Cap. 6 - Compasión

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Incómodo era poco.

El chico me había quitado la ropa, dejándome sólo con mi ropa interior y había cubierto los yesos de mis extremidades con alguna especie de plástico que sonaba a bolsa de residuos. Me había impulsado hasta lo que era el baño. Allí me ayudó a meterme en la bañera. Ese hombre tenía una increíble fuerza, podría jurar que rondaba por los 80 quilos y él me alzaba en brazos cómo si pesara sólo un par.

Una vez en el agua me sentí mejor, estaba tibia y al instante me sentí relajado, aunque debía preocuparme porque mi pierna enyesada no terminara sumergiéndose del todo en ella, al igual que mi brazo.

- Creo que soy capaz de hacerlo por mí mismo - Insistí cuándo el agua me acarició el pecho.

- ¿Está seguro? No tengo problema en ayudarlo, de verdad. Tampoco hay porqué cohibirse, señor, soy enfermero, trabajo de ésto. - me explicó

- ¿Acaso no entiende que quiero estar sólo? - espeté casi al instante - ¡Me siento un inútil y estoy intentando sentirme un poco mejor!

- Lo siento, señor - se disculpó - aquí tiene el jabón - me tomó la mano y lo depositó en ella - estaré del otro lado de la puerta por si me necesita.

- Vaya de una vez.

La puerta se cerró lentamente a unos pasos de mí.

Traté por todo los medios hacer un buen trabajo, tenía que ser capaz al menos de bañarme, ésta ceguera no podía haberme robado toda mis capacidades y mucho menos, aquellas tan básicas cómo encontrar partes en mi propio cuerpo. El jabón se resbaló de entre mis dedos en un momento, no estaba seguro de si había caído en el agua ó fuera de la bañera...

El dolor volvió. El mismo que me recordaba a lo que estaba atado. Atado a la inutilidad, a la oscuridad, a esa maldita vida que me habían resignado contra mi voluntad. Era estúpido intentar ser algo que no era. No era normal, no lo volvería a ser jamás. Mi antigua vida se desvanecía con cada minuto, las imágenes en mi mente cada vez se tornaban más opacas, más oscuras... cómo si fueran devoradas por la misma negrura que había cubierto mis días. Apenas recordaba los rostros, los colores...

Incluso era absurdo soñar con una vida que antes pudo haber sido un poco menos descabellada. No tendría una familia. No. Porque ¿Quién quiere tener un esposo inútil? ¿Ó un padre que no pudiera correr tras ellos mientras juegan a las escondidas?

Era un maldito ciego condenado a la ceguera misma, no podía avanzar ni tampoco retroceder. Avanzar era aprender, recordar tal cuál habían pasado las cosas en los 18 años de mi vida que me habían precedido; avanzar era dejar de ser inútil, era sentirme mejor y encontrar en alguna parte de mí esa fortaleza que me permitiera continuar cómo antes, pero con un sentido menos. Retroceder sólo significaba una cosa ¿Cuál seria la única forma de que fuera aún más inerte? Sólo si estuviera muerto. Sólo eso. Pero estaba al tanto de que era demasiado cobarde para llegar a tal punto, además dañaría a mi mamá, quién ya de por sí estaba sufriendo demasiado con el abandono de mi papá. Y ninguna de las opciones parecía ir conmigo.

Estaba haciendo el ridículo. Mi vida era patética mi comportamiento era comparable con el de una ameba, sin la silla de ruedas no era nada y con ella... no suponía tanta diferencia, seguiría siendo Emilio, el invidente. Y era eso lo que hastiaba.

Comencé a cuestionarme el 'porqué a mí ' ¿Porqué me habían quitado ésta habilidad cuándo era tan feliz con ella? ¿Cuándo, en realidad, era todo lo que me hacia feliz? Con la vista era capaz de dibujar, de componer, de querer y de estudiar. Sin la vista era... nada. Me había quitado la única razón por la que sonreír.

Luz De MediaNoche // Adaptación EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora