Capítulo Cuarenta y Tres

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Las llamas se alzan e iluminan más que el alba. Durante toda la noche, un sangriento desvelo mantuvo al reino de Charmintong entre clamores sin consuelo. No hubo esclavos, no quedaron prisioneros, todos cayeron bajo el metal y el fuego.

Pilas de cadáveres putrefactos se conglomeran entre los imponentes muros de la ciudad, que de nada sirvieron para proteger a los pobladores, cuya sangre ahora escurre de los ladrillos. El castillo real está hecho escombros, lo único que está en pie es el trono, el que ahora ocupa el sangriento invasor, a quienes todos conocen como El Rey Loco.

Por otro lado, el rey Zar está en el suelo, viendo como su pueblo arde. Lo condenaron a observar como los hombres de El Rey Loco ultrajaron, asesinaron y violaron a cada uno de sus ciudadanos, sin poder hacer nada para intervenir. Su propia esposa fue quien lo traicionó, clavando en su espalda un puñal justo antes de que comenzara la invasión, para luego esposarlo con roca lunar, usando las mismas cadenas que él usó para encadenar a su hija.

Recibió ese duro puñal sin entender porque su amada reina lo traicionaba de esa manera, hasta que la vio convertida en su forma real, con alas nacientes de su espalda, patas de ave, con garras más afiladas que cualquier espada en lugar de brazos y piernas, dientes picudos en una sonrisa malévola que solo busca sangre y perdición. Su corazón se partió al ver que su amada reina no era más que Victoria, la reina arpía, quien guío a su ejercito de arpías para que ayudaran al Rey Loco y a sus hombres a tomar la ciudad, consumiendo todo a cenizas y muerte.

Ella está sentada a la diestra de este rey, quien ríe ante el caos y el hedor de los cadáveres siendo incinerados parece un néctar para él. Quien abandona el trono, para extender las manos gozoso de lo que había conseguido.

-Dijiste que el reino estaba débil por el ataque de un demonio -dice él-. Pero jamás imaginé que fuera tan fácil, como quitarle un dulce a un rey senil e inútil.

Menciona estas últimas palabras mirando a Zar, quien se desangra impotente. A su lado moran los cadáveres de sus cuatro soldados de elite, los que fueron ejecutados justo frente a sus ojos. De pronto se acerca hasta él y comienza a pisar su cabeza repetidas veces mientras murmura maldiciones.

-Maldito rey viejo y bueno para nada -dice entre fuertes pisotones, mientras la arpía ríe con placer-. Haré que todo el mundo tiemble ante mi nombre.

Después de azotar con furia la cabeza de Zar vuelve hacia el trono, donde se deja caer, junto a su arpía favorita, y dos centauros que guardaban a su alrededor, como si alguien fuera a lastimarlo.

La derrota y la humillación caen sobre Zar, siente que nada sobre la fas de la tierra se compara a su miseria, pero entonces escucha un susurro, tenue, que comienza a hacer eco en su interior. Escalando como una fiera de lo más oscuro de su ser, incrementando sus pensamientos de venganza y odio.

-Zar... -musita esa voz atronadora que ya conocía, la del demonio Trómos-. Te dije que la traición golpearía tu puerta. Usa mi poder, véngate, puedo darte la cabeza de todos tus enemigos.

Guiado por el odio y el rencor Zar sucumbe al poder demoniaco que lo acecha. La magia es inútil ante la roca lunar, sin embargo, el poder del infierno que emana Trómos las vuelve polvo y hace que el caído rey vuelva a levantarse para infundir el miedo en sus adversarios.

Su piel se transforma, de blanca pasa a colorada, como si fuera un sarpullido, para convertirse en roja. En sus ojos se pierde toda cordura y se vuelven blancos, como un luminoso resplandor de terror. La herida de su espalda se cierra y parece inexpresivo, así como peligroso. Todos temen por su vida, salvo El Rey Loco, quien se encuentra fuera de cualquier pavor.

-Reconozco esos ojos -dice él-. Los vi en mis sueños, los que ese demonio intentaba volver pesadillas.

Le hace una seña a uno de los centauros para que ataque, quien se lanza tras un salvaje grito de poder. Pero Zar lo vuelve cenizas en solo un instante, demostrando su nuevo y amenazador poder destructivo.

-Nada mal -dice El Rey Loco sin titubear-. Si lo que quieres es vengar a tu reino caído te garantizo que no será fácil.

-No es lo que deseo, Arthur -responde Zar.

-¿Arthur? Ja, hace mucho que nadie me llamaba por mi nombre. Entonces dime, ¿qué deseas?

-Quiero que tu junto con tu ejercito me acompañes a tomar la ciudad de Belford.

-¿Por qué crees que voy a acompañarte?

-Porque veo la oscuridad y la codicia que habita en tu corazón, el que solo brama sueños de caos y conquista. Por eso sé que me acompañarás.

Detiene su discurso un momento para mirar a sus soldados muertos con indiferencia. Y de su mano nacen cuatro flamas, naranjas, emanando vida. Cuando llegan a los cadáveres, estos abandonan la tierra, para volver al mundo de los vivos, pero rápidamente los toma un frío aspecto demoniaco; sus pieles se vuelven rojas y las armaduras parecen formar parte de su cuerpo, perforando su carne sin muestra de dolor, dejando de ser un simple accesorio, así como ellos dejaron de ser humanos, para convertirse en seres de oscuridad, repletos de pensamientos de muerte.

—La maldición de resurrección —dice El Rey Loco, abandonando el trono para mostrar admiración—. No creí vivir para ver esto.

—Los muertos se levantarán de su tumba. Haré esto con todos los soldados caídos para sirvan a mis propósitos una vez más y vayamos a derrocar el imperio de Belford. Sólo te pido una cosa, el rey Amato y la princesa Eva son míos. Con el resto has lo que quieras, viola, ultraja y destruye al igual que lo hiciste con este reino. Hoy será el día más oscuro que hayan visto jamás.

Brama esas palabras con un fervor, para extender sus manos al cielo, emanando brazas de fuego que levantan a los soldados caídos para convertirlos en salvajes bestias del infierno. Con Trómos de nuevo en la tierra, la pesadilla para la humanidad ha comenzado.

El Destello y La SombraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora