Capítulo Cuarenta y Nueve

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No todas las batallas se libran bajo el sol y la luna, hay otras contiendas que ocurren en lo profundo del ser.

Con sus conciencias cautivas en el interior de la mente de Zar, Eva y Eclipse libran una de estas batallas, de las que quizá nadie sepa jamás. El panorama es el mismo que antes, ellas dos y un mar infinito de blanco.

—Mi mantra no consigue llegar a la oscuridad esta vez —dice Eclipse.
—Tampoco mi mana es útil —responde Eva—. Él no es un ignorante. Debió forjar algún tipo de artimaña que inhibe nuestros poderes.
—¿Es eso posible?
—En estos últimos meses todo lo que consideré imposible se volvió posible.

De repente los ojos de Eva captan una llamativa turbación en el ambiente, tan visible como un rayo de luz en el medio de la noche. Pero pequeño, como una gota de lluvia, con un color alarmante, el mismo que lleva el líquido que recorre las venas humanas.

—¿Qué es eso? —musita acercándose lentamente—. Parece...

Entonces, ambas se quedan observando fijamente aquella mancha rojiza en el lienzo blanco que las rodea. Sus vistas sólo se apartan de ella cuando llega otra, justo al lado, como si estuviera goteando. Sus miradas se alzan al mismo tiempo hacia donde vienen, retrocediendo al ver una simbología extraña. Identifican lo que parece una cruz invertida, rodeada de tres puntas entrantes y tres salientes, como si fueran estacas.

—Un sello demoniaco —musita Eva—. Estudié sobre símbolos en el castillo, este es importante, puede inhibir el poder de la magia y la brujería.
—Aunque parece estar extinguiéndose —responde Eclipse, manchando su dedo índice con el líquido —. Es sangre. Como si su maldición no encontrara consistencia y se deshiciera, en gotas de sangre.

Eva se acerca un poco más y lo contempla, escuchando como cada gota cae al suelo, en el inmenso vacío de silencio.

—Esto se debe a que las maldiciones y la magia no se combinan —prosigue Eclipse—. Por eso uno está cediendo al otro. —concluye.

Antes de dar una respuesta, Eva toma una de las gotas en pleno vuelo hacia el suelo, manchando sus dedos con ella, pintándose las huellas dactilares. Permanece un momento, mirando absorta, como la punta de sus dedos se pintan de rojo.

—La magia viene de la luna —responde—. Se cree que es un regalo de la Diosa Luna hacia la tierra, para que algunos pocos elegidos cuiden de ella, llamados hechiceros. Como los demonios fueron desterrados, no pueden combinar su poder con el nuestro. O al menos esa es mi conclusión más próxima, al ver a ese sello sangrar, como si fuera una herida.
—Creo que tus palabras pueden tener la luz de verdad mi apreciada Eva —dice Eclipse—. Sin embargo, también creen que el mana proviene de los rayos lunares que caen a la tierra, simplemente por estar cerca de ella. Dejando así al poder mágico como un evento casual, y no como la obra de una Diosa misericordiosa.

—También escuché eso —musita Eva, aun esparciendo esa gota de sangre sobre la punta de sus dedos, como si buscara algo.
—¿Tu qué crees Eva?
—Con los últimos eventos que pasaron en mi vida, donde descubrí que todo lo que consideraba verdad era una mentira, y lo que creí falso, terminó siendo autentico, no me fío de nada. Quizá la Luna sea una Diosa piadosa, o un ojo gris que nos mira indiferente desde su cúspide. Podemos filosofar en nuestro libre albedrío sobre la verdad, aunque en vida nunca lleguemos a una respuesta absoluta, pero no necesitamos tal devolución, ya que ese es el sentido de filosofar, abrir una cuestión que parece infinita.
Lo único que sé es que tengo un poder, con él una responsabilidad, la de usarlo para proteger a las personas que amo. Como a los pobladores de Belford y a Erick, —al nombrarlo, su mirada se pierde en la nada, recordándolo—. Espero de todo corazón que esté bien.

El Destello y La SombraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora