18. Nicolo sospecha de sí mismo

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Nicolo tragó saliva e intentó alejarse del desconocido por instinto, solo para encontrarse con que no podía: este seguía sosteniendo su muñeca con una firmeza que comenzaba a hacerle doler. Acorralado, buscó con la mirada a Zarek y al resto entre la multitud de invitados, sin éxito. La fiesta se los había tragado, y su falta se sentía aterradora.

—No perteneces aquí —insistió el extraño.

—No sé cómo salir —balbuceó Nicolo, tan abrumado que solo atinó a escupir la verdad.

El extraño pareció haber sido tomado por sorpresa por la respuesta, que hizo que la severidad que endurecía su rostro se disolviera en una expresión de curiosidad.

—¿Vienes del otro lado? —le preguntó a Nicolo en tono confidente.

Aunque inseguro sobre qué significaba eso para aquella persona, Nicolo asintió. El agarre del extraño se aflojó un poco: no lo suficiente como para que Nicolo pudiera deshacerse de él, pero sí para que la presión dejara de ser dolorosa.

—Creo que sé lo que está pasando —murmuró el desconocido, cuyos ojos se llenaron de un brillo entusiasta—. Ven conmigo.

—¡Pero mis amigos...! —protestó Nicolo, tirando del brazo que el otro tenía agarrado.

—¡No te sueltes de mí! Quiero ayudarte.

Con amargura, Nicolo entendió que no era como que tuviese demasiadas opciones. La puerta de salida estaba abierta, pero esto ya no representaba una tranquilidad, sino una amenaza. A esas alturas era imposible saber adónde conducía. Tal vez ir en la dirección opuesta terminaría llevándolo a un lugar peor que aquel, una versión aún más oscura de la casa original.

Aunque la sombra de la duda le nublaba la vista, Nicolo decidió arriesgarse a confiar en el extraño y se dejó guiar por él a través de la sala animada, más allá del brillo de las joyas y la música, hacia un pasillo silencioso.

Nicolo lo reconoció como el que conducía al estudio donde había visto el retrato de Carlo poco después de llegar. Allí fue recibido por el calor agradable de la misma estufa a leña de la casa original, ahora encendida, y los mismos ventanales que daban hacia el exterior.

La niebla había desaparecido.

Afuera no quedaba rastro de la mañana nublada que recordaba. En su lugar se encontró con la imagen de una noche repleta de estrellas, cuya luz iluminaba los muebles con un destello sobrenatural.

Nicolo no tardó en darse cuenta de que incluso su piel resplandecía, al igual que la del extraño que lo había guiado allí, quien todavía lo sostenía por la muñeca. El contacto hizo que Nicolo se volviera tan consciente de su propio pulso que el corazón le retumbó en los oídos.

Se consoló diciéndose a sí mismo que al menos eso significaba que no estaba muerto, aunque su certeza se debilitó al fijar su atención en la persona que lo había llevado hasta allí. Era imposible que él estuviera vivo, pero su presencia era tan sólida como la suya. La sensación de sus dedos rodeándole la muñeca, una presión constante y demasiado íntima para su gusto, sí se sentía real.

—El velo es muy frágil en este lugar —dijo el extraño, cuando Nicolo volvió a intentar retirar el brazo.

—¿Quién es usted? —preguntó Nicolo.

La respuesta no debería haberlo sorprendido tanto como lo hizo:

—Francesco Vitale, disculpa mi falta de cortesía.

El nombre era el mismo que Lupe había mencionado antes al hablar del dueño original, aunque su vestimenta se veía demasiado moderna para principios del siglo XIX. A pesar de eso, Nicolo decidió tantear el terreno.

Juego de fantasmas (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora