Los trámites de traslado no les tomó mucho tiempo, ya que contaban con la ventaja de haber nacido en aquella furiosa y glamurosa ciudad. Lidia se había descompensado con tanto ajetreo y encontró apoyo en Eleonor. Mariana agradeció la presencia de la señora en todo momento, su hermana cuando se sentía atacada emocionalmente, solía presentar los fuertes ataques de ansiedad que muchas veces sufría y un hombro de apoyo no les venía nada mal. La señora había exigido su presencia en esas gestiones y con la interferencia de un abogado fue todo más rápido.
Pareciera que su recién aparecida abuela lo que quería era ganar tiempo con ellas y aprovechar al máximo los segundos a su lado. Mariana no se opuso a ello, Lidia necesitaba mucho cariño, cuidados, cosas que ella le ofreció, pero sabía que no había sido suficiente para la adolescente. Ella más que afectos cariñosos, lo que ofreció fue protección. Lidia su adolescencia no la vivía como lo haría un joven de su edad. Ella se refugiaba en lagunas de recuerdos que no hacían más que entristecerla. Ni la psicóloga pudo hacer nada, más que mantenerse en contacto en caso de una recaída.
—Quiero ir al estreno —Mariana mira a su hermana levantando la cabeza por encima de una caja que la cubría.
—¿Cuál estreno? —trató de evadir el hormigueo en su estómago al pensar en Samanta.
—No te hagas la tonta, sabes muy bien de que estreno hablo. Tenemos suficiente dinero y me puedes regalar ese capricho.
—Con mi esfuerzo y la suerte que nos ha dado la vida, nunca nos ha faltado nada, mucho menos en dinero. Que no se te suba a la cabeza que ahora posees mucho más del que hayamos tenido alguna vez —Lidia la mira sin entender nada.
—¿Te has puesto nerviosa? —la adolescente sonríe y Mariana deja escapar un suspiro, es imposible engañar a su hermana.
—No hay que olvidar de dónde venimos, princesa. Que seamos millonarias no quiere decir que lo podamos conseguir todo.
—Pero esas entradas sí, sé que te puedes colar por el hoyo de una aguja. Además, es la primera cosa que te pido en mucho tiempo, no puedes decir que no.
—¿De qué entradas hablas? —Mariana suspira despistada.
—No te hagas la tonta, Mariana, ya te lo he dicho. Es el estreno de la película de Samanta, quiero estar en la premier.
—Lidia Garrido, eso que pides es imposible, a estas fechas ya todas las entradas se deben haber vendido.
—No es imposible, no hay nada que no hayas conseguido si te lo propones, eres mi guerrera favorita.
—Deja el chantaje, conmigo no cuela —Lidia sonríe.
—Además, Eleonor me ha dicho que puedo conseguir un buen puesto, no a su lado, pero si cerca. E incluso nos puede mezclar entre los pases vid y hablar directamente con ella.
—¿Por qué te obsesiona tanto la idea de verla?
—Ya sabes porqué, no hace falta que te lo repita, ¿no quieres tú hacerlo?
—¿El qué?
—¡Dios! Dame paciencia. No puedo contigo —la ojiverde ríe ante el desespero de su hermana—. Buscarla, Mariana. Agradecerle como realmente merece. Conocerla más a fondo. En resumen, mezclarnos con ella, inmiscuirnos en su vida.
—Calma, princesa —Mariana se pone de pie y va hasta donde está ella—. Si quiero ir a buscarla y estamparme en sus brazos como aquel día que nos salvó. Pero, han pasado muchos años, mi amor. No podemos aparecer así de la nada y querer adsorberla por completo. Ella tiene una vida, su espacio.
—Lo sé, pero me agobia que sigan pasando los días. Quiero que nos vea, que sepa todo los que hemos logrado, quitando la herencia, me da hasta vergüenza mencionarlo. Quiero que sepa que a pesar de todo lo que hemos sufrido, no nos detuvimos.
—Todo a su tiempo, cariño. Algo si te digo, debes estar preparada para su reacción.
—¿Por qué lo dices?
—Porque ya no somos aquellas niñas que ella rescató. Hemos crecido y hay una alta probabilidad de que no nos reconozca.
—Que desilusión si eso llegara a pasar. Pero dudo que no te reconozca a ti, no has cambiado mucho, por lo menos el rostro sigue siendo casi igual.
—Pero he cambiado, princesa y es una realidad que tenemos que aceptar. Y tú ya no eres una mocosa de cinco años, ahora eres una preciosa adolescente de quince.
—Lo que bien se aprende nunca se olvida y si ella se grabó tu rostro es imposible que no te reconozca.
—Tienes razón, pero los rostros cambian, tú misma viste el cambio en ella, solo conserva su perfil y el color negro de sus ojos.
—Viéndolo de esa manera no es tan fácil.
—Pero no imposible. ¿Cuándo es la premier?
—En una semana.
Lidia salta de alegría y se lanza a los brazos de su hermana, estos la reciben con fuerza. Mariana traga en seco. La idea de tener a Samanta frente a ella, es electrizante. Pero, muy en el fondo, sabe que lo necesita, quizá un poco más que su hermana.
Tres años después de que la actriz las ayudara a salir de aquella ciudad, cosa que hizo ella misma, Mariana la empezó a ver de otra manera. Se fijaba más en sus labios, en la lengua traviesa que los humedecía antes de empezar a hablar. En sus voluminosos senos, en sus piernas, su trasero. En esas curvas femeninas muy bien proporcionadas. La ojiverde se fue enamorando silenciosamente de aquella mujer. De sus gestos, de su sonrisa artificial que mostraba para la cámara, que, aunque no era auténtica, a ella le parecía encantadora. Fue desnudando sus fantasías sexuales en aquel cuerpo. Incluso soñaba con el eco de sus tacones resonando por su casa. Amaba a Samanta Guerra, la deseaba de una manera enfermiza. Sería capaz de quedarse en carne viva, con tal de tener al menos un encuentro íntimo con esa exuberante mujer.
Ese es el temor de Mariana, flaquear ante su presencia. No puede romper los fuertes lazos que las une a ella y a su hermana con la actriz. Samanta las lanzó al paraíso libre de la vida y ella no es quien para romper esa cadena eterna de agradecimientos. Las hermanas crecieron, se forjaron, la mayor explotó su inteligencia y amor por los números y se ha convertido una economista envidiable.
De la actriz más nunca supieron nada. Desde que las dejó acomodada a cientos de kilómetros, con casa y estudios pagos, no hubo comunicación alguna. Tal vez hubiese sido lo mejor, pero para las hermanas no lo fue, ellas la añoraban, la necesitaban, Lidia más que Mariana por la corta edad que tenía. Pero, no saber de Samanta no fue impedimento para ellas continuar. Ahora, hace unas semanas atrás, la actriz acaba de aparecer después de mucho tiempo desaparecida, ocasionando una explosión de emociones dentro de la hermana mayor.
—Lidia, hay algo importante que deseo hablar contigo —Lidia sale de entre sus brazos y la mira fijamente, el semblante de su hermana es serio y sabe que lo que dirá es de suma importancia.
—Dime.
—Tus cicatrices, quiero que desaparezcan de tu piel —la menor va a hablar, pero no le es permitido—. Es la única condición que pido, para mover cielo y tierra y poner a Samanta frente a ti e incluso, acondicionar una habitación en esta casa para ella.
Mariana la observa. La joven duda y la mayor por unos segundos, teme que la peli castaña hermosa que la mira profundamente, prefiera los agrios recuerdos que hay detrás de cada una de esas cicatrices.
—Está bien, todo sea porque estés bien.
—Gracias.
Mariana la atrae hacia ella y la abraza fuertemente.
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Bajo el reflejo de tu actuación.
RomanceUna actriz reconocida. Una empresaria con cicatrices, tanto físicas como psicológicas. Un pasado las une con lazos imposibles de romper. Un deseo inmenso de protección hacia la misma persona las une más de lo que piensan y poco a poco van saliendo a...