Capítulo Treinta y Nueve

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La vuelta a Belford comenzó. Tres carretas, provistas por rey de Charmintong, son las que usan para su camino. Ahora se detienen un momento, para que los caballos puedan descansar, y ellos almorzar.

A pesar de dirigirse al mismo lugar, se dividen en tres grupos separados. Por un lado Eva, que está sola, encerrada en su meditación, ya que pidió no ser molestada, por el otro Clario y sus soldados de Elite, y finalmente Erick y Eclipse forman grupo lejos de ellos.

Los soldados ni siquiera se gastan en hacer lo que harían comúnmente, lanzar agudas miradas de desprecio al ogro y a la bruja, sino que se despojan de sus armaduras, y se sientan en círculo sobre el suelo, degustando de sus provisiones.

—Clario, comienzo a pensar que juzgamos al ogro demasiado pronto. —le dice Víctor.

—¿Por qué lo dices? —pregunta él.

—Por la princesa, ella pareció defenderlo, quizá malinterpretamos algunas de las cosas que vimos en al castillo, o las sacamos de contexto.

Clario no responde, en su inteligencia sabe que las palabras de su colega son lógicas, pero su corazón le marca otra cosa, y lo deja lleno de incertidumbre, se siente más lejos que nunca de Eva, y observa a Erick junto con Eclipse, sabiendo que tienen las respuestas que busca.

Mientras tanto, ellos dos, solo se preocupan por Eva, la ven tan solitaria, y concentrada, reflejando la guerra que ahora se lidia en su interior.

—¿Crees que deba intentar hablarle? —inquiere Erick, mirando a Eva.

—Ella fue demasiado clara. -responde Eclipse—. Quiere estar sola.

Erick toma su frente con las manos, y se deja caer en el pasto, esperando que todo esto termine en buen puerto.

Cuando el almuerzo termina, comienzan a levantar campamento, Eva toma las riendas de su carruaje, Eclipse hace lo mismo, mientras que Erick la sigue con su Phalmagor, en el caso de los soldados, se van turnando para manejar las riendas, ahora le toca a Máximo.

Clario aun observa a Erick, y aunque su mirada sea punzante, él ni siquiera se da por aludido de que esos agudos ojos penden sobre su persona, hasta que, Clario camina hacia él. En su caminar, el caballero comprende que no puede simplemente llamarlo ogro, tiene un nombre, y mira al pasto un segundo intentando recordar cual es, pero levanta la vista al llegar junto a él.

—¿Erick? —dice Clario, con cierta duda—. ¿No es así?

—Así es —responde Erick.

Eclipse los observa con detenimiento, el soldado se acercó solo, sin su tropa, sin su espada y su armadura, pero aun así sabe el daño que puede provocar solo con sus manos, así que está atenta a cualquier movimiento que pueda realizar.

—Creo que te juzgue de manera muy apresurada —dice Clario—. Por mi honor de caballero, vengo a disculparme contigo por mi accionar violento.

Erick arquea una ceja, no está acostumbrado a hablar con alguien tan formal.

—Acepto tus disculpas. —responde sin más.

—Y no deseo volver a faltarle el respeto ni a usted ni a su honor señor, tiene mi palabra de hombre y de caballero. —dice haciendo hacia él una reverencia.

—Tu nombre es Clario, ¿no es así? —inquiere Erick.

—Ese es mi nombre. —responde.

—Aunque vivo aislado, repetidas veces ah llegado hasta mis oídos tu nombre. Se narraba de ti que en el campo de batalla eras un hombre feroz, temible para cualquier enemigo, tengo que decir que me alegra haber comprobado que eres más fuerte de lo que se cuenta.

El Destello y La SombraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora