4. Visita al lado oscuro de la luna

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El interior del pequeño consultorio era tibio y olía a incienso. Nicolo se dejó guiar por Zarek hacia una pequeña mesa redonda sobre la que descansaba un mazo de cartas. Luego de sentarse dio un vistazo a su alrededor, mientras su anfitrión le traía un vaso de agua y se acomodaba frente a él.

Las paredes estaban decoradas por telas de tonos púrpuras y figuras provenientes de distintas tradiciones: en una misma estantería convivían un dragón tortuga, un ángel de porcelana y un zorro japonés. Un poco más allá colgaba una cruz celta, junto a un amuleto de feng shui.

La iluminación de lámparas y velas creaba una atmósfera misteriosa, donde las luces y las sombras coqueteaban entre ellas. En cierta forma, Nicolo sentía que estaba en la trastienda de un teatro, y la ilusión se completaba porque detrás de Zarek había una cortina que parecía llevar a un área desconocida.

Habría tenido sentido que Nicolo temiese ver algún espectro surgir de entre las sombras de la habitación, pero lo que ocurrió fue lo contrario: poco a poco, las aguas agitadas de su interior comenzaron a calmarse. Quizás fuera por el olor dulce del incienso que lo distraía, o por el aire relajado de Zarek, quien apoyó un codo sobre la mesa y se inclinó hacia él con una expresión intrigada.

La forma en que la luz indirecta iluminaba sus rasgos angulosos le sentaba bien, se encontró pensando Nicolo, a pesar de sí, y Zarek sonrió, como si le hubiera leído la mente. Aterrado por la ridícula posibilidad de que sí tuviera ese poder, Nicolo desvió la vista y la clavó en un tapiz del zodiaco que colgaba a poca distancia.

—No puedo pagarte —advirtió Nicolo.

—No me gusta trabajar gratis, pero por ti puedo hacer una excepción —dijo Zarek, y la sonrisa le dio un color travieso a su voz—. Podrías pagarlo de otras formas.

Una vez más, Nicolo se preguntó si era un error estar allí. Le costaba entender qué había de actuación y qué de real en la forma de presentarse de Zarek, que le hablaba con una familiaridad desconcertante.

—¿Qué otras formas?

—No sé, lo que tú quieras. Hasta puede ser un beso.

—¿Cómo? —musitó Nicolo. Sin darse cuenta, se llevó una mano a los labios.

Zarek soltó una carcajada y se echó hacia atrás, para apoyarse contra el respaldo de su silla.

—Es broma, digamos que me debes un favor y ya. ¿Qué pasó?

Nicolo respiró hondo, pensando en cómo empezar a hablar sin sonar patético. Cuando por fin lo hizo, fue sin mirar a Zarek:

—Creo que tendré que aceptar el trabajo de lady Sarah, porque perdí el que tenía —explicó, forzando una sonrisa—. No sé qué hacer. No conozco a nadie en esta ciudad, estoy hace pocos meses y no tengo amigos. —Nicolo tragó saliva. Le costaba admitirlo sin sentir la quemazón de la vergüenza, pero así era. No sabía cómo abrirse a los otros, porque eso lo dejaba vulnerable. Si en ese momento lo estaba haciendo era por pura desesperación—. Quizás sí necesite un consejo de tus cartas, o de algo. Estoy perdido.

No levantó la vista luego de su confesión: la mantuvo en sus propias manos. Esperaba que Zarek volviera a soltar uno de sus comentarios burlones, pero no fue así. En lugar de eso, se quedó viendo a Nicolo con una expresión grave y asintió, al tiempo que acariciaba el dorso del mazo de tarot que yacía sobre la mesa.

—Entiendo —dijo Zarek con seriedad.

—Tampoco sé si me conviene aceptar la propuesta de lady Sarah. ¿Qué se supone que tendríamos que hacer?

—Hablar con fantasmas, al parecer. Sé que Jazz aceptó ir. Lady Sarah también contrató a la chica de los aparatos detectores de actividad paranormal que estaba en la fiesta y a una señora hippie que se supone que tiene experiencia en guiar sesiones espiritistas. —Zarek frunció el ceño al mencionar eso—. Si te preocupa no saber qué hacer, es cuestión de seguir la corriente. A mí suele funcionarme.

Juego de fantasmas (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora