirantes de su vestido.

—Quizá la virginidad de una princesa logre convencerte.

Su vestimenta cae al suelo, dejando su cuerpo completamente desnudo, ante la tenue luz de luna que invade el cuarto.

—Te daré lo que jamás le di a ningún otro hombre.

El Destello y La SombraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora