Acto 21

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El llamado a la puerta la hizo abrir los ojos, los sentía lagañosos, pesados, irritados, logró sentarse en la amplia cama donde se encontraba absolutamente sola, giró la cabeza a la mesa de noche donde se encontraba el reloj, vio lo tarde que era, no le importó saber quien era el que demandaba la entrada, al final de cuentas le era indiferente. 

Volvió a recostarse en la penumbra que la cobijaba, colocándose en posición fetal, mientras sus lágrimas resbalaban lentamente añorando el momento en que dejara de doler, poco a poco el cansancio en su persona se hizo presente, comenzó a parpadear con mayor lentitud, hasta dejar completamente cerrados los párpados, pero el estruendo de la puerta la alteraba, no tenía ánimos de absolutamente nada, tomó una almohada y la puso en su cabeza con la esperanza a dejar de oír el apabullante ruido que le daba sentencia de la visita que no quería. 

—¡Saky! Sé qué estás adentro, si no vas a abrirme derribaré la maldita puerta —habló con firmeza—, déjame entrar de una buena vez… Sakura. 

La chica oyó a lo lejos el llamado de su nombre, pero no se inmutó ante nada, giró su cuerpo en la cama sin prestarle demasiada importancia a su alrededor; el moreno pateó con gran furia la puerta logrando zafarla de la cerradura, ingresó al departamento, se sentía un aura densa, un ambiente tenso, corrió a la habitación y cuando la miró no pudo evitar sentir el resquebrajar de su corazón ¿cómo no sentir su dolor? Se acercó a ella y la tomó de los hombros, el semblante se le veía pálido, más bien, amarillo, los ojos hinchados y rojos, los labios resecos y partidos, parecía una simple marioneta sin alma. 

En su desespero Touya la tomó en sus brazos y la sacó de ahí, para llevarla al hospital, Sakura no opuso resistencia, a decir verdad, ni siquiera le importó saber a dónde se dirigiría. 

Al llegar a emergencias, lo primero que hicieron fue colocarle una sonda con suero, dejándola en revisión toda la noche, misma que su mejor amigo se quedó a su lado. 

Pasaron alrededor de veinte días, era diciembre y la chica seguía hospitalizada, sin hablar, con la mirada absorta en la nada, sus amigos estaban con ella, siempre se rolaban para evitar dejarla sola. 

En la víspera de navidad fue el momento en el cual la chica emitió sonido alguno, su voz se entrecortaba, y era muy débil, aún con la mirada perdida dijo:
—Por favor Touya, déjame morir. 

La petición de la jade lo hizo derramar lágrimas, ¿cómo podía pedirle tal cosa? Sintió la miseria que poseía, intentó sonar dulce a pesar de su dolor. 
—Enana, no me hagas esto, no me pidas tal cosa. 

—¿De qué me sirve decir estar viva, si parezco más bien un zombie? 
Ya no quiero que duela Touya, ya no quiero ilusionarme, ya no quiero causarles problemas, soy un problema. —Derramó sus lágrimas con cada palabra—. Por favor Touya, te lo suplico. 

Molesto la tomó del rostro y la miró fijamente, vio lo rota de su alma, sus ojos no tenían brillo alguno, su rostro carecía de expresión, ¿cómo no odiarse por haberle provocado más pesar? Agachó la vista, suspiró hondamente, y decidió hablarle. 
—Eres todo lo que quiero, por favor, intenta luchar, por favor no me dejes, te necesito a mi lado. 

La chica gesticulo el dolor que la invadían las palabras de su amigo, llena de agonía lloro incontrolable, sosteniendo la mano de aquel chico con la poca fuerza que tenía.

No se comenzó a ver una mejora en ella hasta pasado un tiempo más, la dieron de alta a mediados de enero, y quien firmó como responsable de ella fue su mejor amigo, quien decidió irse a vivir con ella y cuidarla. 

La chica raras veces decía algo, aún se encontraba devastada, pero al menos comía y eso era un gran progreso, sus amigos la iban a ver todos los días y aunque nunca interactuaba, verla como cambiaba su aspecto los animaba mucho. 

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