Cap. 40 - Emilio, Voy A Contar Hasta Tres

217 32 5
                                    





No. Me negaba en redondo a perder la oportunidad de ver el rostro de Joaquín, no quería regresar a la oscura vida que hasta entonces llevaba, vida solamente iluminada por la luz de Joaquín. No quería que todo aquel dinero gastado en esa operación no sirviera de nada. No quería que todo por lo que había luchado para llegar hasta allí se fuera por la borda. Si algo tenía, era fé.

Y además, quería tener la capacidad de poder enfrentarme a mi padre, mirarlo a los ojos fijamente y decirle que no lo necesitábamos, que podía regresar por dónde vino y que, aunque mi mamá padecía su ausencia, lográbamos sobrevivir sin él.

Joaquín me besó suavemente en un eficaz intento de hacerme volver a la realidad, lo conocía demasiado bien para saber que intentaba distraerme de ideas fatalistas. Y lo logró. Pronto sólo podía pensar en tratar de seguir respirando y debí recordarme a mí mismo que me encontraba en un hospital, más precisamente acostado sobre una camilla recuperándome de una operación del Lóbulo occipital.

- ¿Sabes a qué hora me quitarán las vendas? Ya no puedo soportarlo - pregunté un segundo después, cuándo el silencio nos embargó.

El guardó silencio mientras se acomodaba en mi cama, a mi lado.

- Al mediodía, según el doctor. Ni bien despiertes - me contó.

- ¿Y qué te hacer pensar que voy a dormir? - dije sólo para escuchar qué respondía.

- No es algo discutible, amor - me retó con ternura - puedo sedarte. Ya tengo autorización para hacerlo cuándo crea conveniente.

- Ok, ok - acepté y él río - Entonces, nos vemos al mediodía - susurré deseándolo con todas mis fuerzas y apretándolo contra mí. Me dió un beso corto y me dispuse a dormir, ó al menos a intentarlo.




¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.




Ese día tuve un sueño de lo más extraño, uno que hasta entonces no había formado parte ni siquiera de algún pensamiento consciente, pero por alguna razón, me resultaba una ilusión bastante atractiva.

Me encontraba de pié delante de mucha gente vestida de ropa elegante, todos sentados en bancos de madera de cedro. De entre las personas de la primera fila reconocí a mi mamá, a ella y a su pelo color rubio, ojos azules y una sonrisa dulce, estaba al borde de las lágrimas y sabía que no faltaba mucho para que comenzara a llorar. A su lado había una mujer de cabello marrón claro y ojos mieles con una sonrisa tan amplia cómo la de mi mamá y tomaba de la mano a una niña que le llegaba por la cadera con el mismo color de cabello y pequeñas flores blancas entre sus cabellos, que me saludó con la mano y un par de saltitos en cuánto me fijé en ella. El hombre de gesto serio que se sentaba en el extremo de aquellos bancos me sonrió débilmente y asintió con la cabeza en mi dirección cómo gesto de aprobación. Le devolví la sonrisa.

Me sentí nervioso, no conocía a la mitad de aquel gentío y la otra mitad hacía que me estremeciera de emoción. Estaban los chicos, Diego y Nikolás en el primer banco del otro lado de un pasillo ornamentado de flores blancas, vestidos de impecable etiqueta y levantándome el pulgar al mismo tiempo. Busqué a Roy y lo encontré a mi lado, cuándo colocó una mano en mi hombro y me dió un apretón antes de decirme.

Luz De MediaNoche // Adaptación EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora