Ese viernes en la noche, Vallie me confirmó, aun con más certeza, que me llevaría todos los días de vuelta a mi casa, no hablamos de nada en especial en el camino, pero sabía que había visto las noticias.
Y al parecer todos en Ravine las habían visto, parecía que todos hablaban de eso, en el Centrum habíamos escuchado a un par de personas comentar sobre la noticia, en la biblioteca que, aunque no iba mucha gente, se podían escuchar pequeñas conversaciones de vez en cuando.
Cualquiera pensaría que un asesino en la ciudad sería algo terrible, y las personas se preocuparían por ello, pero no parecía ser el caso, todos hablaban de eso, si... pero nadie lucía preocupado, todos lo contaban como un chisme, con los ojos abiertos de par en par y con una muestra de sonrisa casi asomándose por la comisura de los labios, como si estuvieran felices de que estuviera pasando, pero no quisieran mostrarlo.
Claro, a la mayoría no les afectaría, era obvio que había un patrón bastante claro en las víctimas, pero aquellos de nosotros que entrabamos en su categoría a la perfección... nosotros si estábamos temblando, unos de rabia, otros de miedo... y a nadie parecía interesarle.
Esa noche me dejé caer sobre la cama, me encontraba mirando el techo, pensaba en Nana, en el profesor Darius, en Alden... en todos los de el grupo de los viernes, ¿Cómo se estarían sintiendo ellos?
Alcé las manos al nivel de mis ojos, aquellas marcas negras me hicieron sentir en peligro, solo Nana y Vallie sabían de ellas, las había logrado ocultar con éxito toda la semana, pero pronto llegaría la época de mucho calor y usar guantes representaría un problema.
Recordé al dios, no lo había visto desde la tarde en el Centrum, había desaparecido luego de ver las noticias, su mirada de miedo aún se encontraba grabada en mi cabeza, recordé que aún no sabía nada sobre él, pero ya no tenía dónde más buscar.
Los libros no servían...
El internet y sus millones de páginas no arrojaban nada...
A ese punto era mejor rendirme. Aunque mi curiosidad no dejaba de crecer, necesitaba saber, necesitaba su nombre.
No me di cuenta cuando me dormí, ni cuando alguien me cubrió con una manta a mitad de la noche, lo único que sentí fue a la mañana siguiente, cuando un ruido fuerte me hizo levantarme de un salto de la cama.
Mis pies descalzos terminaron sobre el piso helado, mi respiración entrecortada y mi mirada recorriendo la habitación me mantuvieron alerta por unos segundos, buscando el origen del ruido.
Y lo encontré casi enseguida.
-los sábados son míos, ¿Lo olvidaste?- aquel dios se hallaba recostado de una de las paredes, con los brazos cruzados sobre su pecho y una expresión de pocos amigos.
-¿Qué fue eso?- solté, frunciendo el ceño mientras volvía a la cama, sentándome, subiendo los pies hacia las cobijas y peinando los mechones de cabello que se habían soltado del moño que había hecho la noche anterior.
-arréglate, me llevarás al centro el día de hoy- dijo, sin responder a mi pregunta.
-...es el único día en que puedo... ¡Son las siete de la mañana!- lancé un gruñido mientras veía la hora en el celular que había dejado en la mesita al lado de la cama.
-no lo diré una segunda vez, humana... arréglate... o haré que salgas de esa forma a la calle- suspiró, separándose de la pared y acercándose a la cama.
-¡Bien!- gruñí, saliendo de nuevo del calor de las cobijas y empezando a buscar algo de ropa para ponerme.
No había lavado ropa y esa semana había usado todo lo decente que tenía en el closet.
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Claroscuro
FantasyTodos los jóvenes que cumplen la mayoría de edad deben elegir un dios de la luz o de la oscuridad como su guía. Yena lo sabía, pero ese día llegó más rápido de lo que pensó y tomando una decisión al azar, terminó con un Dios sin nombre a su lado y u...