25. Algunos secretos están ocultos a simple vista

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Luego de que Jazz asomara la cabeza por la puerta para asegurarse de que no hubiera nadie en el pasillo, el resto salió de la habitación. El silencio que encontraron en el corredor, sin embargo, resultó ser tanto o más inquietante que el murmullo de la fiesta que podía escucharse antes.

Era probable que ya no quedara casi ningún invitado en la casa y que el propio Francesco estuviese en camino a la capilla, pero ¿qué tal si no era así? ¿O qué tal si había dejado instrucciones para detener a Nicolo? Era imposible que no hubiese nadie.

—No creo que convenga ir por la escalera principal, si queremos evitar al nieto del fundador —susurró Zarek, apoyando una mano sobre la espalda de Nicolo.

Al verlo de perfil, con sus ojos alertas y melena salvaje, Nicolo pensó que no se veía tan distinto de un león al acecho, después de todo. Cuanto más lo miraba, más sentido tenía que se presentara así en sus visiones.

—León... —murmuró Nicolo, sin poder resistirse a acomodar un mechón del pelo de Zarek detrás de su oreja. Un atisbo de sorpresa iluminó los ojos de Zarek, que aceptó el gesto de cariño sin protestar.

—Verdad que se ve muy leonino —secundó Jazz—. Seguro que tienes algo en Leo.

—Ascendente —respondió Zarek.

—¡Ah, yo sabía!

—Volviendo al tema de salir de la casa —intervino Lupe, carraspeando—, deberíamos bajar por la escalera de servicio.

—¿Hay una escalera de servicio? —preguntó Jazz.

—Sí, la vi cuando recorrí la casa el primer día. —Lupe señaló hacia el fondo del pasillo, en dirección opuesta a la escalera principal—. Las casas antiguas solían tener una escalera secundaria, para que los sirvientes pudieran moverse entre pisos sin ser vistos.

Hacia allí se dirigieron, ahora en silencio total.

La escalera a la que se refería Lupe era estrecha y empinada, apretada contra un rincón oscuro de la casa. Tuvieron que bajar en fila, uno detrás del otro, apoyándose en las paredes. Con sus angostos escalones, demasiado cortos para poder apoyar bien el pie, no tenía nada en común con la grandiosidad de la principal.

—A este tipo de escaleras las llamaban escaleras de la muerte, por lo fácil que era tener un accidente en ellas y morir—murmuró Lupe, quien iba a la cabeza del grupo—. Así que tengan cuidado.

—¡Perfecto! —dijo Jazz—. Sé que lo dices para ayudarnos, pero ahora quiero llorar.

Al llegar al final de la escalera, Lupe se detuvo. Desde el otro lado llegaba una singular mezcla de olores, con notas dulces y saladas al mismo tiempo, salpicados de especias y restos de café.

La razón era que allí se hallaba la cocina, un ambiente amplio donde Nicolo había estado ayudando a Paulo a preparar la merienda, algo que en su mente parecía haber pasado años atrás. De paredes de baldosa y mínima decoración, no tenía el mismo aspecto lujoso del resto de la casa.

—Hay una salida trasera ahí —murmuró Lupe, señalando una puerta de madera y vidrio del otro lado de la habitación, a través del cual se adivinaba la silueta de los árboles de afuera—. Es para empleados y proveedores.

Después de revisar que no hubiera nadie en las cercanías, se dirigieron a la salida. El duro suelo de la cocina amplificaba cada paso que daban, amenazándolos con delatarlos. Conseguir atravesar la habitación y cruzar la puerta que conducía al exterior se sintió como un triunfo, aunque afuera solo había oscuridad, apenas aliviada por unas lámparas que iluminaban los muros externos de la casa y el brillo mortecino de la luna llena.

Juego de fantasmas (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora