21. El amor te puede volver más idiota y más valiente

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De haber podido, Nicolo se hubiese quedado así para siempre, envuelto en la oscuridad y la tibieza húmeda que conectaba sus labios con los de Zarek. No podía recordar la última vez que se había sentido tan a gusto con alguien y tenía terror de que el hechizo se rompiera.

Ansiaba ir más allá. Saber que tenía que apartarse le trajo recuerdos de la frustración al salir de la cama en las mañanas de invierno. Deseaba poder estirar los segundos, pero demorar las cosas era peligroso. Aunque aquel cuarto parecía más estable que el resto de la casa, nada podía asegurarles que al abrir las cortinas no fueran a encontrarse en el siglo XIX o algún otro lugar del espacio-tiempo.

Esa idea fue la que hizo que Nicolo consiguiera desprenderse de la cálida seguridad que le brindaba Zarek, quien se peinó un poco el pelo antes de que Nicolo abriera la cortina para devolverlos a la cruda realidad.

El cuarto, por fortuna, era el mismo de antes, excepto por el papel tapiz de las paredes, que había cambiado a un tono rosa pálido. Allí estaban también Jazz, que sonreía, y Lupe, que los contemplaba con el ceño fruncido.

—No quiero saber los detalles de lo que estaban haciendo ahí —dijo esta última, señalándolos con la punta de su lápiz.

—¡Yo sí! —exclamó Jazz.

—¡Hablar! —replicó Nicolo, consciente de pronto de que tanto su ropa como el acolchado de la cama estaban más arrugados que antes y lo traicionaban—. Es que teníamos que tratar cosas un poco privadas antes de planteárselas a ustedes, pero creo que nos van a beneficiar a todos.

Luego de intercambiar una mirada con Jazz, Lupe dijo, con gravedad:

—No tengo interés en sexo grupal.

Desde detrás de Nicolo, Zarek contuvo una carcajada. Jazz, por su parte, explotó en risas, pero Lupe no cambió de expresión. Incapaz de discernir si hablaba en serio o estaba jugándole una broma, Nicolo se apresuró a decir:

—¡No tiene nada que ver con eso!

Mientras Nicolo intentaba recuperar el tren de lo que estaba diciendo, Zarek le pasó una mano por el pelo, alborotado por la agitación de minutos antes, para peinárselo. El movimiento fue tan casual y desvergonzado como el propio Zarek, que contemplaba la escena con una sonrisa divertida.

Entre tartamudeos, Nicolo consiguió por fin explicarle a Lupe y Jazz su idea de realizar otra sesión espiritista, a partir de la nueva información que tenían. Lupe tenía experiencia con eso por su trabajo, ¿verdad? Seguro que sabía cómo guiarlos a través de una.

Si Jazz y Lupe notaron su nerviosismo, y Nicolo estaba seguro de que sí, tuvieron la cortesía de fingir que no. Para cuando terminó de explicar, lo escuchaban con atención, Jazz al borde de su sillón y Lupe de pie, inmóvil.

—Podríamos incluso tratar de invocar a Amatista para que ayude desde el otro lado —propuso Jazz—. ¿Qué tal si sabe más cosas ahora que es... un fantasma, pobre?

—Pero también tenemos que tener cuidado —dijo Zarek, interviniendo por primera vez después de un largo tiempo en silencio. Protectora, su mano se posó sobre la espalda baja de Nicolo, quien sintió un calor agradable expandirse como un relámpago. Ahora, ese gesto estaba cargado de una intensidad distinta.

Sin saber cómo reaccionar de forma coherente, Nicolo se puso de pie y fue hacia la ventana.

—Claro que hay que tener cuidado —comentó Jazz—, no hay que olvidar que Amatista terminó desvivida mientras investigaba ese colgante.

Mientras los otros discutían acerca de si ese dormitorio sería lo suficientemente seguro para la sesión o si debían encontrar un mejor lugar, Nicolo apoyó la frente sobre el vidrio de la ventana. La superficie fría hizo aterrizar sus pensamientos, revueltos por el contacto con Zarek, de vuelta en la extraña realidad en que vivían.

Juego de fantasmas (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora