39. Poltergeist del bueno

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La idea de que los otros murieran por su propia mano era desesperante, y más porque Nicolo podía escuchar los pensamientos del usurpador de su cuerpo, a medida que este bajaba la escalera en dirección a Jazz, Lupe y Zarek.

—Fue un gusto conocerlos —murmuró Jazz—. Al final sí voy a morir sin haber conocido el amor, mala suerte hasta el final.

El comentario hizo que la atención del fundador fuera hacia él. Jazz se le hacía una persona interesante, tanto que se preguntó si no le convendría conservarla como repuesto de Nicolo, incluso si se deshacía del resto.

—Ese es el cuerpo que te interesaba ocupar, ¿verdad, Amatista? —preguntó—. Entiendo por qué.

Ella levantó la vista y asintió con expresión grave.

—Sí, pero si usted cree que es mejor que mueran, lo entenderé.

—¡Me da igual a estas alturas! —exclamó Jazz—. ¡Pero les juro que voy a ser el peor fantasma si me matan, voy a molestarlos por toda la eternidad, ya van a ver!

El fundador sonrió, a pesar de todo.

¿Qué iba a hacer con ellos? ¿Desangrarlos a modo de sacrificio encima de la piedra que estaba sobre el altar, aprovechar su energía para alimentar su propia magia? Esa era una posibilidad tentadora para él, cuyo esqueleto original se encontraba enterrado justo debajo de ese lugar. La sangre humana era un ingrediente poderoso, no sería la primera vez que lo aprovecharía. Lo que lo hacía dudar era que eso significaría desperdiciar tres cuerpos jóvenes en perfectas condiciones con habilidades de canalización.

Aferrándose a ese último pensamiento, Nicolo intentó influenciarlo para comprar tiempo. Desde el interior de su cabeza, como un prisionero gritando a través de los barrotes de su celda, bombardeó al fundador con advertencias que solo él podía escuchar: que no tenía sentido acabar con la vida de candidatos que tanto le había costado encontrar, que la desaparición de tres personas despertaría sospechas.

—¡Silencio! —exclamó el fundador, llevándose las manos a la cabeza, y el fuego de las velas tembló. Algunas incluso se apagaron.

El portal que se había abierto gracias a la piedra, en el momento de la posesión, hacía que la energía corriera desordenada por el recinto. Con Nicolo todavía dentro de sí, la magia del fundador era inestable, difícil de manejar. El aire se cargó de una electricidad hormigueante que levantaba el vello de los brazos.

Los presentes aguantaron la respiración al verlo detenerse a medio camino, resoplando, mientras Zarek contemplaba la escena con los ojos encendidos por una rabia que opacaba las llamas de los candelabros. Lupe, por su parte, tenía una mano dentro de su abrigo, y Nicolo sabía lo que guardaba allí: un arma blanca, aunque de poco le serviría contra la cantidad de gente que los rodeaba.

—¿Está bien? —le preguntó lady Sarah al fundador, que detuvo la marcha y apoyó una rodilla en el suelo, sin dejar de sostenerse la cabeza.

La voluntad de Nicolo comenzaba a filtrarse a través de grietas en la forma de pequeños espasmos. Tal vez fuera la falta de práctica al tener que navegar el mundo en estado sólido, pero no podía dejar que se saliera de control. Alicia también se había resistido, después de todo.

—¡Cállate! —dijo el fundador por lo bajo, entre jadeos. Le hablaba a Nicolo.

La cofradía contaba con miembros poderosos en posiciones importantes, gente que podía intervenir para eliminar pistas o justificar la desaparición de cualquiera que hubiera visitado la casa. Muchos de ellos estaban entre los presentes, rostros hambrientos y ansiosos que a Nicolo se le hacían vagamente familiares: algunos empresarios, políticos, personas con influencia que se apoyaban en métodos poco honestos para incrementar su poder. Esperaban que el maestro Vitale perfeccionara la técnica de salto entre cuerpos para compartirla con ellos y tenían fe de que este finalmente conseguiría desarrollar el elixir de la inmortalidad.

Juego de fantasmas (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora