32. La energía que fluye entre los dos

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Nicolo no estaba seguro de cuándo había vuelto a la normalidad el cielo, solo sabía que en cierto momento se puso boca arriba y se encontró con una noche igual a tantas otras, repleta de estrellas. El lago ya no refulgía con el resplandor de los fuegos fatuos, tampoco. Ahora era uno común, casi invisible en la oscuridad, apenas iluminado por la luz de la luna.

—Algo cambió —murmuró Nicolo, buscando a Zarek con la mirada. No sabía si había hablado en voz alta o si tenía voz siquiera.

Sentía demasiadas cosas a la vez: dolor, frío, la desesperante sensación de estar despertando de un sueño que comenzaba a desvanecerse en su mente, a pesar de que no lo quería olvidar porque lo sabía importante. Las imágenes del lago y de lo que había visto debajo empezaban a sentirse menos sólidas. El hermano de Zarek no estaba por ninguna parte. Lamentó no haberle preguntado más cuando lo tuvo enfrente. ¿Qué pasaría con él ahora? ¿Volvería a verlo? Tenía que decirle a Zarek sobre él. ¿Debería esperar o decírselo apenas pudiese?

Algo permanecía, sin embargo, un recordatorio de que todo lo vivido era real: el calor sobrenatural proveniente del colgante, que descansaba en la palma de su mano. Aunque al principio le había perturbado, era una sensación agradable. Su tibieza aliviaba el frío húmedo que lo hacía tiritar.

—¡No solo estás vivo, además conseguiste la cosa! —exclamó Jazz, que se acercó y se arrodilló a su lado.

Detrás de Jazz venía Paulo, cuya mirada fue directo al collar. Nicolo cerró la mano de inmediato y apretó el puño. Lo último que faltaba era perderlo, luego de todo lo que había pasado para conseguirlo.

—No te preocupes, vas a estar bien —dijo Zarek, con la voz tomada por una agitación que hacía preguntarse si quería convencer a Nicolo o a sí mismo. Se había quitado la chaqueta para entrar al lago, y en lugar de ponérsela de vuelta la usó para cubrir como pudo a Nicolo, mientras lo acomodaba contra su pecho.

Nicolo no dijo nada. Dejó que Zarek lo envolviera en sus brazos y se recostó contra él. La suavidad seca de la tela, que todavía tenía un dejo de aroma al palo santo de su consultorio, era deliciosa. Nicolo cerró los ojos, tentado a dejarse llevar por el cansancio. El cuerpo le pesaba, los párpados le pesaban, los pensamientos le pesaban.

—No te duermas —murmuró Zarek, sacudiéndolo un poco—. Todavía no.

Una segunda voz sonó entonces, una que hizo que Nicolo volviera a abrir los ojos de inmediato.

—Ese es el collar que dibujó Amatista en su cuaderno antes del caos —dijo Paulo, con la vista puesta en Nicolo—. Eso es lo que Carlo escondió, ¿no es? Lo que busca lady Sarah.

En la mirada de Paulo estaba claro que él sabía que era así, negarlo no hubiera tenido sentido.

El comentario disparó una alarma en Nicolo, que acercó la mano donde sostenía la piedra a su pecho. Zarek también se tensó. Su abrazo se volvió más duro, menos amable y más protector. Aún con su melena aplastada por el agua y lo empapada que tenía la ropa, seguía teniendo un aire de felino en alerta.

—No es de Carlo ni de lady Sarah —dijo Nicolo, con una firmeza que le sorprendió incluso a sí mismo—. Es del dueño original y con él tiene que volver. Tenemos que llevárselo.

La tibieza de la piedra se volvió más intensa. Ahora que la tenía cerca de su pecho, el efecto de calor comenzaba a expandirse más allá de su mano. Confundido, se maravilló con cómo el frío retrocedía poco a poco en todo su cuerpo, al igual que el cansancio, como si el invierno estuviera dejando paso a una primavera adelantada. Incluso el miedo de antes empezaba a disolverse. Todavía sin soltar el collar, Nicolo se sentó y se tomó un tiempo para entender lo que ocurría.

Juego de fantasmas (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora