28. Zarek te cuenta cosas al oído

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Nicolo no se detuvo a pensar en lo que implicaban sus palabras, en la incertidumbre, en que no sabía si le sería posible aguantar la respiración lo suficiente como para cumplir con su objetivo, en la fría oscuridad de las aguas barrosas.

No había tiempo ni espacio para cuestionárselo. Sumergirse en el lago y arriesgarse a pedirle ayuda a los espíritus que habitaban en él era la única salida.

—¿Qué quieres decir con que vas a entrar? —preguntó Zarek, y tomó a Nicolo por el brazo.

El gesto no fue brusco, sino desesperado: era una súplica aterrada, la misma que coloreaba su tono de su voz.

—No hay otra forma —respondió Nicolo, sin hacer esfuerzo alguno por soltarse del agarre del otro. Se sentía bien, siendo honesto, saber que alguien se preocupaba tanto por él—. Los fantasmas del lago podrían mostrarme dónde está el collar. ¿Cómo podría encontrarlo, si no?

El lago escuchó la conversación, callado y amenazante. Algunas de las luces que flotaban sobre la superficie titilaron. Otras se movieron de lugar, otras desaparecieron.

—¿Y qué vas a hacer con la parte de tener que respirar? ¿Quieres convertirte en un fantasma también?

—¿Tienes alguna mejor idea?

Por la forma en que Zarek se quedó congelado cuando Nicolo hizo esa pregunta, la respuesta era que no. Su mirada vagó por los alrededores, desesperada, como si buscara una solución escondida entre las sombras, solo para volver a posarse en Nicolo.

—¿Cuánto puedes aguantar bajo el agua? —le preguntó.

—No sé —respondió Nicolo—. ¿Dos minutos? Pero este lugar no es exactamente como nuestro mundo. Las leyes no son las mismas, quizás pueda ser más...

—O menos —señaló Zarek—. No sabemos. ¡No quiero que mueras!

—Y yo no quiero que ninguno de nosotros muera.

En silencio, los dos se miraron sin decir nada más, y el aire que corría entre los dos se cargó de una electricidad cuyas partículas brillantes Nicolo creyó poder ver a simple vista. Estaba seguro de que, si tocaba a Zarek, su piel le daría un pequeño choque eléctrico.

—Nadie va a morir —intervino Jazz, para romper el silencio—. Lupe tiene de todo en su camioneta —agregó, volviéndose hacia ella—. ¿No tienes algo que pueda ayudar, como algún equipo de buceo o algo así?

Lupe no respondió de inmediato. Se quedó esperando a que Jazz continuara, como si quisiera asegurarse de que la pregunta no fuese una broma. Al ver que hablaba en serio y que el resto tenía los ojos puestos en ella, dijo:
—¿Por qué tendría algo tan específico? O sea, si salimos de aquí debería agregarlo al inventario, por las dudas... —dijo, y sacó su libreta para anotarlo—. ¿Quizás podríamos conectarlo a la cuerda que tengo, poner algo flotante del otro lado y sacarlo si no sale en determinado tiempo?

—O sea, podría ser —murmuró Jazz, asintiendo—. Es mejor que nada. Ve fantasmas, pero no es la sirenita.

Nicolo tuvo que aguantar la carcajada que quiso escapársele, al ver que el resto parecía más cerca de llorar que de reír.

—No estoy muerto todavía, no me miren con cara de funeral, por favor. Ni siquiera sé si estamos en la parte correcta del lago —musitó, mientras les daba la espalda para enfrentarse al agua. En su visión, Carlo había tirado el collar desde la orilla, por lo que no podía estar en la parte más profunda, ¿verdad?

Después de tomar aire, Nicolo se quitó los zapatos. Se estremeció cuando la planta de sus pies entró en contacto con la tierra de la orilla, mojada y pedregosa. La sensación húmeda intensificó su percepción del olor del ambiente, al punto de que casi pudo sentir el gusto del barro en su boca. Luego de avanzar un par de pasos, el agua del lago le tocó los pies con sus dedos fríos, y ante ella se detuvo. Era hora de preguntarle a los espíritus adónde ir.

Juego de fantasmas (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora