Capítulo 30.

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Mariana entra tambaleándose a su habitación seguida de Samanta que disfruta verla en ese estado de embriaguez. La joven se queda quieta y siente que el alcohol desciende unos grados más al ver la sonrisa divertida en el rostro de la actriz. Lleva enamorada de esta mujer desde que la tuvo por primera vez delante y se estremece ante la posibilidad de que surja algo entre ellas.

Su sangre hierve y siente el impulso de besarla quemando sobre sus decisiones. El deseo de sentir la carnosidad de sus labios bajo el dominio de los suyos es casi agonizante por lo que no lo piensa mucho y se acerca a Samanta. La actriz la mira sorprendida y la sonrisa que tenía en su boca se va disolviendo poco a poco.

Mariana la recorre completamente de arriba hacia abajo con la mirada y la pelicorta siente que el cuerpo se le crispa ante la necesidad de tocarla que muestran esos ojos verdes. La empresaria sonríe y acaricia su mejilla quemando con el calor de sus dedos por donde deja el rastro.

—¿Qué haces? —susurra la actriz.

Samanta se deja envolver por la calidez del roce de la mano de Mariana sobre su rostro y cierra los ojos para disfrutar más de la caricia. La intimidad de la habitación le da seguridad a la menor que opta por acortar un poco más la distancia entre sus cuerpos.

—No hago nada, solo te disfruto.

Samanta la mira, el susurro excitado en la voz de la empresaria la hace temblar. Se siente aturdida por la intensidad en la mirada de Mariana y traga en seco, tratando de aligerar el nudo que se ha formado en su pecho.

—Si te digo que me gustas, ¿qué pasaría?

Samanta siente que se le corta el aliento y deja de respirar hasta que sus pulmones exigen oxígeno, esperaba esa confesión, pensó estar preparada para ello, pero se equivocó, las palabras de la Mariana la han dejado con las defensas por el suelo y lo peor, sabe que no es inmune a sus encantos.

—¿Qué dices?

Mariana acorta más, si es posible, la distancia entre ellas.

—Que me gustas.

—Estás ebria, no sabes lo que dices.

—Estoy segura de lo que digo —la ojiverde toma sus manos y la mira fijamente, tratando de clavarse lo más profundo que se pueda en sus ojos—. Me gustas desde que te vi por primera vez el día del accidente. Me superan las ganas que tengo por abrazarte de otra manera, de poder mirarte sin esconder lo que me haces sentir cuando estás cerca. Me tiembla el cuerpo solo de pensar en que sabor tendrán tus labios, la calidez, la delicadeza que se mira en ellos. Le tengo tantas ganas a tu piel como no puedas imaginar. Reluces en mis pensamientos nada más abrir los ojos al despertar. Te miro y tiemblo, Samanta, y no me voy a arrepentir de esto nunca, porque estás metida en mi corazón y no quiero que salgas.

—Mariana —Samanta siente que sus ojos se humedecen.

—Calla que si no hablo ahora no lo podré hacer nunca —la ojiverde une sus cuerpos—. Soy incapaz de contenerme cuando estás cerca, pero lo tengo que hacer, para no romper el lazo que nos une. Llevo todos estos años agonizando, sumergida en un deseo carnal o sexual como lo desees llamar, que despiertas cuando apareces, cuando hablas, cuando sonríes. Te buscaba en internet todos los días, para saber de ti y cuando desapareciste en un momento llegué a sentir que se me paralizaba la vida. Por eso no asimilé muy bien que reaparecieras, porque volviste a remover todo dentro de mí. Estoy enferma por ti, pero es una enfermedad benigna y te necesito para poder enfrentarla.

Samanta seca su rostro y acaricia el de la joven. Besa su frente y la abraza.

—Si hoy he sido valiente, mañana no sé si podré mirarte a la cara, pero necesitaba decirlo, porque empezaba a ahogarme.

Samanta ejerce un poco de fuerza en su abrazo y Mariana respira sobre su cuello. El perfume de la actriz aturde los pensamientos de la joven e intenta separarse, pero la pelinegra no se lo permite.

—Necesito que me des el regalo número diez.

Mariana se separa y la mira a los ojos.

—Ya te lo he dado —Samanta acaricia la fina cadena de oro que adorna en cuello de la joven, recuerda los otros nueves que esperan por ella en el salón y luego pone su mirada en los ojos verdes de esta.

—Hablo del físico, no del material.

Mariana acerca su rostro y sus respiraciones de mezclan. Samanta tiembla ante el roce de sus senos, esta vez no tan inocentes.

—¿Físico?

La actriz jadea ante el pellizco de dos dedos de Mariana sobre su labio inferior y tiembla ante la posesión de otra mano ejerciendo un poco de presión sobre su cuello, sin llegar a lastimar.

—Si, solo uno, no pido más, por favor.

La mayor guarda silencio y sumerge sus ojos negros en el brillo intenso de la mirada de Mariana. La joven une sus labios en apenas un delicado roce. Un hormigueo intenso la recorre completa, siente la fluidez de su sangre caliente y más rápida, su corazón no da tregua y teme pueda salir perjudicado. La respiración se le distorsiona y las ganas de perderse en esa boca gana al raciocinio.

No hubo movimientos en sus labios por varios segundos, ambas estaban perdidas en el calor de su respiración y aliento, hasta que Samanta tomó el control y devolvió el beso. Mariana se volvió más atrevida ante esta acción y entreabrió sus labios para profundizar más el beso y lograr obtener mucho más del caliente aliento de la actriz. La ojinegra jadeo y la besó, esta vez sin timidez, mordió el labio inferior de la joven y se tragó un gemido cuando sumergió la lengua dentro de su boca.

—Oh, por todos los dioses.

Mariana se separa aturdida y la mira sofocada, muy temblorosa.

—¿Qué sucede? —pregunta la actriz sin dejar de mirar su boca, deseando poder morderla nuevamente.

—Nunca había sentido algo así.

—¿Algo cómo?

Samanta no la deja responder y vuelve a besarla con necesidad. Mariana gime y se aferra a ella pasando un brazo por su cintura. Sus bocas húmedas se conectan y el dar y recibir es perfecto, sus lenguas encajan a la perfección. Sus cuerpos se aferran al otro y se dejan guiar envueltos en una necesidad palpable y desorbitada hasta chocar con una pared. Cegadas por la excitación y la pasión de saciarse una con la otra dejan que sus manos vuelen libremente. Samanta no se detiene y deja que sus dedos choquen con esa piel tan delicada y ambicionada. Sube por la espalda de la joven y Mariana responde con un movimiento de cadera que hacen que sus pelvis choquen entre sí. Ambas jadean, las manos de la mayor van hacia las nalgas de la joven y le da la vuelta para estamparla contra la pared.

—Joder.

Mariana casi grita y muerde su labio inferior con fuerza para no hacerlo cuando la actriz de aventura dejando lamidas húmedas sobre su cuello.

—Oh, perdón —Eleonor las mira alarmada, pero con un toque de felicidad en su rostro.

Samanta no se aparta y suspira cuando Mariana lo hace. La canosa no pide explicaciones, no le corresponde y vio demasiado para confirmar que cada una de las féminas se desea con igual intensidad.

—¿Qué haces aquí? —pregunta Mariana sin dejar que Samanta se separe, la humedad entre sus piernas es tanta que teme sea notable en su pantalón.

—Dejaron la puerta abierta, pensé que necesitabas ayuda —dice mirando a Samanta que está recostada sobre el pecho de la joven recuperándose de la agitación y mira a la canosa dándole las gracias por la interrupción.

—Oh, no nos dimos cuenta —dice la joven esta vez mostrándose un poco apenada y preocupada de que, en vez de su abuela, haya podido ser su hermana.

Eleonor no dice nada y sale cerrando la puerta. Mariana se voltea y la actriz no le da tregua, estampa su boca contra la de la joven y el beso es desgarrador para ambas. La ojiverde se tambalea y Samanta sonríe sobre su boca.

—Vamos a la cama, tienes que dormir.

Mariana sabe que por esa noche no va a suceder nada más y sabe que es lo más correcto, tienen que caminar y no echarse a correr. Se deja envolver en los brazos de la actriz y sonríe en medio de la oscuridad.

Bajo el reflejo de tu actuación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora