Capítulo Treinta y Cinco

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Erick es llevado, por pedido de la realeza, a otra celda, sin ningún tipo de motivo aparente.

—No te sientas mal ogrito —le dice el guardia intentando provocarlo—. Tu princesa estará bien atendida, yo mismo me encargaré de eso, junto con los demás guardias.

La sangre de Erick hierve en cólera, tiene ganas de arrancarle la cabeza con sus propias manos. Pero debe mantenerse callado, casi inexpresivo, no quiere que nada malo le pase a Eva por sus actos.

Mientras suben las escaleras, piensa en las vías posibles de escape, aunque podría con el guardia que lo custodia, el castillo está fuertemente resguardado en cada rincón, sin mencionar que él está encadenado, en esas condiciones sería demasiado pedir para cualquiera, ya sea hombre u ogro.

Llegan a una celda, que al menos tiene una ventana, y parece un palacio a comparación del lugar en el que estaba.

—Siéntate en el suelo y te colocaré los grilletes —dice el guardia—. Un movimiento en falso y tu princesa muere.

Aparentando una cruda indiferencia, tira su cuerpo al suelo y se deja encadenar como un animal, pensando en la frialdad que tendrán de ahora en más sus captores. Está seguro de que lo apartaron por un motivo siniestro, pero estando preso del rey Zar, y de la condenada situación, no le queda más que dejarlo a manos del tiempo, él lo dirá.

El guardia se retira, y no pasan ni si quiera cinco minutos, que la puerta de su celda se abre de nuevo. La escasa luz no llega a iluminar al extraño visitante, haciendo que él vea solo una sombra; aunque distingue con esfuerzo las puntas de una corona, concluye que es el rey quien lo visita, y su mente maquinea las diversas torturas que podría aplicarle para destruir su espíritu.

De pronto sus ojos se abren de manera extraordinaria, casi saltan de su cara ante la figura que la tenue luz invasora le muestra, no se trata de un rey, esta noche la realeza se viste de mujer, con su corona y sus caras vestiduras, la reina de Charmintong se posa frente a él.

—¿Estás cómodo? —le dice ella, de manera coqueta.

—¿Qué demonios quieres? —responde él.

—No es lo que quiera —dice como un suspiro, acercándose a él—. Sino lo que deseo.

Lentamente, posa una de sus manos en su marcado pecho desnudo, acariciando ese línea entre los pectorales. A través de su tacto, el comprende de inmediato una cosa, un detalle tan sutil como importante, y que al parecer ningún hombre del reino, ni siquiera el rey, pudo notar.

—No eres humana —declara—. Eres una arpía.

Ella suelta una pequeña risa infantil al escucharlo, sin cesar sus lentas caricias hacia él.

—Qué buen olfato tienes —le dice acercándose a sus labios, los que él rechaza corriéndole la mirada.

—Y no eres una arpía cualquiera —menciona entre dientes—. Sino que eres...

—Una reina arpía —confiesa ella, terminando su oración, lamiendo su mejilla, a lo que él solo responde con rechazo-. Soy Vicky, la reina de las arpías.

—¿Qué es lo que planeas, qué haces aquí? —brama.

Ella se posiciona de cuclillas sobre él, y con sus uñas recorre suavemente su piel.

—No pienso decirte cuales son mis planes sobre este reino —susurra sobre su cuello, intentando provocarlo.

—Tu magia no funciona conmigo. —dice, siendo que su piel erizada reflejaba lo contrario.

Ella ríe y pasea sus labios por su cuello, sintiendo como una erección invade los pantalones de Erick.

—Las arpías tenemos la capacidad de manipular sexual y emocionalmente a otras especies, en especial a los hombres, pero no es por arte de magia, sino por una capacidad natural que nos fue dada, por eso no puedes controlar tu libido ante mi aroma, y eso causa esta enorme erección —al decir eso, toma el miembro de Erick con las dos manos sobre su ropa, y lo aprieta, mordiéndose el labio inferior al sentir lo duro que está.

El tacto la llena de deseo, por lo que ataca su cuello a besos, y él solo voltea la cabeza, negando a todas las sensaciones que pasaban por su piel, intentando pensar en otra cosa, pero no puede resistirse, le es imposible.

—Te vi peleando en el patio del castillo —susurra ella—. Tan fuerte, tan tenas, con todo ese poder y dominio en el campo de batalla, no imagino lo que puedas hacer en la cama.

Sus besos ahora decoran su pecho, y sus suaves manos acompañan a sus labios, acariciando cada centímetro de su piel, haciéndola arder a su paso. Llega a su abdomen, y muerde cada uno de sus cuadraditos, queriendo dejar su mordida marcada en su torso.

Siguiendo el recorrido, llega a su entrepierna, y la mira sonriente, esa cosa realmente le parece imponente, aventura su mano dentro de su pantalón, y lo toma, comienza acariciándolo con suavidad, para sentir lo duro que está, entonces lo jala con más fuerza, intentando sacarla con desesperación.

Él sólo niega con la mirada, sintiendo su pene al desnudo, siendo acariciado y besado, no pueda impedir gozar al recibir las atenciones de la reina, aunque en su mente solo habita una princesa.

—Eva... —musita Erick desde lo profundo de su ser.

Ella ríe al oírlo, y lo mira, mientras recorre con su lengua todo el largo de su pene.

—Si quieres pensar en ella, está bien por mi —responde Vicky, para frotar su cara sobre esa verga, tan dura y venosa como le gustan—. Es tan grande como la de un toro —dice pícara, lamiendo circularmente esa punta tan brillante y gorda, para comenzar a tragársela, acompañando los movimientos con sus manos, hasta llevar ese miembro a su garganta.

Las arcadas comienzan a sonar en las oscuras paredes de esa celda, la reina se traga ese miembro con desesperación, mientras Erick ahoga todos sus gemidos, pensando en Eva, sintiendo que esa boca era la suya, intentando así escapar de la tortura de ser rebajo a un objeto de placer.

La reina se lo saca de la garganta, dejando ver los hilos de saliva entre sus labios y su miembro, para luego juntar baba en su boca, y escupirla de manera sutil, dejando que caiga esa espuma blanca de sus labios como una lenta gota.

De pronto se pone de pie, Erick abre los ojos, esperando verla irse, pero se encuentra con una imagen diferente. Ella deja caer su vestido al suelo, como si no fuera nada, y se monta sobre él, acomodando su pene en su entrada vaginal, para empezar a meterlo de a poco.

En principio, se lo mete hasta la mitad, con un leve vaivén, para luego metérselo entero de un sentón, llevándose un jadeo de su parte.

—Eva —gime al sentir esa cálida vagina sobre él.

—Si, piensa en ella —responde sosteniéndose de sus pectorales, subiendo y bajando sobre él con velocidad, sintiendo ese duro pedazo de carne entrar y salir de su interior.

Erick se deja llevar, imaginando a su princesa, recordando la noche que estuvo con ella, solo cierra sus ojos y la recuerda, mientras se coge a la reina, moviendo su cintura, embistiéndola desde el suelo, dándole ese placer que ella buscaba, haciendo estallar sus gemidos de manera descontrolada.

Nada los detiene, siguen con más y más fuerza, como si fueran dos amantes entregándose a la pasión, o dos animales en celo buscando saciar su deseo, envueltos en fuego, sus uñas se clavan en su pecho, y logran venirse al mismo tiempo, tirando su orgasmo en el órgano del otro, mezclando sus fluidos con lujuria.

—Fue suficiente por hoy —dice ella entre suspiros, para volver a ponerse la ropa y retirarse sin decir más.

Erick deja caer su cabeza, sin poder creer lo que ocurrió, pero agradecido de que haya terminado. De pronto un fuerte temblor sacude a todo el castillo, no se trata de un terremoto, pero todos sus sentidos le advierten que es algo mucho peor.

El Destello y La SombraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora