11. Un encuentro especial en el reino de los espíritus

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Atrapado dentro de su cuerpo, sin poder controlar lo que decía ni hacía, Nicolo se sintió una marioneta manejada por un titiritero de poca experiencia. La audiencia que observaba la macabra función no era conformada solo por Zarek, Jazz y el resto de los vivos, sino por otras entidades que se entremezclaban con las sombras.

Había otros que querían hablar. Nicolo sintió sus energías caóticas agolparse contra él, ansiosas por manifestarse, decenas de manos, susurros y ojos en la oscuridad que clamaban por atención y lo aislaban del mundo físico, del que solo le llegaban ecos.

Algunas eran energías melancólicas, lentas; otras inofensivas, juguetonas. Algunas le pedían que se fuera, otras que se quedara. Entre medio de la confusión, sin embargo, se abrió paso algo distinto: una sombra densa e imponente que apartó al resto del camino y apoyó una mano invisible sobre la garganta de Nicolo. Era la misma mano de antes, pero esta vez consiguió silenciar al espíritu que había hablado a través de él.

—¿Qué quieres? —intentó preguntar Nicolo, aunque apenas podía respirar.

La respuesta vino en la forma de una visión tan clara que al principio Nicolo creyó que seguía estando en el mundo real. Sintió un peso en su cuello, y al mirar hacia abajo vio que llevaba puesto un colgante con una piedra color sangre. Se sentía tibia al tacto, como si estuviera viva. Si prestaba atención, Nicolo podía escuchar un susurro casi inaudible que venía de ella.

Cuando levantó la vista, la visión se transformó. Nicolo ya no estaba sentado a la mesa, sino que corría por un bosque bajo una lluvia intensa. Lo único que sabía era que tenía que escapar, sin importar que las gotas le lastimaran la piel y el colgante le pesara al cuello. Alguien lo perseguía. Se movía detrás, lento pero firme entre las siluetas de los árboles.

Le costó entender que estaba viendo de vuelta a través de los ojos de alguien más, de la misma chica de antes, cuyos rulos estaban ahora aplastados por la lluvia que nublaba su visión.

Desorientada y con el corazón a todo galope, la chica avanzó hacia las estatuas que rodeaban el camino que llevaba a la salida. Sus formas elegantes, iluminadas por una luz pálida, le servían como punto de referencia en la oscuridad de la noche. Solo al llegar a ellas y acuclillarse detrás de una comprendió que se trataba de monumentos funerarios, cuando un relámpago volvió visible un nombre y fecha debajo de una de ellas. Aquel lugar era un pequeño cementerio.

—No me dejes sola, ayúdame —suplicó la chica, y Nicolo tuvo la sensación de que ella sentía su presencia y le hablaba a él, por más imposible que fuese. El colgante palpitó contra su pecho.

Era un eco del pasado, había dicho Amatista, pero el olor a tierra mojada y el ardor de las rasgaduras de las ramas sobre sus brazos se sentían reales, tanto que a Nicolo se le ocurrió que quizás no encontraría el camino de vuelta, que quedaría atascado dentro de aquel recuerdo.

¿Qué tal si su mente terminaba atrapada en un limbo entre mundos? Más que nunca, Nicolo deseó poder preguntarle a su madre qué hacer, y al pensar en ella le pareció escuchar su voz susurrar:

—¿Dónde estabas antes de venir aquí?

La pregunta hizo que Nicolo se detuviera a pensar. En aquella visión tan concreta, el mundo real se sentía como un concepto lejano y extraño, tanto que empezaba a perder forma. Tuvo que esforzarse en recordar qué había estado haciendo antes. Él no era esa chica aterrada bajo la lluvia. Su cuerpo estaba en otro lugar, seguro bajo el techo de la casa, y alguien le tomaba la mano. Aquella era su ancla.

Se concentró en recordar la sensación cálida de la mano de Zarek sosteniendo la suya, más allá de la oscuridad, y la encontró por fin. A través de ella tenía un cable a tierra, el cordón que lo guiaría hacia la salida del laberinto de las almas, cual Teseo luego de enfrentarse al Minotauro. El miedo que le apretaba el pecho se disolvió cuando volvió a sentir que su cuerpo le pertenecía y vio que Zarek estaba arrodillado a su lado, mojado por la lluvia del recuerdo, como si él también se hubiera transportado hasta allí.

Juego de fantasmas (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora