23. Nicolo va a hasta el fondo del asunto (literalmente)

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Nicolo intentó reconocer quién estaba detrás del ominoso mensaje que venía del televisor, pero el sonido estaba distorsionado por la estática. A través del ruido blanco, la voz insistió:

—Tráeme la piedra antes del amanecer y las puertas se abrirán.

—¿Adónde hay que llevarla? —preguntó Jazz.

La pantalla parpadeó durante unos instantes en que la voz se apagó, para luego decir:

—Mi tumba.

—¿Quién eres? —dijo Nicolo, en un hilo de voz.

Una silueta se materializó en la pantalla, aunque granulada, difícil de distinguir entre la estática. Era el contorno de un hombre que llevaba un atuendo del siglo XIX: un sombrero alto y un abrigo de cola larga que se ceñía a su cintura para crear una figura esbelta. Detrás de él se levantaba lo que parecía ser la capilla, y más allá se veía la propia casa a medio construir, una imagen nebulosa de un pasado lejano.

—¡¿El mago original?! —exclamó Jazz.

La voz no volvió a hablar. Se entremezcló con otros ruidos de fondo que interferían hasta disolverse en ellos, antes de dejar a Jazz y Nicolo solos frente a una pantalla gris que titilaba.

Antes del amanecer, había dicho.

El amanecer era un concepto extraño en un lugar donde distintas épocas se mezclaban y los relojes no funcionaban bien. A Nicolo le alarmó darse cuenta de que estaba perdiendo la noción del tiempo. El recuerdo del mundo real amenazaba con desintegrarse, junto con la confianza de poder volver a él. ¿Cómo iba a encontrar el camino?

Nicolo, sonó la voz grave de Zarek. La escuchó con claridad, aunque no supiera de dónde venía. Se sintió como un abrazo, como si Zarek hubiera atravesado las dimensiones para recordarle que lo esperaba del otro lado: un ancla que le impedía perderse en el mar de la incertidumbre.

Un abrazo a su alma, un beso fantasma en los labios, más...

Una parte de sí no quería ilusionarse por alguien a quien conocía hacía tan poco, y otra sentía que esos días que llevaban juntos habían sido en realidad años. Aunque era probable que tuviera que ver con la forma anormal en que corría el tiempo en la casa, no podía negar que la conexión que tenían lo había salvado más de una vez.

Por primera vez en mucho tiempo, en lugar de tener miedo del futuro, sentía curiosidad por él. Quería conocer más de Zarek, quería saber qué tan lejos podían llegar. Para eso, tenía que salir de allí.

Lo que terminó de despejarlo del todo fue Jazz, que se acercó al televisor y golpeó la parte de arriba mientras decía:

—Pero ¿dónde está la piedra que quiere que le devolvamos, señor? ¡Podría habernos dado alguna otra pista!

La escena consiguió hacer sonreír un poco a Nicolo, pero estaba claro que lo que había dado vida a ese aparato se había ido. No podían perder tiempo, así que dirigió su atención al corredor y avanzó hacia él. Jazz lo siguió de cerca, al igual que el león, que se mantenía a su lado.

Las paredes del pasillo tenían la misma textura blanda que el suelo. Con cada paso que daban se movían un poco, como si estuvieran hechas de gelatina. Nicolo se atrevió a tocar una y la sintió tibia, mullida.

Siguiendo su ejemplo, Jazz hizo lo mismo, pero retiró la mano de inmediato.

—Parece que la pared estuviera viva.

—Mi madre dice que las casas tienen un espíritu —dijo Nicolo—. Quizás la casa realmente estaba respondiendo a tu comentario sobre Alicia cuando apareció el dodo.

Juego de fantasmas (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora