Entre oscuridades opuestas

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Esa noche mis pensamientos estuvieron por todos lados, supuse que me quedé dormida como a las cuatro de la mañana, escuchando como aquel constante chirrido llenaba las calles varias veces en una misma hora.

Al parecer eran sistemas de defensa que se activaban cada que alguien pasaba por callejones oscuros, calles sin luz, etc. Se suponía que servían para dos cosas, alertar a las autoridades de que había movimiento en las noches, y decirles a los vecinos "Cuidado, hay alguien cerca"

Pero lo que más mantuvo mis ojos despiertos durante tantas horas, fue la constante mirada de Aris desde la ventana. No decía nada, no se acercaba, ni siquiera venía a tomar mi mano como al parecer ya se le había hecho costumbre hacer mientras yo dormía. Incluso cuando no estaba teniendo pesadillas.

-Mi Dalia- susurró Nana.

Era de mañana, sus ojos estaban muy cerca de mi rostro, estaban rojos, como si hubiera llorado por horas.

Fruncí levemente el ceño, todavía dentro del estupor del sueño profundo del que acababa de despertar.

-Nana ¿Qué ocurre?

-Hay, hay personas abajo que quieren hablar- dijo- Jurados.

Eso terminó por despertarme por completo, me senté en la cama de un salto. ¿Qué hacían los jurados en nuestra casa?

-Escúchame- tomó mis mejillas y me obligó a verla a los ojos- Tu dios, diles que es Micte, corto para Mictecacihuatl.

-¿Qué?

-Ten- me entregó un amuleto que pasó sobre mi cabeza y lo colgó alrededor de mi cuello.

-Nana.

-Diles, por favor-asintió.

Volví la mirada hacia Aris quien había aparecido, viendo con desprecio el collar en mi cuello.

-¡No puedes portar el amuleto de otro dios, humana!- gruñó.

-Cinco minutos- contestó Nana- por favor.

Fruncí el ceño, por un segundo pensé que había escuchado a Aris, pero ella seguía mirándome. Rogándome con la mirada. Al final asentí.

-Solo por cinco minutos- alcé la mirada hacia Aris.

Tensó la mandíbula y volvió la mirada hacia la puerta, donde Alden aparecía, fuera de sus pijamas.

-Vamos, hay que enfrentarnos a esto- dijo él, con la mirada baja.



Nos sentamos en el sofá, mientras dos Jurados con uniformes oscuros se erguían frente al viejo televisor. Su hombros anchos y posturas rígidas me hacían querer no enfrentarme a ellos.

Uno de ellos, el de la izquierda, tenía una cicatriz en la comisura de sus labios, lo que lo hacía parecer que sonreía. El segundo, portaba con una medalla que cubría la parte superior izquierda de su pecho. No lo reconocía, ni a su medalla.

-Yena Deane, Alden Sage- la mirada del hombre con la medalla pasó por mi y luego por Alden- Necesitamos que contesten unas preguntas en relación con su participación en el grupo La Marea.

-¿Participación?

Alden me miró por el rabillo del ojo, mientras que Nana, de pie en la base de la escalera, tensaba los músculos de su cuerpo y volvía la mirada hacia la ventana al lado de la puerta.

-Parece que los miembros del grupo les tienen un especial interés a ustedes dos- asintió el hombre con su mirada inquisitiva.

-¿Y por qué somos nosotros los interrogados? ¿No deberían ser ellos? - pregunta Alden con el ceño fruncido- Si estuvieran preocupados por nosotros nos deberían poner Protectores. Pero no creo que de eso se trate todo esto.

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