Capítulo 6.

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El agua caliente acaricia su piel y siente que el calor de esta le reconforta hasta el alma. Siente que el estrés acumulado pocas horas atrás, va desapareciendo al pasar los segundos. Discutir sobre métodos analíticos económicos, buscar soluciones para mantener un balance positivo, puede generar un agotamiento mental profundo y mucho más si la discusión es con persona que piensan que, por ser mujer, no puede estar a la altura de un negocio tan amplio como el de su padre.

Mariana pasa la esponja por su espalda todo lo que el brazo le permite y se queda quieta en un punto específico. Sabe que una de las cicatrices más grande está ahí y quiere cerciorarse de que no ha disminuido. Tal vez su dolor nunca disminuya y tenga que vivir toda la vida en esa agonía. Piensa en su hermana y sonríe ante el alivio que causa Lidia inconscientemente en sus pensamientos. La adolescente es una obstinada, al final se salió con la suya y en unas horas estarán en el mismo sitio que Samanta Guerra, algo para lo cual no está preparada. Hacer ese sacrificio es tan enfermo y la trastorna tanto, que puede comparar lo que le hace sentir, recordar el motivo de porqué varias cicatrices adornan la piel de su cuerpo. Mueve la cabeza desechando la idea. Estar frente a Samanta nunca se puede comparar con la atrocidad que le hizo Fernando.

—¿Al final llevarás esmoquin? —la voz de su abuela la sorprende. La peli canosa está sentada en su cama, como si dueña fuera. No vacila en recorrerla con la mirada.

—Lo estás viendo, no sé a qué viene esa pregunta. Además, no es extraño para Lidia, siempre lo hago.

—Es una gala, donde las mujeres no suelen llevar esmoquin. Incluso, es raro ver alguna en esa vestimenta.

—Estoy dispuesta a romper esos parámetros —dice la joven dando la espalda y dejando caer la toalla que cubría su piel—. Tengo muchas huellas feas como podrás ver.

—Oh, querida —Eleonor se acerca a ella.

—No lo hagas —Mariana traga grueso—. Repudio que me toquen. No quiero decir o hacer algo de lo que me pueda arrepentir después.

La mayor detiene sus pasos y observa con dolor la espalda de su nieta. Una lágrima desciende por su mejilla y la recoge antes de que Mariana la vea. La joven se voltea y ella mueve el rostro a un lado.

—¿Podrías salir? Por favor —pide la menor con decisión.

—No.

Mariana vuelve a dar la espalda y busca en una gaveta, la ropa interior que usará esa noche. Se estremece al sentir de los dedos de su abuela por su espalda. Se queda quieta, ni siquiera hace el amago de apartarse. Pasan varios minutos y la joven decide voltearse para enfrentarla. La señora observa su abdomen y se estremece de dolor al ver la gran cicatriz que adorna la parte derecha de este. Suelta un gemido de dolor y Mariana puede ver la tristeza en aquel rostro marcado por la avanzada edad.

—¿Qué fue lo que hizo el hombre que traje al mundo?

Mariana deja que la toque y se da cuenta que no ha sentido repulsión, ni con ella, ni diez años atrás cuanto Samanta curó varias de sus cicatrices. Se deja envolver por los brazos de su abuela y por un momento se siente en paz bajo en efecto cariñoso que muestra la señora.

—¿Tu hermana también las tiene? —el sollozo de Eleonor sobresalta a la joven, pero lo oculta perfectamente.

—Solo en su espalda.

—¿Por qué no se las quitan?

—¿Por qué retirar de la piel, lo que aún sangra en el alma?

—Oh mi niña, cuanto lo siento.

Mariana no dice nada y se voltea para buscar la ropa interior, tampoco le hace tanta gracia estar posando desnuda para su abuela. Elige un conjunto de encaje rojo y Eleonor sonríe.

—¿Te piensas llevar a alguien a la cama esta noche?

—No. ¿Por qué?

La joven se coloca la ropa y sonríe ante la imagen que le regala un espejo. Si no fuera por las horribles cicatrices que adornan su piel, hasta ella misma se metiera mano. Sabe de los atributos que posee, que antes los ojos de los demás no pasa desapercibida, pero toda la seguridad que le dan las miradas cargadas de deseo, desaparece al recordad que sus feas marcas.

—Has elegido ese conjunto de encaje algo provocador.

—No soporto que me toquen, imagínate que me vean. Mi piel con estás marcas es deplorable, por si no te has dado cuenta.

Eleonor se acerca a ella, es tan alta como su nieta y esto le da ventaja. Deja un beso sobre su frente y la abraza.

Vieja aprovechada, piensa Mariana, mientras se deja abrazar.

—No eres deplorable, eres hermosa.

—Lo sé, una mujer hermosa, marcada para toda la vida, por el psicópata de su padre.

—Vístete y no deje que el odio y el rencor te heche a perder la noche —la señora la vuele a besar y se aleja hacia la puerta, ella también necesita desahogarse, ver esas profundas cicatrices le han dejado el corazón sin pálpitos.

—Ah, ¿Lidia estará de acuerdo en quitarse las de ellas? —señala el abdomen de Mariana, no se atreve a decir lo que piensa.

—Ese fue el trato, quitar esas horribles marcas de ella. Aun es una niña, no sabe la de desilusiones que ello le puede provocar en un futuro.

—Estoy de acuerdo con ello. No demores, ya queda poco tiempo y no queremos que tu hermana se ponga más histérica de lo que es.

Mariana ríe, Eleonor no deja de tener razón.

Bajo el reflejo de tu actuación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora