Epílogo

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Los años habían pasado, Robin Hood había realizado la reunión con los líderes de las tierras tal y como si madre lo quiso; Rapunzel mantuvo a su reino en duelo por más tiempo de lo establecido por las leyes de Corona; Cheshire seguía haciendo de las suyas desapareciendo personas para saciar no su hambre, sino su dolor; y en Nunca Jamás aún yacía intacto el delicado cuerpo que contenía la más antigua magia.

La Reina jamás fue olvidada. No solo sus hijos lamentaron lo sucedido. Las hadas que la servían, incluyendo a campanita, la visitaban con regularidad dejando flores de distintas especies sin importar lo peligrosas que podían ser si alguien las tenía en su poder, aunque nadie se atrevía a llevarse algo de allí. Las sombras no dejaban el lugar sin custodia, día y noche sin excepción. Los niños perdidos solían visitarla todas las noches como si le contaran su día, a veces iban en grupo y reían juntos, u otras veces se turnaban y lloraban solos junto a su cuerpo inmóvil.

Sin embargo, Peter Pan visitaba a su amor verdadero todas las mañanas para darle los buenos días, todas las tardes para contarle su día, y todas las noches para darle las buenas noches. Dormía en la cabaña en la que años atrás su linda chica de ojos azules descansaba. Caminaba por la playa en dónde años atrás el amor de su vida se paseaba cada tarde. Besaba el collar que llevaba en su cuello cada vez que la recordaba. Jamás dejaba que se acercase ningún visitante no deseado al área donde se encontraba su más preciado tesoro, quien se acercase demasiado moría de la forma más despiadada que su mente podía maquinar. Aunque en ocasiones debía resistirse de romper cuellos o atravesar con su daga a personas que realmente deseaban verla y dejarle obsequios.

Cierto día, cuando se cumpliría en Nunca Jamás tres siglos, trescientos doce años para ser exactos, a pesar de que fuera de la isla habían pasado apenas unos tres o cuatro años, Peter Pan sintió la presencia de muchas personas en las aguas de Nunca Jamás. El flautista decidió aparecerse en el barco en el que una cantidad considerable de personas se encontraba, el Jolly Roger.

—¿Qué hacen aquí? Denme una buena razón si no quieren ser mis prisioneros —amenazó en cuanto la nube verde que lo trajo a la nave se había disipado. Estaba cruzado de brazos con una expresión seria y fría, él no había sonreído hace mucho tiempo—. ¿Y bien?

Vió caras conocidas, pero solo unas cuántas le importaban.

—Pan —un hombre de cabello castaño y ojos verdes se abrió paso entre el grupo de personas.

—¿Vienes a visitar a tu madre, Robin? —dejó caer sus brazos a sus costados luciendo despreocupado e indiferente. El aludido asintió—. ¿Y ellos? —miró al resto con una mueca—. No voy a dejarlos acercarse a ella.

—Hoy se cumplen tres años de que se fue y es mucho tiempo... —se acercó hacia el que aparentaba ser un adolescente quien estaba parado en el borde del barco, pero este lo interrumpió.

—Aquí se cumplen trecientos doce años.

Lo cierto era que el tiempo en la isla había cambiado tanto, Pan esperaba ansioso que un día ella pudiese abrir de nuevo sus ojos, pero hubo días en los que él quería volver atrás en el tiempo.

—Eso es mucho más tiempo, lo sé, pero estas personas y yo quisimos visitarla y dejarle nuestros mejores recuerdos con ella —sus ojos se aguaron y luchó por que su voz no se rompiera para continuar—. Y así lo haremos —Pan enarcó una ceja ante tal atrevimiento—, porque ella quiso cerrar sus ojos aquí, a tu lado... Y yo no me quejé, me merezco esto.

—Somos sus hijos —se unió una rubia con ojos grandes y verdes abrazada a su hermana también de ojos verdes.

—Nosotros no lo merecemos, no la merecemos... —el Oscuro quiso intentar convencerlo también pero fue interrumpido.

Ingobernable [Peter Pan] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora