La guerra había comenzado de nuevo cobrando su primera víctima. Ahora no sólo dependía de ella el cambiar las cosas que están escritas, también él podía hacerlo.
Enfrentar todo para poder tener una vida tranquila de nuevo era lo que la familia Black...
❝Las miradas dicen a gritos lo que el corazón calla❞
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Miradas Y Consejos
La salida a Hogsmeade llegó como un alivio para todos los estudiantes. Un descanso de tantas tareas y trabajos.
Leo y Astoria caminaban uno a lado del otro, pues Jack había ido con Anthony, que lo invitó dos días atrás, por lo que ya se había adelantado con el Ravenclaw.
El pueblo ya estaba lleno de estudiantes que iban y venían de tienda en tienda. Las calles y techos de los locales estaban cubiertos por una capa de nieve y, para su suerte, había dejado de nevar, aunque el frío no desapareció y con cada pequeña ráfaga de viento, Astoria se aferraba a su abrigo o se pegaba al cuerpo de su amigo, que sólo reía.
La primera parada que hicieron, y como era de esperarse, fue a Honeykud, donde recorrieron la tienda, abriéndose paso entre todos los demás estudiantes que estaban dentro.
—Leo, en el castillo tienes casi tu baúl lleno ¿de verdad necesitas comprar más? —preguntó Astoria viendo a su amigo tomar y tomar dulces, en especial las varitas de regaliz.
—Sí, tengo el baúl lleno de dulces, pero las varitas de regaliz se acabaron, porque no soy al único que le gustan —se giró para ver a su amiga, y le dio un pequeño toque con la varita que llevaba en la mano en la nariz, a lo que la castaña río con diversión.
Compraron algunos otros dulces, en especial unos que eran nuevos y salieron de la tienda.
—¿Sabes que tienes un verdadero problema con los dulces? —preguntó Astoria revisando la bolsa donde estaban todos los dulces.
—Culpa a mi madre por eso y a mi padre por consentirnos.
—¿A ti t a tus hermanos?
—Y hasta a mi madre —Leo tomó otra varita de regaliz mientras que Astoria tomaba una paleta—, recuerdo que una vez, en su aniversario, llegó con un arreglo de dulces tan hermoso que hizo llorar a mi madre de la emoción.
—Tu padre realmente parece conocer a tu madre —dijo mientras entrelazada su brazo con el de él.
—Creo que la conoce mejor a que él mismo, y lo mismo pasa con mi madre.
Bajó la vista para encontrarse los ojos azules de la chica a su lado, que brillaban de una manera hermosa. Sus mejillas y la punta de su nariz estaban un tanto rojas por el frío al igual que sus labios y las pequeñas, casi invisible, pecas en sus pómulos y puente de nariz resaltaban más en esa ocasión.