Cᴀᴘɪ́ᴛᴜʟᴏ ₃﹕ Vɪᴅʀɪᴏs

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Yūma y tú estaban viendo la televisión. Una película animada. No tenías ni idea si era nueva, pero al parecer sí por que Yūma estaba emocionado al verla. Estaba acostado a tu lado. Tenías la cabeza sobre la palma de tu mano izquierda y tu cuerpo estaba dándole la espalda a la puerta del sótano. Estaban cubiertos por una manta calientita azul con osos.

Comenzabas a tener sueño. Tus parpados pesaban y bostezabas continuamente. Te tallaste los ojos para que se te fuera la sensación de cansancio.

— ¿Tienes sueño, mami? — preguntó Yūma al verte bostezar.

— Algo — respondiste.

Él se sentó en la cama. Se acercó a ti, te tomó de la cara y te dio un beso en la frente.

— Buenas noches, mami — murmuró con su dulce voz. Sonreíste ante el gesto y fue la cara de tu pequeño hijo lo último que viste antes de caer dormida por completo. Fue como un parpadeo cuando te despertaste, pero Yūma ya no estaba a tu lado. La televisión estaba apagada. El pánico te lleno por completo así que te moviste por la cama lo más que la cadena te dejo y te asomaste a la habitación que había más allá de la televisión.

Era la habitación de Yūma.

No había puerta, solo un hoyo. Las paredes eran color crema. Había una cama individual, acolchonada y con una manta de color azul marino suave. Había cuatro peluches que su padre le había traído: Un peluche de conejo, uno de dinosaurio, uno de un panda y un muñeco de trapo que parecía ser de Endeavor. Había una lámpara sobre una mesita de noche, era especial ya que la luz salía en forma de estrellas. Más allá no sabes cómo se ve su habitación. Sabes que hay un cofre de juguetes, un escritorio, una silla, una estantería con libros, una tableta, una computadora y un wokie-takie.

Sobre la cama estaba Yūma durmiendo, envuelto en su manta y abrazado a su conejito de peluche que se llamaba Mr. Chuckle Pik. Le faltaba un ojo, pero eso no era impedimento para quererlo con toda la fuerza de su pequeño corazón.

Se veía profundamente dormido y te alegraste por eso. Miraste la hora en el reloj de pared que tenían y la única forma de saber cuándo terminaba el día. 7:53 a.m.

Miraste tu mesita de noche que siempre estaba del lado izquierdo. Estaba encima el vaso de agua de naranja. Extendiste tu brazo lo más que pudiste hacia el vaso, pero no lo alcanzaste. Tus movimientos estaban limitados, por lo que la desesperación empezó a invadir tu ser. Volviste a extender tu mano con más urgencia.

Lograste agarrar el vaso. Volviste a sentarte como anteriormente y lanzaste el vaso al suelo. Miraste a tu hijo para ver si no se había despertado por el impacto, pero él seguía tranquilamente dormido.

Este se rompió en muchos fragmentos. Tomaste el fragmento más grande. Quitaste la manta de encima de tuyo y acercaste el pedazo de vidrio a tu pierna encadenada. Con tu otra mano, agarraste una almohada. La mordiste antes de comenzar a cortar tu piel con el vidrio.

Algunas lágrimas cayeron por tus mejillas, pero eso no te detuvo para continuar. Una vez terminaste, escondiste el pedazo de vidrio ensangrentado debajo de la almohada. Te habías hecho una herida no tan profunda alrededor de tu pierna encadenada.

Justo en ese momento, la puerta del sótano se abrió y Dabi comenzó a bajar las escaleras. Tú trataste de hacerte la dormida, pero te sentías algo nerviosa. Te temblaba el cuerpo y no podías controlarte.

— Ya sé que no estás dormida — habló él, — El efecto de la pasilla ya se te pasó.

Abriste los ojos y lo viste frente a ti. Estaba igual que ayer. Los mismos ojos, el mismo pelo. Su mano te acarició la mejilla. Seguiste temblando, aunque quisiste controlarlo, pero no pudiste.

— ¿Cómo estás? ¿Tienes hambre? — preguntó él. No respondiste, — ¿Cómo vas con el bebé?

Su mano pasó a acariciar tu vientre abultado. 7 meses. No tenías ni la menor idea si era un varón o una mujer. Tenías tan pocos conocimientos sobre ese embarazo —por no decir nulos—.

— Esperemos que sea otro niño ¿no? — dijo Dabi, mirándote directamente a los ojos. Asentiste lentamente. Él miró algo en el suelo y luego volvió a verte a ti. Olvidaste esconder los demás pedazos de vidrio del vaso.

Pasaste saliva, nerviosa ante su mirada.

— Antes de dormir, Yūma me dejo agua e intenté agarrarlo, pero se me cayó — respondiste. Él entrecerró los ojos. Miró nuevamente el suelo.

— ¿Qué te pasó en el pie? — preguntó. Su voz retumbó en tu pecho y te sentiste más nerviosa.

— Me corté con el vidrio roto

— Sube el pie a la cama. Te voy a curar — anunció mientras iba por el botiquín de primeros auxilios. Hiciste lo que se te pidió, estabas ansiosa. Él regresó con el botiquín y una llave. Te sentiste nerviosa cuando viste ese pedazo de metal en sus manos. Agarró tu pie, lo colocó sobre su regazo y con la llave te quito la cadena del pie.

Esperaste a que tu pie estuviera totalmente librea para tomar fuerza y darle una patada en el pecho. No tenías mucha fuerza comparada con él, pero el golpe fue lo suficientemente efectivo como para darte tiempo para levantarte y correr hacia las escaleras del sótano.

Tu corazón latía con fuerza. Tus piernas flaquearon y te tropezaste con uno de los juguetes de Yūma. Caíste al suelo boca abajo.

— ¡Mierda (Nombre)! — gritó Dabi con furia mientras te retorcías en el suelo del dolor. Te agarraste el estómago con fuerza. Tus lágrimas comenzaron a salir de tus ojos al mismo tiempo que el dolor en tu vientre se intensificaba, — ¡¡Yūma!!

Dabi caminó rápidamente hacia dónde estabas tú. Te miró con furia antes de levantarte del suelo y llevarte nuevamente a la cama. Yūma apareció en escena, bostezando y con una mueca adormilada. Seguiste llorando cuando Dabi volvió a encadenarte.

— Tráeme el wokie-takie — ordenó el mayor. Tu hijo obedeció rápidamente al verte llorando y le llevo lo que le pidió. Dabi tomó el wokie-takie y se lo pego a la oreja, — Doctor Ujiko ¿podría venir? Me urge que venga.

— Claro — se escuchó la voz por el wokie-takie. Luego de eso, se escuchó un ruido arriba, seguido con el crujir de las escaleras y ahí apareció el doctor Ujiko.

— ¿Qué sucede, Dabi? — preguntó acercándose a él.

— Ella se cayó y se golpeó el estómago — respondió con cierta preocupación reflejada en su voz. Inmediatamente el doctor se acercó a ti y comenzó a revisarte.

Te aterraste más cuando sentiste que algo comenzaba a resbalar por tus piernas. Algún líquido. El temor te invadió el cuerpo y te hizo temblar. El doctor hizo una mueca que solo hizo que te preocuparas más. Miraste a Dabi, quien estaba viendo lo mismo que el doctor.

— Padre ¿Por qué mami está sangrando? — preguntó Yūma aterrado ante la escena.

— Ve arriba — le ordenó. El pequeño pelirrojo te miró con preocupación mientras subía las escaleras. Seguiste llorando mientras más tiempo pasaba.

— Dabi, te recomiendo que subas con Yūma. Yo ayudare a (Nombre) — exclamó el doctor al de pelos negros. Él volvió a mirarte y se fue. Te quedaste sola con el doctor, quien te miró con lástima, — Lo siento mucho, (Nombre).

(...)

Te quedaste acostada, inmóvil durante el resto del día. Yūma tenía prohibido bajar al menos por ese lapso de tiempo. El doctor te limpió bien y se llevó los restos como las veces anteriores.

Tu vientre abultado había desaparecido.

Tu cuerpo estaba débil y tu corazón daba latidos de dolor y tristeza. Abrazaste con más fuerza la almohada que tenías cerca. Escuchaste pasos detrás de ti

Luego sentiste que se detuvo detrás de ti. Acarició tu cabeza con suavidad mientras cerrabas los ojos con fuerza. Deseabas tanto despertar de esta pesadilla, que todo fuera tan falso y que todo siguiera como debió ser.

Él te dio un beso en la mejilla antes de desaparecer por las escaleras. Te hiciste bolita mientras las lágrimas escurrían por tus cuencas y deseabas un abrazo de tu amado Yūma.

Incluso si no me amas; DabiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora