Cᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ ²⁸ : Dᴇsᴘᴜᴇs ᴅᴇ ᴇʟ.

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Fue terrible.

Era horroroso como en un abrir y cerrar de ojos la gente podía desaparecer de tu vida. Como podía morir tan de repente.

Habías perdido a dos personas importantes en tan poco tiempo que era difícil de asimilar. Eras una niña literalmente cuando tu mundo se te vino encima. Fue doloroso, pero la Comisión te dio ese último deseo.

Les pediste ir a ver a la familia Todoroki al día siguiente que te enteraste que Touya había muerto.

Lloraste toda la noche, hundiendo tus penas y tus lagrimas en las almohadas de tu habitación. Realmente no sabias porque te sentias así, Touya te había hecho muchas cosas malas.

¿Porque estabas triste por él?

Quizás porque en lo profundo, todavía le guardabas algo de afecto. Por los buenos momentos que pasaron juntos.

Había algo en ti que te indicaba que no era cierto, que él no podía haber muerto quemado y que seguía vivo. Solamente les estaba jugando una broma.

Sin embargo, al día siguiente, visitaste la enorme casa de los Todoroki.

Golpeaste la puerta con fuerza mientras luchabas contra tus sentimientos.

Debías de mantenerte intacta. Fuyumi debía de estar devastada y no podías permitirte que se sintierá triste por verte triste.

Aunque era humano, ¿no era así?

La persona que te recibió en la puerta fue una de las sirvientas que servía dentro de la casa. Te dejó pasar sin ningún problema y caminaste por el jardín en busqueda de tu pequeña amiga. Entraste a la casa, deslizando una de las puertas de las tradicionales japonesas. El ambiente que se sentía era denso, deprimente y sin vida. Como si todos los colores del mundo, se hubieran esfumado por arte de magia.

El silencio era una abrumadora presencia en las paredes de la casa. Los debiles llantos de alguien te indicaban que no todo estaba enterrado como creías. Seguiste los sonidos, con los ojos llorosos. Corriste por los pasillos, buscando de dónde venían los llantos tan amargos hasta que diste con ellos.

Provenían de un niño.

Un niño con la cabeza de dos colores.

Estaba sudando, herido y su cuerpo temblaba.

Sabías que se llamaba Shoto, porque en un par de ocasiones Touya lo mencionó.

Dejó salir otro sollozo mientras que te acercabas a él con cautela. Entraste a una especie de salón de entrenamiento que olía a quemado. Las tablas del suelo estaban algo incineradas, como si una inmensa flama hubiera pasado por ellas.

Él no notó tu presencia hasta que colocaste una de tus manos temblorosas sobre su cabeza. Se sobresaltó y movió la cabeza hacia arriba. Sus ojos, impares también, estaban llorosos y por sus mejillas, se deslizaban las más profundas de sus penas.

— Shoto…— lo llamaste con tristeza.

Él parecía reconocerte o tal vez no, pero de cualquier manera, no importó.

Se sintió extraño cuando de repente, te dejaste caer en el suelo junto a él y lo rodeaste con tus brazos en un reconfortante abrazo.

Sus pequeñas manos se aferraron a tu espalda en busca de ahogar ese dolor que sentía en medio del pecho. Lo mismo que tú.

Pobre niño.

Pobre familia.

Perder a un hijo o un hermano debe ser uno de los dolores más grandes del universo.

Incluso si no me amas; DabiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora