Capítulo 9.

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—Puedes detenerte un momento, por favor, me estás poniendo nerviosa a mí también —Lidia observa a su hermana exasperada por la actitud excitada de esta.

—Traro de calmarme, créeme, pero no puedo, ¿acaso no es suficiente para ti, verte con Samanta en cualquier lugar que tienes que traerla a casa? —Mariana la mira y suspira. Desea que todo eso sea solo un mal sueño.

—Traerla aquí era un hecho y tú lo sabes. Además, aquí es más tranquilo y seguro —Lidia sonríe ante el gesto incrédulo de la ojiverde—. Cuando salimos nos interrumpen mucho y ya estamos cansada de ello.

—¿Por qué esta casa y no la de ella?

—Porque tendría que atravesar toda la ciudad y ella no quiere que haga eso. Me sigue protegiendo, Mariana, después de tantos años, siento que me sigue protegiendo.

—Yo también te protejo, cariño. Daría mi vida de ser preciso por ti, nunca lo dudes.

—Lo sé, pero con ella es diferente. Se siente bien tener a alguien que no tiene nada familiar, ahí afuera, que está dispuesto a protegerte contra todo. Además, tenemos mucho que agradecerle.

—También sé eso, Lidia, pero no soporto la idea de tenerla de frente. Dios, me pone tan nerviosa.

—¿Nerviosa?

—Si, nerviosa y sabes que no me gusta tener esa sensación de vulnerabilidad ante nadie, y Samanta no es la excepción.

—Solo te pido que actúes bien y trates de controlarte. Porque a veces haces cosas que me desesperan, es como si hayas olvidado todo lo que hizo por nosotras.

—Nunca olvidaré lo que hizo por nosotras. Samanta es ese infinito en nuestra vida y lo tengo muy presente todo el tiempo.

—Pues parece que lo has hecho, actuando de esa manera.

—¿De qué manera actuó, según tú, mi pequeña?

—Como si la repudiaras.

Mariana se voltea y la mira con los ojos bien abiertos. Si Lidia supiera la verdad de sus sentimientos, jamás pensaría algo como eso.

—Nunca vuelvas a decir o a insinuar algo como eso, jamás, Lidia. Samanta es lo único bueno que nos ha podido suceder en la vida. Sin importar que me tiré delante de su auto, ella estuvo dispuesta a todo.

—Pues parece que se te menciona el diablo cada vez que escuchas su nombre. Lo que tienes que hacer es relajarte, aún quedan varias horas para que llegue —Mariana niega con la cabeza y se sienta en la cama, Lidia va hasta ella y la abraza—. Todos estos días me ha preguntado por ti y tú lo único que haces es esconderte.

—No sé cómo enfrentarla.

—Estar frente a ella no es un juicio. No tienes que enfrentarla. Ella te espera, tú solo, déjala entrar. Le debemos la libertar y sabes mejor que yo, que, gracias a ella, somos todo esto y más.

—¿Cómo podré soportarlo? De una manera u otra verla removerá mi pasado.

—Quizá sea diferente y lo que hagas es darte cuenta que ya el pasado está donde tiene que estar. Hazme el favor de no traerlo al presente. Samanta llega en menos de tres horas. Relájate por favor —Lidia camina hacia la puerta sonriendo ante el estado de su hermana. Que débil es ante la actriz.

—La vieja insoportable te ha ayudado, ¿verdad?

—No la llames así.

—Se mete en todo, ¿cómo quieres que la llame?

—No te soporto cuando te pones así. Date un baño con agua fría, para que bajes los altos grados de estupidez que tienes encima ahora mismo.

Lidia sale somatando la puerta y Mariana queda estupefacta, ¿desde cuándo su hermana le habla de esa manera? Todas sus emociones estaban patas arriba.

Había perdido el número de las veces que peinó su cabello con tal de regular sus nervios que terminó por esconder el peine, de esa forma guardaría más energía para el huracán que se avecinaba. Equilibrar sus emociones, es tan potente como la tortura de tener a la actriz bajo su mismo techo.

Un poco alterada, no dudó en salir en busca de su hermana para que le ayudara a escoger ropa, no quería exagerar delante de su mayor tormento. Con el cabello chorreando agua, su cuerpo mojado y cubierto por una diminuta toalla, salió por el pasillo.

—¡Lidia! —su grito resonó en toda la casa— ¿Dónde estás?

—En la cocina —respondió la adolescente con naturalidad.

—Oye, esto de recibir visitas no es lo mío.

Dice entrando como un torbellino a la cocina. Eleonor se lleva una mano a la boca, evitando soltar una carcajada, Mariana la mira con gesto molesto.

—Tú no digas nada, todo esto es culpa tuya.

La mayor levanta las manos en gesto de paz, pero sin borrar la risa del rostro. Lidia no logra frenarse y explota en una carcajada. Observa a su hermana negando con la cabeza.

—¿A ustedes dos que les pasa? —pregunta la ojiverde alternado la mirada entre cada una.

—Tú nunca estás preparada para recibir visita. Eres un desastre con una mente prodigiosa, cosa que es una combinación peligrosa.

—Necesito que me ayudes a escoger ropa.

Lidia no hace más que aumentar la risa.

—Ropa, ¿para qué?

—No te burles y tú tampoco —dice señalando a Eleonor.

—Mariana, estás a punto de cumplir veintiséis años, ¿no te da vergüenza pedirle ayuda a tu hermanita para escoger que ropa ponerte?

Mariana suspira y lleva una mano hasta el nudo de la toalla.

—¿Qué vas a hacer? —Lidia la detiene.

—Quedarme desnuda. Total, no tengo nada que Samanta no haya visto ya —Lidia sonríe y niega con la cabeza— ¿puedes dejar de reír? No es broma.

—Estás loca, mira todo el desastre que has hecho por la casa. ¿Qué va a pensar Samanta?

—Samanta es humana, sabe mejor que nosotras que es agua. Necesito que me ayudes a escoger que ponerme, por favor.

—Ah, pues te las arreglas tú sola —dice la menor pasando por su lado y siguiendo a su abuela hacia la salida de la cocina.

—No me dejes así.

Se da la vuelta y tuvo que reprimir un grito. La boca se le resecó y trago saliva para tratar de aligerar el nudo que se formó en su garganta. Samanta la observa desde una esquina, en silencio. Los ojos de la actriz brillan al recorrer su cuerpo semidesnudo y Mariana da un tras pie.

Bajo el reflejo de tu actuación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora