Capítulo 8.

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Un puño al aire con su mano derecha, un gancho abajo con la izquierda, todo esto seguido por varias patadas, es la secuencia de golpes que Mariana deja caer sobre un saco de boxeo. Las gotas de sudor empapan su cuerpo y la fina tela de la camiseta que lleva puesta no deja duda de ello. Desequilibrio mental es lo que tiene y necesita liberar su mente de pensamientos demasiados subidos de tono. Le urge liberar el estrés acumulado en todos los días anteriores, porque se le está haciendo difícil concentrarse en temas que requieren toda su atención. Entre el traslado de ciudad, rutina y todo lo que conlleva un cambio estaba haciendo mella en ella de manera brusca e inaceptable. El peso de la responsabilidad que caía sobre sus hombros aún no lo logra asimilar. Mantener en alta escala los negocios del monstruo de su padre, eran motivos suficientes para llevar una vida llena de agobio y preocupaciones.

Sumándole a todo esto, la premier de la película a la que asistió junto a su hermana y Eleonor, semanas atrás. Tener a Samanta, la salvadora de su libertad a escasos metros de distancia y no atreverse a acercarse la llenaba de remordimiento y culpa. La actriz no tenía que pagar por sus sentimientos fuera de contorno, ella solo las había salvado de llevar una vida oscura, ligada al maltrato.

Dejó ir un golpe más fuerte y un dolor agudo le recorrió el dorso de la mano.

—Joder —bufa en voz baja.

Se aleja del saco de boxeo y seca el sudor de su frente. Pasea la mirada por el gimnasio y sonríe a varias personas que se habían quedado mirándola.

—¿Todo bien?

Se acerca un entrenador a ella y le entrega una botella de agua.

—Ahora sí, gracias.

Da un sorbo de agua y suspira aliviada. Su mano le duele, pero le resta interés al sentir que va disminuyendo el escozor.

—Atacaste ese saco con unas ganas, que llegué a temer por él, también que podías terminar lastimándote —dice una voz a su espalda y Mariana se gira para contemplar a la dueña de esa hermosa melodía.

Una rubia casi de su estatura le sonríe y le ofrece una mano en modo de saludo.

—Hola, mi nombre es Maritza, la entrenadora de boxeo.

—Hola, el mío Mariana, una cliente más.

La rubia amplía su sonrisa y la mira de arriba abajo, para la ojiverde no pasa desapercibido un gesto de seducción en el rostro de la entrenadora. Sonríe internamente, aún conserva el aire de irresistible a su alrededor, eso hace que las mujeres caigan bajo su encanto sin tener siquiera que emplear palabras para ello.

—Deberías de parar, ese último golpe no fue nada certero, casi te lastimas.

—Si, ya me avisó la mano.

—¿Me dejas verla? —pregunta la rubia haciendo seña hacia la derecha.

—Si deseas —Mariana la mira fijamente. No le es tan difícil darse cuenta cuando una mujer la desea y la rubia se lo ha puesto muy fácil.

—Mucho.

Se retira el guante y sigue a Maritza hasta llegar a un despacho. El lugar es pequeño, pero acogedor, amueblado con justo lo necesario, una mesa, tres sillas, una computadora y un estante lleno de libros y carpetas de archivos.

—Siéntate —pide la rubia amablemente y rodea el escritorio para coger una pomada que guarda en unas de las gavetas.

—Gracias.

—Veamos esa mano.

Mariana la observa de cerca. Sus ojos color café, son grandes y expresivos. Las pestañas gruesas le dan un toque travieso y a la vez angelical a su rostro. La pequeña nariz hace contraste con su boca mediana de labios ligeramente finos. Es atractiva, no hasta quitar el aliento como Samanta, pero es lo suficiente como para llamar su atención.

Bajo el reflejo de tu actuación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora