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Sae Hyo's POV

Saqué los guantes de látex de la caja y me los puse. Hoseok estaba acomodando los cuchillos sobre la mesa con toda precisión. Tan perfeccionista como siempre. Han estaba atado a una silla a unos pocos pasos esperando por su destino.

—Pensaba que simplemente ibas a matarme —dijo.

Sonreí.

—Ni crea que yo soy de las que se apiadan de la víctima —le dije— Pensaba meterme a la cárcel y ni siquiera sabe bien quién soy.

—Meterte a la cárcel ayudaría a mi imagen. Volver a tomar el poder me haría ver como un dictador y un dictador casi nunca es bien visto.

—Ya no va a importar de qué manera lo vean. A nadie le importa lo que la gente piense acerca de un maldito cadáver.

Entonces fui por uno de los cuchillos, precisamente por el que era ideal para desollar. Lo puse sobre su dedo índice y lo bajé arrancándole la piel hasta el nudillo. Se contuvo para no gritar pero no le serviría de nada hacerse el valiente porque todavía le faltaba mucho por sufrir antes de morir.  Tomé un poco de ácido con el gotero para verterlo sobre la zona que acababa de dejar sin piel. Ahí si gritó y se retorció para intentar zafarse.

—Eres peor de lo que pensé —dijo.

Volví a sonreír. Ni siquiera había visto mi lado más cruel. Yo siempre era peor de lo que pensaban los demás, mucho más despiadada y peligrosa. Si no lo fuera no habría hecho todo lo que había hecho. Para ser como yo había que no tener conciencia. Pasé al siguiente dedo pero fui arrancando la piel todavía más despacio. Dolería más que arrancarla de un solo tirón. Pensaba demorarme mucho en eso y tenía todo el tiempo del mundo. Lo hice con todos los dedos de la mano derecha para después echar ácido encima de cada uno. Gota a gota, dejando que quemara hasta dejar unas heridas profundas. Lo bueno de usar ese método era que no se desangraría y aguantaría más.

—Nadie se mete conmigo y sale indemne —le dije al tiempo que sostenía el gotero con el ácido cerca de uno de sus ojos. Dejé caer la gota y el grito que se escuchó casi parecía no provenir de alguien humano— todos pagan el precio y puede ser bastante doloroso.

Repetí el procedimiento con el otro ojo. Gritó una vez más y después se desmayó.

—No te voy a dejar descansar —dije.

Fui por la inyección de adrenalina para despertarlo. Era demasiado pronto para que se desmayara. Despertó y pase a lo siguiente. Cambié el cuchillo por uno que tenia una punta afilada y una hoja fina. Era muy bueno para hacer pequeñas heridas. La primera se la hice en la mejilla. Fue poco profunda pero sangró y después dejé caer solo una gota de ácido encima. Luego lo hice en la otra mejilla y después en el cuello. La herida del cuello fue muy superficial pero a esa le eche más de una gota de ácido. Qué suerte que había mandado insonorizar el sótano o sus gritos se estarían oyendo por todo Daegu y nadie debía saber qué era lo que yo estaba haciendo ahí. Volví a cortarlo en medio de las clavículas. Después se me ocurrió una idea mejor. Había una chimenea y estaba encendida porque ahí abajo siempre hacía demasiado frío así que me acerqué al fuego y calenté la hoja del cuchillo. Le hice el siguiente corte en el pecho, definitivamente así sentiría más dolor. A pesar de que sabía que estaba sufriendo lo que no estaba escrito no suplicó piedad. Todos normalmente aguantaban un rato pero después rogaban que pusiera fin a su sufrimiento y los matara de una buena vez. Eso se me hacía muy raro. Solo gritaba pero nada más.

—Me sorprende que no esté suplicando que me apiade de usted —le dije.

—No te daré esa satisfacción, maldita puta —me respondió en un tono que apenas pude escuchar. El dolor hacia que le costara hablar pero de todas maneras había tenido fuerzas para llamarme puta. Increíble— puedes seguir como vas. Hasta inventarte nuevos métodos de tortura pero no me vas a escuchar pedirte que me mates.

—Eso ya lo vamos a ver.

Volví a calentar la hoja del cuchillo antes de hacerle un corte más. Lo hice una y otra vez hasta que tuvo el abdomen lleno de cortes poco profundos que sangraban y debían arder como el puto infierno. Esa vez en lugar de echarle el ácido en gotas lo vertí todo de una vez en toda la zona. Volvió a gritar de una manera que le hubiera causado escalofríos a cualquiera. De repente se calló. Para siempre.

—Que desaparezcan el cadáver —ordené y me quité los guantes para tirarlos a la basura. Quién diría que torturar a alguien cansaba tanto.

Subí las escaleras y me fui a mi habitación. Necesitaba relajarme así que me quité la ropa que estaba salpicada de sangre y me puse el vestido de baño para ir a meterme al jacuzzi. El agua tibia me ayudaría a estar menos cansada. Entré, me senté y cerré los ojos un momento. No supe cuánto rato pasó hasta que escuché cómo alguien se metía en el agua. Abrí los ojos y me encontré a Hoseok.

—¿Cansada? —preguntó mientras se acercaba y me tomaba de la mano.

—Un poco —le respondí. Después junté nuestros labios y puse las manos en sus hombros. Estaba sin camisa, en realidad lo único que tenía puesto eran los calzoncillos.

Profundicé el beso mientras acariciaba sus pectorales y después pasaba las uñas suavemente sobre la superficie de la piel. Puso sus manos en mi cintura y después las bajó a mis caderas. Dejó mis labios para comenzar a besarme el cuello. Quizás nunca entendería porqué el roce de sus labios podía causarme tanto descontrol. Me quitó el top del vestido de baño y lo lanzó a alguna parte para seguir bajando con sus labios hasta mis pechos. Acarició uno de los pezones con la lengua mientras apretaba el otro con el dedo índice y el pulgar. Cerré los ojos y solté un gemido. Sentía el cosquilleo de la excitación en el abdomen y en la entrepierna. Se paso un rato ahí chupando y mordiendo suavemente mis pezones. Su mano bajo hasta mi intimidad y tanteó la humedad de mi entrada. Sonrió y volvió a besarme al tiempo que me tomaba de la cintura y me ponía encima de él. Me restregué un poco y sentí su erección a través de la tela que todavía separaba su piel de la mía. Puso las manos en mis nalgas y las apretó pegando más nuestros cuerpos. Comencé a restregarme primero muy despacio y después más rápido. Hoseok gimió contra mis labios y movió un poco las caderas también al tiempo que me apretaba las nalgas con más fuerza. Después me levanté y me puse de rodillas en donde estaba sentada antes. Me incliné sobre el borde para apoyar los codos ahí. Sentí cómo me bajaba la última prenda que tenía encima. Me tomó de las caderas y me penetró de una sola embestida. Gemí al sentirlo y cerré los ojos. No esperó ni un momento para comenzar a entrar y salir cada vez más rápido. Una de sus manos subió por mi espalda para enredarse en mi cabello y jalarlo. También me movía al mismo ritmo que él. Lo escuchaba gemir y apretaba la mano que tenía todavía en mi cadera.

—Tú eres mía... mi reina —dijo entre gemidos entrecortados— y yo... yo soy solo tuyo...

Dio una sola embestida más y se quedó quieto muy dentro para venirse. Tampoco aguantaba más así que lo seguí y casi grité su nombre. Se espero para salir de mí. Nos sentamos uno al lado del otro y me abrazó. Hacía tiempo no sentía tanta paz. En realidad yo solo podía sentir paz entre sus brazos.

Primera dama - PHSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora