31. El otro Zarek

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Tenía sentido que su conciencia se hubiera separado de su yo físico, si lo pensaba con frialdad, por más que la idea le aterrara. ¿Estaba su cuerpo real siendo arrastrado a las profundidades del lago, junto a la única oportunidad de escapar que tenían los que habían confiado en él? ¿Qué harían ellos, al ver que el tiempo pasaba y que Nicolo no volvía?

—¡No! —exclamó Nicolo—. ¡Tengo que volver a mi cuerpo! ¡Tiene que haber una forma!

Miró a su alrededor, en busca de una salida entre los altísimos muros de piedra y perlas, y no la encontró. Había perdido noción de dónde estaba la entrada a aquella sala, porque esta estaba llena de arcos similares. ¿Qué había más allá? ¿Un laberinto de grutas que se extendía por el fondo del lago?

—¡Tú tienes que saber! —le dijo al desconocido que tenía el rostro de Zarek, al tiempo que nadaba hacia él para tomarlo por los hombros.

—No sé cómo... —respondió él, en tono lúgubre—. Eso, justamente, está fuera de mi alcance.

La reina del lago, apiadándose tal vez de su desesperación, intercambió una mirada afligida con los espíritus acuáticos que la rodeaban. Luego se dirigió a Nicolo y su acompañante, alrededor de los cuales comenzó a dar vueltas, una y otra vez, a tal velocidad que creó un torbellino.

—¿Qué es esto? —preguntó Nicolo, al verse atrapado en el centro de aquel remolino que giraba cada vez más rápido.

Ella no respondió. Las paredes del torbellino pasaron a ser parte de un estrecho túnel subacuático que se elevaba hacia el infinito. El palacio sumergido, los otros seres y todo lo demás desapareció tras el ruidoso muro de agua giratoria. Junto a Nicolo solo quedaba su extraño acompañante, suspendido frente a él.

—¿Vamos? —dijo el extraño, señalando hacia arriba con el dedo índice.

—¿Cómo sé que puedo confiar en ella? ¿Cómo sé que puedo confiar en ti? ¿Por qué usas la apariencia de Zarek?

—Qué descortés —respondió él en tono burlón, mientras subía a través del túnel—. Es mi apariencia también.

—¿Quién eres? —Nicolo nadó detrás del extraño, quien se volteó para verlo con una sonrisa ladina. Ya no quedaba duda de que aquel era el mismo de la dimensión de los pasillos.

El aludido no llegó a responder. El túnel de agua en el que estaban se deshizo en millones de burbujas, al tiempo que expulsaba hacia un espacio que Nicolo ya conocía: la misma parte del lago en la que había encontrado el collar, no tan lejos de la superficie. Cuando las burbujas se disiparon del todo, la reina volvió a tomar la forma humanoide de antes y se acercó a Nicolo.

—Mira —le dijo, señalando una figura que nadaba hacia la superficie del lago, cargando algo en brazos.

No, no algo: alguien. El nadador era Zarek, y lo que sostenía era el cuerpo inerte de Nicolo, a quien intentaba sacar del agua.

—Vino por ti —dijo la reina—. Lo ayudamos un poco para que pudiera encontrarte y salir sin ahogarse, pero no sé si puedas volver a tu cuerpo. Nunca he tenido uno de carne, no sé cómo funcionan los humanos. Esto es todo lo que puedo hacer.

—¡Zarek! —exclamó Nicolo, y nadó para acercarse a él, que continuó avanzando hacia arriba sin detenerse.

Zarek no pareció ser consciente del llamado, ni siquiera cuando Nicolo intentó tocarlo: concentrado en un único objetivo, siguió nadando hasta lograr sacar la cabeza del agua. Una vez que lo consiguió, acomodó el cuerpo físico de Nicolo para poder sostenerlo mejor y continuó hacia la orilla, donde lo esperaban Jazz, Lupe y el resto.

Juego de fantasmas (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora