La Revelación

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"Los que esperan a la mayoría de edad para empezar a vivir su vida, serán los primeros en darse cuenta de que ya lo perdieron todo"

Eran las palabras de mi abuela cada que le preguntaba sobre La Revelación, con sus ojos marrones perdidos en algún lugar de la oscuridad, era ciega. Ella, a sus 86 años, trataba a la ceremonia de mayoría de edad como algo sin valor, sin importancia.

A diferencia de todos los que vivían en Ravine.

Y sin quererlo, o quizá así lo había planeado, había pasado su desinterés a mí, tanto, que dejé de preguntar a los 10, me perdía en mi imaginación cuando en clase lo nombraban, lo cual era bastante a menudo, e incluso ahora, a un par de horas de la ceremonia, me encontraba en casa intentando encontrar al gato de la abuela que se había asustado luego de que uno de los fuegos artificiales para la ceremonia de esa tarde detonara en el cielo por error.

-¡Nana, busca detrás de la nevera!- grité desde el piso de arriba.

Me encontraba con las palmas de las manos y las rodillas pegadas al suelo, buscando bajo todos los muebles del cuarto de Nana.

Podía ver como mi ropa de la ceremonia empezaba a mostrar marcas en las rodillas, lancé un suspiro y me senté, sacudiendo mis manos, no estaba emocionada por ese día, o eso quería creer, la verdad es que me sentía culpable.

Desde que somos pequeños, nos orientan al estudio de los dioses, tanto los que pertenecen a la luz como a los de la oscuridad, nunca lo había hecho, conocía algunos, claramente, los más populares y poderosos.

Pero había tantos, que era de esperarse que, para conocerlos a todos y tomar una decisión, necesites años enteros de estudios.

Años que yo no tenía.

-¡Lo encontré!- gritó Nana desde abajo.

Respiré hondo asintiendo.

Me puse de pie sacudiendo el vestido color perla que me quedaba poco más abajo de las rodillas y me dirigí hacia el piso de abajo, viendo como Nana se sentaba en el sofá antiguo, con Jux en las piernas.

-¿Dónde estaba?

-detrás del televisor- suspiró volviendo la mirada hacia mí.

Sus ojos viajaron de mi vestido a mi rostro, me fue imposible leer su expresión.

-deberías apresurarte, se te hará tarde- musitó volviendo la mirada hacia el gato naranja en su regazo.

Mostré una sonrisa algo insegura y asentí.

Dejé que mis pies se dirigieran a la puerta de madera y coloqué una mano sobre el picaporte, pero me quedé de pie en ese lugar por algunos segundos, viendo mi mano sobre el metal dorado.

-Nana... ¿Y si elijo mal? - pregunté, sintiendo un ligero temblor en la voz.

Hubo un silencio, lo único que pude distinguir fueron los ronroneos de Jux. Luego el típico rechinido del sofá.

-Yena...-me volví cuando la voz de mi abuela llegó hasta mí.

Sus manos se colocaron con delicadeza sobre mis hombros y sus ojos se dirigieron a los míos.

-No importa a quién elijas... tu vida, tu futuro... eso lo construyes tú, nadie más, en especial un dios- una dulce sonrisa se mostró en su rostro- sigue a tu corazón, sigue tu propio camino.

Sonreí, sintiendo el usual calor en mi pecho que aparecía cuando Nana hablaba.

-te veré en un par de horas en el arco- suspiró pasando una de sus manos por mi cabello ondulado, colocando un par de mechones tras mi oreja.

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