Cap. 5 - Descubriendo Todo De Nuevo

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El mismo sueño que había tenido en el hospital se estaba repitiendo en mi cabeza en algún momento del día, en el que al parecer me había quedado dormido en medio de mi mar de lágrimas silenciosas.

En realidad, era sólo una secuencia de sensaciones igual a la de la ultima vez. Sensaciones, sólo sensaciones. Lo único de lo que estaba seguro era que se trataba de mí, que corría y caía, que me topaba con el cuchillo y pensaba hacer algo que lo involucraba a él y el fin de mi burda existencia. Un suicidio, precisamente.

Pero era cobarde en la realidad y lo era aún más en mis sueños, era duro descubrirlo, aunque en el fondo supiera que siempre había sido así. Ni siquiera en una ilusión era capaz de poner fin a mi vida. Aunque supiera que aquello le facilitaría la vida a la persona que más me importaba, no sería capaz de tomar con determinación un cuchillo y abrirme con su hoja las venas del brazo, eso si lograba encontrarlas.

De nuevo la verdad, la que me carcomía y a la que estaba condenado para siempre. Jamás volvería a ver nada, ni un rayo de sol ni un mísero color, mucho menos el rostro de alguien…

Un frió repentino me hizo tirititar y volver a la realidad, era cómo si una brisa helada me acariciara.

Me senté cómo pude en medio de la cama y me restregué los ojos cómo si fuera a volver a ver con aquel movimiento. Era la fuerza de la costumbre; lo hacía cada mañana luego de despertar mientras me desperezaba. Un hábito innecesario, de ahora en más.

La casa estaba en silencio, hasta que escuché un par de golpes en la puerta de madera… ¿Desde cuándo golpeaban?

- ¿Quién es? – pregunté, buscando los lentes dónde los había dejado. No los estaba encontrando.

- Soy yo, señor Osorio – Reconocí el tono educado en su voz, era el enfermero – La señora me pidió que le avisara que pronto estará lista la cena… - guardé silencio – y que le preguntara si le apetecía comer aquí ó en el comedor – lo pensé, a mí me daba lo mismo.

- Dónde sea… lo voy a ver negro de todas formas – susurré agachando la cabeza, cómo si estuviera esquivándole la mirada.

- Sé que a su madre le gustaría que la acompañara –comentó el chico, que sentí que se encontraba a menos de 1 metro de mí.

- Ok – accedí – déjeme ir al baño antes, necesito lavarme la cara.

Y comencé a moverme, deslizando mis piernas por el colchón hasta que los talones tocaron el suelo. El enfermero se apresuró a tomarme del brazo derecho, el que no tenía enyesado, y ágilmente me pasó de la cama a la silla de ruedas en un movimiento. No ‘veía’ la hora de que pasaran los 45 días que me habían atado al yeso para poder manejarme por mí mismo. Era suficiente con la ceguera cómo para sentirme tan inútil cómo yo sólo.

El chico del perfume a vainilla y del nombre del que no lograba recordar, me empujó hasta el baño que se hallaba detrás de una puerta a un lado de mi cama.

Teníamos 2 cuartos destinados a las visitas: uno lo ocupaba yo y el otro supuse que mi cuidador, ambos cuartos por lo general eran ocupados por mis primos provenientes de Guanajuato. Las dos habitaciones poseían una puerta que los comunicaba con el baño de visitas.

El enfermero se detuvo y me tomó de la mano sana para colocarla sobre el grifo giratorio, lo giró aún con su mano sobre la mía y luego la movió hasta que sentí el agua cayendo  sobre mis dedos… dejó que lo hiciera sólo y le agradecí que me haya dado la oportunidad de levantar aunque sea un ápice mi autoestima.






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Luz De MediaNoche // Adaptación EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora