Prólogo

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Amelie

Las olas de la playa siempre me habían dado tranquilidad, su color, irregularidad y el sonido que hacían.

Pero un cuadro no tenía nada de eso, era lo mismo una y otra vez, no importaba cuánto lo miraras, de que lado o perspectiva siempre estaría inmóvil, no cambiaría.

—¿Vas a hablar en algún momento?—preguntó Aidan.

Casi todos estaban aquí, menos él.

—¿Que quieres que te diga?—respondí sin desviar la mirada del cuadro, era igual que él.

No importa que intentará verlo de forma diferente, nunca cambiaría.

—llevas más de una hora viendo un cuadro que solo tiene una playa.

—Es muy interesante este cuadro—fue lo único que quise responderle.

—¿Que pasa acá?—La voz de Alejandro caló hondo en el momento que la escuché.

Alejandro era mi cuadro de la playa.

No importa cuántas veces me moviera para cambiar la perspectiva, no importa cuántas veces buscará la tranquilidad que antes me daba cuando lo tenía en frente, ahora ya no había nada de eso.

Mi hermano mayor paso de convertirse de mi playa favorita, esa que me daba serenidad a un cuadro inmóvil que no causaba nada, un cuadro que no importaba cuánto me moviera el nunca cambiaría.

Me había hecho daño en los últimos años, y se justificaba al decir que hacia lo que era mejor para mí.

Está vez no fue así, el pudo evitar este vacío, pero no lo hizo.

—¿Del uno al diez que tan maldito te consideras?—no los estaba viendo pero podía jurar que todos estaban sorprendidos.

Nunca había insultado a Alejandro, Nunca directamente.

¿Le había gritado, reprochado y herido? Si.

¿Pero insultado? Jamás.

—¿Qué?—estaba en shock,no lo veía pero podía imaginarlo.

—¿Que del uno al diez que tan maldito te consideras?—le volví a preguntar con calma.

—No entiendo—me levanté del suelo y gire para verles el rostro a todos ellos.

—Eres tan hipócrita aveces—mis palabras lo afectaron,le dolían pero a mí también me están doliendo cada una de las cosas que descubrí y que el sabía—sabías todo, dejaste que me vieran la cara de estúpida y ahora estoy acá como una idiota tratando de convencerme de que esto no me lastima, tratando de convencerme que esto que siento aca—toque mi pecho—no es nada.

Pude ver el momento cuando el entendimiento y la culpa cayó sobre el.

Estuve a punto de decir algo más, cuando lo note.

Mientras todos nos observaban confundidos y conmocionados, Alexander apretaba sus puños.

—¿Por qué no me lo advirtieron?¿Que les costaba?—mi voz quebrándose en cada pregunta—Me vieron y fueron incapaces de advertirme deje pasar muchas cosas, pero ya no más, Alejandro.

𝐁𝐚𝐣𝐨 𝐞𝐥 𝐜𝐢𝐞𝐥𝐨 𝐞𝐬𝐭𝐫𝐞𝐥𝐥𝐚𝐝𝐨 𝐝𝐞 𝐋𝐨𝐧𝐝𝐫𝐞𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora