Llevaban una vida tranquila. No eran ricas, se mantenían en el estatus social medio y eso para unas jóvenes como ellas, era más que suficiente. La profesión de Mariana ayudaba a ello. Siempre fue una joven optimista y se basó en esa actitud para no poner en dudas sus esfuerzos y así, lograr todo que un día se planteó. Ahora la vida que llevaban proclamaba un cambio brusco y radical en todos los aspectos. De momento la ligera brisa que siempre las acompañaba, había cambiado el rumbo y había intensificado sus rachas, hasta ser casi insoportables.
Lidia se había aferrado a la idea de encontrar aquella actriz que diez años atrás las sacó del infierno en el que vivían. La adolescente de quince años, le imploró, casi se arrodilló y ella no era quien para decir que no a una petición de la única persona que le importa en la Tierra. Encontrar a una rubia, de metro ochenta, que un día puso en riesgo su propia vida por salvarlas a ellas y que había desaparecido misteriosamente, no iba a ser nada fácil. Pero, su hermana era tan obstinada que no le quedó de otra que prometerle que al menos, lo iba a intentar.
Mariana actuaba según las circunstancias. No le gustaba tomar decisiones a la ligera a menos cuando se trataba de su hermana. Por ello, ahora esperaba junto a Lidia, a la señora que trajo al mundo al monstruo de su padre. Habían concretado una cita en unos de los edificios cabecera de las diversas empresas que existían en las ciudades más grandes del país, sin mencionar las que ya tenían un reinado en el extranjero.
Se habían alojado en un hotel cinco estrellas en el centro de la ciudad, hacía ya dos semanas. Muchas veces se preguntó si esa rubia de ojos negros las había olvidado, si en donde fuera que estuviera, aún pensaba en ellas. Porque, a diferencia de ella, su hermana si la traía a relucir cada vez que tenía una oportunidad.
—¿Crees que estará ahí? —preguntó Lidia mirando, embelesada, hacia la gran ciudad por los enormes ventanales de la que será en pocos días su área de trabajo.
Mariana pensó que sí, que tal vez entre los miles de habitantes de aquella bulliciosa ciudad, estaba ella, su salvadora.
—No sé. Tal vez si, tal vez no.
—¿No tienes esperanza de encontrarla algún día?
—Han pasado diez años, cinco desde que no se sabe nada de ella. No es por exagerar, Lidia, pero las esperanzas por encontrarla son cada vez más escasas.
—¿Tan rápido te has olvidado de ella? —la adolescente se voltea para mirarla, algo irritada por la actitud pesimista de su hermana.
—No princesa, no podría olvidarla nunca.
—Pareciera que si —replicó su hermana enojada—. Pones tanto interés en buscarla que apenas mueves las pestañas para hacerlo.
—Lidia, la realidad es cruel y no quiero que te ilusiones. Puede que la encontremos en una esquina, como también que nunca la hallemos. Es duro princesa, pero hay que aprender a vivir con eso.
—Solo tenía cinco años y he olvidado más el rostro de mi padre que el de ella.
—Porque ella en tres meses nos dio más que el monstruo ese —Mariana se acerca y le acaricia la barbilla y la atrae a ella abrazándola.
Lidia es casi de su tamaño, en unos años la pasará en altura y sonríe ente este hecho, ya la imagina burlándose de ella.
—Eso es una señal.
Lidia señala la televisión donde pasan noticias de última hora y estas van más que relacionadas con Samanta Guerra. Algún periodista la recordó y se esforzó en escribir un relato para que no se olvidaran de que la perfección en el cine existe.
—No es señal, princesa, son fotos viejas —Mariana trata de ocultar el sobresalto que tuvo al ver las fotos de Samanta en la colorida pantalla.
—Estamos en su ciudad, que también es la nuestra. Estamos hablando de ella y ahí está. Además, esas fotos nunca las había visto, su pelo era rubio, no negro.
Mariana no dijo nada. La mayor de las hermanas se había quedado absorta, con la mirada fija en aquellas nuevas imágenes donde mostraban a una Samanta totalmente diferente. El golpe en el estómago fue tal que pensó que tendría que salir al baño a vomitar. Estaba preparada para buscarla, pero no para que apareciera de la nada. Había cambiado mucho, ya no era rubia, como decía Lidia. Ahora su cabello negro, corto, proporcionaban un contraste muy llamativo y junto a sus ojos oscuros, formaban una combinación casi mortal. Aunque su perfil seguía guardando los rasgos de belleza perfecta, el cabello cortado de aquella manera la hacía ver más atrevida, más coqueta.
—Mariana, esas fotos son resientes. Va a volver al cine, mejor dicho, a estrenar película.
—Si, pequeña, ya lo estoy viendo, no hace falta que lo repitas.
—Es que parece que andas en babi, llegando a lonia —Mariana tuvo que reír para ocultar el escozor en el pecho. Su respiración se había distorsionado y los latidos de su corazón se habían vuelto loco.
—Que ocurrencias las tuyas.
—Oh, Dios, ¡que alegría! —Lidia casi saltaba de felicidad ante las noticias que habían pasado en la televisión.
—Es raro —dice la mayor pensativa.
—Raro, ¿por qué? —Lidia la mira extraño.
—Muere nuestro padre y ella estrena película.
Lidia va a hablar, pero los toques en la puerta la interrumpen. Mariana apaga la televisión y abre para que la señora que esperaban entre con toda confianza.
—Tenemos que buscarla.
—Lidia.
Mariana trata de calmar el remolino de emociones en su interior, pero estas son tan potentes que opta por suspirar audiblemente. La conexión que tuvo hace diez años con aquellos ojos negros es algo que la va a perseguir de por vida.
—¿Buscar a quién? —pregunta la recién llegada.
—Tú no te metas en esto —el tono de Mariana no da cavidad a bromas.
—A Samanta Guerra, es lo que más he deseado desde que llegué aquí.
Lidia ignora la mirada enfadada de su hermana y pone sus esperanzas en la sonrisa que la señora le regala.
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Bajo el reflejo de tu actuación.
RomanceUna actriz reconocida. Una empresaria con cicatrices, tanto físicas como psicológicas. Un pasado las une con lazos imposibles de romper. Un deseo inmenso de protección hacia la misma persona las une más de lo que piensan y poco a poco van saliendo a...