Cᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ ³⁶: Nᴀᴄɪᴍɪᴇɴᴛᴏ

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Conseguir dinero no era muy díficil para Dabi.

Tenía dos métodos para obtenerlo: el primero consistía en matar algunos villanos, ellos a veces tenían cosas robadas y el segundo (y el más facil) era robar directamente de la tienda.

Su actual residencia estaba ubicada en un barrio de mala muerte al sur de la ciudad. La policía era inútil y la tasa de criminalidad iba en aumento. Por lo que no era muy difícil conseguir frutas, verduras, algo de carne, legumbres, aceite y otros suministros.

A veces conseguía comida hecha y solo tenía que calentarla en el microondas de la casa de la que se apropió.

A pesar de que conseguir comida no era muy difícil, cada vez al mes (al menos desde que te tenía prisionera) tenía que ser más quisquilloso. En cuanto a lo que vendían en la tienda que asaltaría.

Tenían que vender comida y toallas femeninas.

Él estaba consciente que las mujeres sangraban una vez al mes. Sabía que era un proceso biológico normal. Y conocía los efectos sobre el cuerpo. Cuando tenías cólicos, se encargaba de colocar su palma caliente sobre tu vientre para que las contracciones se detuvieran.

Sin embargo, no podía evitar que sangraras (bueno, sí sabía cómo). Habían dos opciones cuando no habían toallas menstruales en la tienda: tampones o pañales para adultos.

En esta ocasión, llevaba tampones. Sentía lástima por todas esas mujeres que tenían la necesidad de meterse algodón comprimido por su orificio.

Dabi abrió la puerta del sótano con la caja de tampones en una de sus manos. No escucho nada, por lo que pensó que estabas dormida.

Bajó las escaleras con calma, esperando que no te despertaras e hicieras un alboroto. Cuando la luz del sótano le iluminó el rostro y te vio, dejó caer la caja por la sorpresa.

No estabas dormida.

Debajo de tus manos, había un pequeño charco de sangre y en tus muñecas, se notaban varios cortes en horizontal por todo tu antebrazo.

Tardó dos segundos en caer en cuenta de que te estabas desangrando. Parpadeó y se dio media vuelta para subir las escaleras con toda prisa. Dio vuelta a la derecha, a la cocina. Buscó entre las gabetas como desesperado mientras en su cabeza se escuchaba un cronómetro.

Encontró lo que tanto buscaba: hilo y aguja. No dudo ni un segundo en tomarlos y regresó al sótano tan rápido como se fue.

Casi se cae mientras bajaba las escaleras. Se tiró al suelo frente a ti. Luego, tomó tu muñeca izquierda para empezar a suturar las heridas. Habían dos grandes cortes en cada mano que estaba provocando el sangrado.

Para su suerte, logró detener la hemorragia y se atrevió a colocar su cabeza contra tu pecho. Tu corazón seguía latiendo.

Todavía estabas viva.

— Mierda — espetó antes de acurrucarse sobre tu regazo.

Tardaste varias horas antes de despertar. Pensaste que por fin habías llegado al cielo, pero incluso cuando abriste los ojos, tuviste la sensación de que por alguna u otra razón, te habían condenado al infierno. Eso fue antes de que vieras a Dabi sobre tus piernas, profundamente dormido. En ese momento, supiste que no habías muerto.

Era dueño hasta de tu propia muerte, al parecer.

No pudiste evitar llorar de impotencia. Tus lágrimas cayeron sobre tu barbilla hacia el rostro carcomido de tu secuestrador. Esto provocó que se despertara. Levantó la cara para observar tu triste agonía.

Incluso si no me amas; DabiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora