Capítulo Cuarenta y Cinco

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Las escaleras del castillo son azotadas por las pisadas de Clario, aquel que con su reluciente armadura, irrumpe en la habitación real, y viendo a su rey en peligro, no duda en desenvainar su espada con vigor, poniendo a sus enemigos entre ceja y ceja.

—¡Aléjate del rey! —brama furioso, moviéndose con la velocidad de una fiera.
—Alagan encárgate de él —responde Zar indiferente.

El soldado demoniaco se lanza contra Clario. A pesar de estar separados por varios metros de distancia, este corta el tramo con sólo un salto, portando una expresión de completa locura. Clario logra esquivarlo, pero el impacto que produce al caer el suelo toma tanta magnitud que termina haciéndolo añicos, provocando así que caigan a un nivel inferior, desapareciendo de la vista.

—Parece que te quedaste sin soldado que te defienda —le dice Zar al rey Amato, avanzando lentamente hacia él, provocando que retroceda presa del pánico—. No sabes cuántas veces soñé con este momento, al fin puedo tenerte frente a frente.

Amato no se atreve a pronunciar ni una palabra, cada instante le pronostica un final atroz, sólo lo salvaría un milagro.

—Puedo ver que quisiste a Eva —le dice Zar—. Pero morirás sin poder disculparte con ella.
—No me mates —clama—. ¡Por favor!
—Ruegas ahora, así como rogarás el resto de la eternidad cuando tu alma se queme incesantemente en el fuego del infierno.

Al decir esto, su brazo se extiende, abriendo su palma justo frente a la nariz de Amato.

—Te haré ver todo lo que me hiciste sufrir, una y otra vez, hasta que tu corazón diga basta, es la maldición noche por noche.

Con sólo un pensamiento proyecta en Amato todos sus recuerdos, desde el primer día en el que la tragedia azotó su vida. Los siente en carne propia, poniéndose bajo su piel, experimentando el amor que sintió por Evelyn, la frustración cuando se la arrebataron de sus propias manos, la agonía de saber que estaba embarazada y que él no podría criar a su hija, el indescriptible dolor del abismo cuando en sueños supo de su muerte, los fracasados intentos de asimilación como los años de guerra, que consumieron a su cuerpo y a su alma. Todo plasmado en su ser, una y otra vez.

—Ya basta, por favor —suplica—. Perdóname.

Clama de corazón, al sentir todo lo que Zar sintió. Pero no hay en la tierra suplica que lo salve, el corazón de Zar se encuentra sumido en la oscuridad, está seco de misericordia y en cada latido abunda la oscuridad y la maldad. Ante sus palabras sólo hace caso omiso, dispuesto a torturarlo hasta la muerte.

En los ojos de Amato escapan furtivas lagrimas, mientras sus labios tiemblan intentando pedir perdón. Al cabo de unos segundos, el agua que sale de sus cavidades oculares es reemplazada por sangre, y de su garganta son liberados lastimeros gritos de dolor y sufrimiento, reflejando su agonía, hasta que su corazón se detiene y su cuerpo cae sin vida al suelo. Entonces lo incinera con desdén hasta carbonizarlo, dándole fin a su enemigo.

—El trono es todo tuyo, Arthur —le dice al Rey Loco, quien estalla a carcajadas como si estuviera viendo un espectáculo de circo. Tras esto Zar desaparece, envuelto en una llamarada.

El Rey Loco se acerca galardonado al trono, mientras escucha los gritos de dolor y de pánico, disfrutando del caos que baña a las calles con sangre y fuego, extasiado al ver derrumbarse a otro imperio. Toma el aposento real, con tres solados demoniacos a su alrededor, sin que deje de reír, envuelto en su propia locura.

En el bosque, Eclipse usa una vez más, el embrujo que usó para invadir el castillo de Erick y también el reino de Charmintong, la flecha. Con una gota de sangre de cada uno adhiere sus almas a ese objeto, el que vuela por los aires, con una velocidad que sería envidiable para muchos seres alados, entrando así en el reino de Belford, donde la flecha se incrusta en la sala real, haciendo que aparezcan los tres justo frente al Rey Loco.

El Destello y La SombraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora