Luego de ser informada que no había nadie más que Mariana en casa, la actriz tocó el timbre. Lidia había sido especifica, esa noche dormiría con su abuela, quién estuvo muy de acuerdo de que su nieta mayor se quedara solas con Samanta.
—Lidia, ya te he dicho que te lleves las llaves.
—Sh.
Samanta empuja a Mariana hacia adentro y entra. Cierra la puerta y la atrae a ella casi con violencia. La joven se sorprende, pero esa reacción no demora en ser devorada por una sonrisa formándose en sus labios.
—¿Qué haces aquí? —pregunta poniendo sus manos en los hombros de la mayor y perdiéndose en el brillo de su oscura mirada.
—Sh.
La actriz captura su labio inferior y la besa con una pasión desmedida que fue poniendo a Mariana a su disposición en segundos, sumisa a su control, a su cuerpo. La ojiverde soltó un suspiro y apretó los brazos de la mujer que puso demanda en el beso y no dio tregua a que pudiera respirar. La actriz necesitaba probar nuevamente esa piel que ya tenía tatuada en la memoria y se había convertido en su obsesión favorita.
—Te deseo tanto.
Expresó dejando una secuencia de besos ininterrumpidos sobre el cuello de la joven, humedeciendo su piel y encendiéndola a la vez. Mariana sentía que podía explotar en cualquier momento, solo con esos leves y atrevidos besos. Sujetó a Samanta por detrás de su cabello y tiró de ella hacia atrás, necesitaba respirar. Su respiración estaba distorsionada y su pecho subía y bajaba agitado. Sus miradas se encontraron y sonrieron con la misma hambre.
—San.
—Llevo días esperando que te dignes a aparecer, es demasiado la tortura no verte y esperar un segundo más no está en mis planes.
Mariana arremete contra el cuerpo de la actriz y la besó con furia. Samanta correspondió sin fuerza, dejándose guiar, la joven también la necesitaba. Fueron trasladándose hasta la habitación, entre jadeos, besos y caricias. La ropa fue quedando esparcida por el suelo y ambas supieron que no tenían escapatoria, sus vidas se habían unido para siempre.
Samanta relamió sus labios al ver como Mariana abría las piernas y se mostraba ante ella, su sexo húmedo, labios hinchados la invitaban a perderse en ello, pero esperó y se controló, esta vez quería que fuera diferente. La recorrió con la mirada y luego fue recorriendo su piel con los dedos, sentía que temblaba en cada roce, pero no se detuvo. Apretó los muslos de la joven con ansias, sacó fuerzas para aguatar y no hundirse en ella, en esos pliegues que la llamaban a gritos silenciosos.
Acaricio cada cicatriz visible desde esa posición, las besó, las marcó nuevamente con sus huellas y las hizo más suya, necesitaba que Mariana entendiera que esas marcas ya eran parte de ella.
—Amo cada parte de ti, cada poro, cada imperfección, cada laberinto de tu cuerpo.
Mariana dejó escapar un suspiro y tiró de ella hacia arriba en busca de sus labios, pero Samanta tenía otros planes. La detuvo y usó su boca para calmar su sed de esa piel.
Delineó, saboreó, besó, mordió cada centímetro del cuerpo de Mariana. La joven gozó aquella aventurera lengua dentro de ella como nunca había hecho. Jamás nadie la miró con aquel brillo enceguecedor. Jamás nadie la deseo tanto como Samanta se lo estaba demostrando.
—Voltéate.
Suplicó la actriz luego de beber de sus fluidos como el elixir más perfecto existente. Mariana obedeció y sentenció su muerte al lado de aquella mujer cuando sintió sus dedos penetrándola desde atrás. Su boca mordía sus glúteos con un poco de rabia, sus manos recorrían su espalda deteniéndose en sus cicatrices, Samanta la idolatraba y ella no se daba cuenta.
Gritó tras una fuerte embestida y levantó más su trasero, buscando más invasión y la obtuvo. Samanta fue delicada y violenta a la vez, una combinación peligrosa para el estado de excitación en la que se encontraba Mariana. Las manos fuertes de la actriz la voltearon y subió hasta fundirse en su boca. Mariana la saboreo y se deleitó con su propio sabor. Se estremeció y casi tiene otro orgasmo al sentir la humedad de su amante en el muslo.
Sus sexos se restregaban, una unión de sus labios y clítoris era casi catatónica para sus corazones, temían poder desfallecer. La humedad era tan espesa y abundante que hasta sus muslos se vieron invadidos por ella. Las manos se aferraban a la piel de la otra con supervivencia. Sus caderas ganaban en intensidad, los gemidos y gritos se unieron en uno y el fuego entre sus cuerpos salió a relucir. Ambas se movían, se acariciaban, se besaban. Sus bocas eran protagonistas, mientras sus sexos compartían resbaladizos, el éxtasis más grande del placer.
La excitación era tanta que no se detuvieron luego de alcanzar el orgasmo. Se atacaban con furia, de forma casi violenta, casi inhumana. El sudor se aferró a sus pieles y el olor de ellas, mezclados, no hacía más que despertar un apetito insaciable de sexo que las ponía casi a agonizar. La menos abrió más sus piernas y su conciencia se cegó, estaba en la cúspide del placer y lo disfrutaba como una demente. Gritaba, clavaba sus uñas en la otra piel. Todo su cuerpo temblaba, todo su ser se estremecía, pero quería más, necesitaba más, estaba en un nivel tan alto que nada importaba, Samanta la tenía a su merced.
—Voy a morir —jadeo sintiendo un orgasmo formándose en su interior.
—Entre mis piernas —susurró su amante bajo el mismo manto de electricidad.
Una mordida en uno de sus pezones endurecidos y un grito después fue suficiente para dejarse ir entre los brazos de la mujer que la guiaba hacia el límite del sexo. Aquellas manos apretaron su cuello y la penetró de una estocada. Caliente, furiosos, necesitados eran sus gritos, pero fueron menguando, la sentir que apenas podía respirar. Los dedos de Samanta subieron la intensidad y ella se sintió morir. La mano en su cuello se aferró con más fuerza y boqueo buscando aire, el orgasmo que se avecinaba era descomunal, necesitaba respirar, necesitaba explotar y así lo hizo. Sus ojos se humedecieron y aspiro aire al sentirse liberada. Samanta subió hasta su pecho y tomó uno de sus senos y lo sumergió en su sexo abierto y chorreante, hizo varios movimientos de caderas y se corrió encima de ella, gritando como una salvaje. Luego le ofreció la vulva y Mariana bebió para aliviar la sequedad en su garganta.
Se miraron, extasiadas, sofocadas, sonrieron, su noche acababa de empezar.
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Bajo el reflejo de tu actuación.
RomanceUna actriz reconocida. Una empresaria con cicatrices, tanto físicas como psicológicas. Un pasado las une con lazos imposibles de romper. Un deseo inmenso de protección hacia la misma persona las une más de lo que piensan y poco a poco van saliendo a...