Capítulo Treinta y Siete

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Eva y Eclipse se lanzan a la batalla contra esas criaturas salidas del mismo infierno, las que aterrorizan y destruyen toda la ciudad, convirtiéndola en una pesadilla.

—Es importante que nunca los mires a los ojos. —dice Eclipse—. Porque caerás en su maldición, repitiendo una y otra vez tus pesadillas más profundas.
—Entendido. ¿Cómo los atacamos? —pregunta Eva.
—Para que nuestros ataques sean más eficaces deberíamos combinar nuestro poder en este comba…

Un estruendo roba las palabras de la boca de Eclipse, y las casas de ladrillo vuelan por el aire como si estuvieran hechas de papel, abriéndose paso a través de ellas, se impone el responsable, haciendo palpitar el corazón de estas dos mujeres.
Con un aterrador rugido les enseña sus fauces, las que están plagadas por colmillos feroces, la bestia tiene cuernos de rinoceronte, cuerpo de cerdo, piernas de cabra y muchos ojos sobre su horrenda nariz, todos brillan de rojo, y no deben mirar ninguno.

Eva no tiembla mucho al verlo, ni deja que el temor la congele. Vuelve al mismo suelo una trampa, antes de que la bestia pueda moverse el piso a sus pies se vuelve lodoso, atrapándolo como arena movediza, haciendo que deba luchar con gran esfuerzo sin poder escapar.

—Bien pensado. —dice Eclipse—. Ahora ataquemos, intentemos que nuestros ataques se combinen.

Eva no espera un segundo más y dispara un rayo junto a ella, los dos ataques se entrelazan, y se vuelven uno solo, sintiendo una energía única con la fusión del mana y el mantra, que impacta contra ese demonio, haciéndolo gritar del dolor.

En respuesta, ese extraño ser vomita de manera atroz, como si fuera a dejar salir sus tripas, parece una cascada vertiendo un liquido cloacal sobre el suelo, y en ese charco mohoso se pueden ver cuerpos humanos, hasta esqueletos sin digerir, los que comienzan a moverse de manera repulsiva, abandonando la muerte para cobrar vida, con un aspecto zángano y amenazante.

—Es una maldición, escupe a las almas que comió para que peleen como sus esbirros —dice Eclipse—. Los demonios no usan magia o mantra, sus poderes son maldiciones.

Detiene sus palabras para dar paso a su habilidad, atacando a esos muertos vivientes con su poder, devolviéndolos de nuevo al silencio, Eva dispara rayo tras rayo sobre el demonio, para que este no las sorprenda con otro truco así, pero de repente, siente una fría ráfaga chocar contra su espalda, voltea de inmediato y se encuentra con otro de los nueve demonios.

Este luce como un gigantesco esqueleto de huesos negros, con dos ojos como aterradores faros luminosos, solo cuenta con un torso, y tres brazos de cada lado, con los que trepa sobre las edificaciones, como si fuera una araña.

—Ahora son dos. —declara Eva viendo a sus contrincantes. Espalda con espalda, el equipo improvisado de la hechicera y la bruja se dispone a atacar, sabiendo que nada las detendrá.

A tan solo unos metros de ellas, el rey Zar, le ve la cara al peor de los demonios que haya pisado alguna vez la tierra, el infame Trómos. Este espectro lo mira con una sonrisa confiada, intentando intimidar al rey de tan severo semblante.

—Es hora de chocar mis maldiciones contra tu mana. —dice Trómos, extendiendo sus brazos por los lados, haciendo surgir, de la tierra misma, una multitud de almas en pena, con los ojos perdidos, y repletos de lamento.
—Puertas al más allá —clama Zar, extendiendo sus brazos, y a sus espaldas aparece una luminosa puerta, que se traga a todas las almas, devolviéndolas al otro mundo.
—Muy interesante. —dice Trómos—. No esperaba que conocieras ese hechizo, ¿acaso has intentado ir al otro mundo? ¿Querías ver a alguien? ¿A la mujer que amaste? Tal vez…
—Ojalá con ese hechizo pudiera deshacerme de ti. —responde el rey.
—Sabes que no bastará con eso. —dice el espectro—. Puedo ver en tu interior lo frustrado que estás por ella, por no haber podido protegerla, intentaste ir al otro mundo, por su alma, por su sonrisa, por su voz, pero todo fue en vano, y para colmo nunca pudiste tomar venganza terrenal del reino que te la arrebato, ya ni siquiera en tus sueños eres un hombre feliz.

Aunque sus palabras sean letales, su mente no cede ante las provocaciones, y se mantiene impávido.

—Sé que el tiempo del mal en esta tierra es limitado. —dice Zar—. Los demonios fueron desterrados hace siglos, por eso no pueden permanecer aquí por mucho tiempo.
—A menos que poseamos a alguien. —responde Trómos—. Además no soy un rival con el que puedas mantenerte a la defensiva.

Tras decir esto, deja salir de su boca a un enjambre de langostas, que forman una nube muy oscura y amenazante, pero no se ven como insectos comunes sino que parecen acorazados, como si llevaran una armadura.

—Una maldición de insectos, ¿es lo mejor que tienes? —dice Zar, haciéndolos cenizas con una abismal llamarada, que ilumina la noche. 
—Hay algo mejor aun —responde, con esa sonrisa malévola que parecía grabada en su cara.

La tierra se remueve, y de ella sale una mujer, para cualquiera sería una desconocida, pero no para él. Su cabeza va a parar directo a las garras de Trómos, quien la somete desafiante, mientras ella clama en gritos de suplica.

—¡EVELYN! —brama Zar.
—Ayúdame. —musita ella.
—¿Qué es esto? —pregunta él.
—La maldición de resurrección —responde Trómos, generando eco con su voz.

De pronto, para el rey, todo se vuelve oscuro, no puede ver nada, más que la figura de Evelyn, su amada, quien también se desvanece volviéndose parte de la oscuridad. Zar está confundido, ¿por qué lo rodea la noche más oscura? Entonces recuerda que miró los ojos de ella, y eso es algo que no se debe hacer, mirar a los ojos a un demonio, como tampoco a sus maldiciones. Probablemente ya esté dentro de una maldición.

—Sabía que no te podrías resistir. —menciona la voz de Trómos, que hace eco en el vacío—. La miraste a los ojos.
—No te escondas tras tu oscuridad. —brama Zar—. Da la cara y pelea si eres valiente.

Todo a su alrededor arde en llamas entonces, pero ya no están en Charmintong, sino en Belford. La ciudad padece entre las brasas y brutales gritos de auxilio, y a sus pies, encuentra la cabeza del rey Amato, degollado de cuajo.

—Mira a tu alrededor Zar —le dice la voz—. Todo esto es lo que lograríamos juntos. Puedo entregarte a tus enemigos justo a tus pies.

Zar contempla con ojos abrumados su alrededor, es tal como lo imaginó. Levanta la cabeza sin vida del rey Amato, solo para mirar con rencor esos ojos muertos, hasta que de pronto recapacita y la arroja a un lado, sacudiendo sus pelos, no podía caer en tentación.

—Demonio maldito —responde él—. Sal de mi cabeza y lucha con honor. Sé valiente, y deja de usar trucos tan bajos.

Entonces una carcajada invade el cielo, como si fuera un trueno, y cae de manera incomoda sobre sus oídos.

—Miraste a los ojos de mi maldición. —dice la voz de Trómos—. Por eso ahora estás viendo tu más profundo anhelo, la venganza. Únete a mi, y no abra rival que se nos oponga.

Mientras el rey Zar es tentado, su reino se ve invadido tanto por demonios como por hombres. La fuerza de los cuatro soldados de Elite de Belford invadió la ciudad junto con Clario, y ahora se disponen a enfrentar el pináculo de la milicia de Charmintong.

Víctor se encarga de medir su fuerza contra el más fuerte, chocando puño con puño contra Hopper, el hombre con la fuerza de una bestia.
Máximo, de Belford, se encarga de chocar espadas contra la tormentosa locura de Alagan, descubriendo las maquinaciones del soldado más loco.
David, la horca de Belford, le planta cara a Eliot, el hombre lobo de Charmintong, quien lo supera por mucho en tamaño, pero ah derrotado a monstruos más grandes, así que no se deja intimidar.
Henry de Belford y Jasón de Charmintong se sacan chispas con sus armas, mostrando cada uno la velocidad y la fuerza de sus estilos de pelea.

“El Ogro es mío”, dijo Clario al inicio de su campaña, en búsqueda y rescate de la princesa Eva. Ahora lo tiene justo donde lo quería, a tan solo unos metros de su afilada espada, preparada para hacerlo clamar piedad.

—Ogro. —dice Clario—. Eh hecho forjar esta espada especialmente para atravesar tu piel, y cortar tu carne. —brama desenvainando su arma—. Hoy lamentarás la osadía que tuviste al acercarte a la princesa. Lo juro por mi honor de caballero, y por todo el reino de Belford.

Erick lo observa, meditativo, no quiere lastimarlo, sabe que Clario está confundido, y que no es el enemigo, para ganar esta contienda, sin lastimar a nadie, deberá usar un arma, que no es la espada, sino más tenaz y destructiva, la lengua.

—Clario, guerrero de Belford. —dice Erick—. Déjame explicarte lo que pasó con Eva…
—No te atrevas a poner su nombre en tu sucia boca. —le interrumpe—. Tampoco se te ocurra rogar por tu vida, porque ahora mismo se termina.

Es notable que la furia ciega su mente, dando paso omiso a la razón. Esto no le deja alternativa a Erick más que pelear, pero no quiere lastimarlo, es el prometido de Eva, sabe que ella lo aprecia, y jamás lo perdonaría si le hace daño.

—Te haces llamar un honorable caballero y estás a punto de atacar a un rival desarmado. —menciona Erick.
—No hables de honor, cuando atacaste a una princesa indefensa. —responde Clario—. Tu no mereces piedad, esto no será una batalla, será una ejecución.

Erick comienza a retroceder a medida que Clario avanza, choca su hombro contra una armadura de utilería, puesta ahí a modo decorativo, la misma tenía una espada y un escudo, no los mejores del mundo, pero le podrían servir para contrarrestar los furiosos ataques que recibirá.

Apenas toma la espada, Clario se lanza sobre él, sin darle oportunidad de tomar el escudo. Cae un golpe tras otro sobre Erick, quien apenas logra escudarse, hasta que logra tomar firmeza, y aunque la fuerza y velocidad de Clario son letales, Erick se las ingenia para darle un fuerte puñetazo en la cara.

No quería lastimarlo, pero no tuvo opción. Sin embargo, no le hizo mayor daño, apenas le sangró un poco la nariz, y siguió peleando, atacando con más astucia. El puño de un ogro es más que suficiente para derribar a un hombre, pero en este caso, apenas lo movió de su lugar.

Erick, desprevenido, recibe un fuerte puñetazo en la mandíbula, a modo de devolución, aunque eso enciende su ira, se mantiene en su postura, la de no atacar para no lastimar los sentimientos de Eva.

El Destello y La SombraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora