Cᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ ³⁴ : Cᴀᴜᴛɪᴠᴇʀɪᴏ

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Abriste los ojos poco a poco. El dolor que se apoderó en todo tu cuerpo mediante tu conciencia regresaba a flote. La visión todavía la tenías borrosa, pero eventualmente mejoró.

El primer escenario que vieron tus ojos fue un cuarto de piedra con una bombilla colgando del techo y el olor a putrefacción, humedad y suciedad abundaba en el ambiente. Intentaste ponerte de pie, pero tanto tus manos como tus pies estaban encadenados a la pared.

El sonido de las cadenas moviéndose desesperadas para poder liberarte resonaron por las cuatro paredes. Utilizaste tu quirk. Envolviste tu mano en un campo de fuerza para empezar a golpear las cadenas con toda tu furia.

Tenías escasos recuerdos de lo que había sucedido. Lo más vivído que tenías era el rostro de aquel desquiciado acosador. De cualquier forma, te apresuraste a quitarte todas esas molestas ataduras de metal. Fue más sencillo de lo que creíste. Te pusiste de pie con rapidez, aunque te tambaleaste un poco.

Corriste hacia la puerta frente a ti y la abriste con cuidado. Detrás de la puerta, había una escaleras que daban a otra puerta hacia arriba. Los escalones estaban a oscuras y la luz por debajo de la puerta era la única fuente de iluminación en esa peligrosa travesía. Tomaste valor para subir de dos en dos las escaleras.

Realmente estabas ansiosa por ir a partirle el culo a ese degenerado. Tomaste la perilla de la puerta superior y la giraste con decisión. No obstante, antes de que pudieras abrir la puerta, está misma lo hizo por sí sola.

En realidad, no.

Alguien la abrió del otro lado.

Fue todo muy rápido. De la puerta, apareció el loco que te trajo aquí. Su mano izquierda estaba sobre la manija y la derecha estaba extendida. Sobre su palma, había un montículo de polvo rosado.

— ¡Boo!

Sopló el polvo que te cayó directamente a la cara. Por inercia, lo inhalaste además de que te entró a los ojos. Te dejo mareada y con los sentidos nublados. Como si no fuera suficiente, sentiste como su mano se apoyaba sobre tu hombro y te daba un empujón hacia atrás.

En menos de un segundo, tu cuerpo estaba cayendo por las escaleras de regreso del hoyo de dónde escapaste. Te golpeaste todas las partes de tu cuerpo, desde los brazos hasta las piernas y la cabeza. Fue doloroso. Demasiado.

Tan doloroso que no pudiste ponerte de pie. Fuiste torturada por el sonido de tu secuestrador bajando por las escaleras con suma paciencia. Rodeó tu cuerpo que seguía sobre el suelo y colocó la suela de su bota sobre tu espalda.

— ¿Ya te quieres ir? — preguntó —. Si a penas empezamos.

— ¿Qué quieres de mí, maldito loco? — le dijiste, mordiendo el polvo.

— Oh, ya te lo había dicho — murmuró. Extendió el brazo hacia tu cabeza y te tomó por el cabello. Te forzó a levantar la cara pare verlo —. No descansaré hasta que me ames.

Frunciste las cejas con odio.

— Estás enfermo — dijiste.

Él esbozó una sonrisa.

— Eso no lo decías antes.

No entendiste su comentario. Te dio igual realmente. Ni siquiera le diste la importancia debida porque el desquiciado te levantó del suelo con toda la brusquedad del mundo. Te arrastro por el suelo hacia las cadenas.

Aprovecho que todavía estabas mareada por la droga para volver a encadenarte a la pared. La única diferencia es que solo te ató de las muñecas, dejando tus pies libres.

— ¡Déjame ir, maldito depravado! — le gritaste.

Ignoró tu voz. Se alejó de ti, de repente. Pensaste que sería una buena oportunidad para quitarte las cadenas, ya que se había dado la vuelta, estaba de espaldas y además parecía estar buscando algo. Estaba distraído, sería una pena que le patearas el culo en ese instante.

Incluso si no me amas; DabiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora