CAPÍTULO 35

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Las horas pasan en la soledad de esta celda, el mundo se me viene encima, duele tanto que cuesta respirar. Juré que viviría para hacer el bien, para defender a la humanidad, y les he fallado a todos y a mí misma. Llevo tres días aquí, hoy es el cumpleaños de Lion, tres de enero, ¿se acordará de mí? Debería estar preparando una fiesta de cumpleaños, abrazando a mi novio, y no aquí, todo por haber dejado la sensatez de lado.
Unos soldados junto con el comandante supremo y el juez vienen hacia mí.
—Quedarás en prisión provisional hasta el día del juicio, ¿Tienes abogado o llamamos uno de oficio? —habla el juez con voz contundente.
—No quiero abogado —consigo decir entre lágrimas.
—Tú sabrás lo que haces —me dice Adler con desprecio.
Me abren y me esposan las manos, camino junto con todos escoltándome hasta un furgón policial que me está esperando fuera. Observo por todos lados y no veo a ninguno de mis compañeros, tenía la esperanza de que por lo menos siguieran mis pasos. Agacho la cabeza y entro sentándome en la banqueta que pega a la pared del furgón, los dos soldados se sientan cada uno a un lado mío. Antes de cerrar las puertas visualizo a Adler de brazos cruzados con rabia en la mirada observándome. Por el camino se me cruza un pequeño pensamiento, la idea de que mis compañeros vengan a rescatarme, que les importe yo más que la ley, pero el pensamiento se esfuma cuando abren las puertas de nuevo y veo un regimientos de policías esperando para encerrarme bajo la luz de la luna. Salgo del furgón, levanto la cabeza para observar donde voy a vivir los próximos años, quizás toda la vida. Dos edificios altos colindan rodeados de unas vallas inmensas, focos de luz apuntando a todos lados para no dejar ni un rincón a oscuras.
—Llevadla a admisión —dice un hombre trajeado—. Soy el Alcaide de la prisión, John Schneider.
Me quedo mirándolo sin contestar y me empujan para que camine. Me llevan hasta una habitación donde me registran para quitarme todos los objetos que llevo encima, pero no llevo nada. Todos desaparecen y una mujer me ordena que me desnude y me da el uniforme, un mono naranja, me deja quedarme con la camiseta de tirantas negra que llevaba debajo de la ropa. Una vez con el mono puesto me lleva hasta la puerta y el Alcaide y los soldados me llevan por los pasillos.
—Te vas a quedar en el ala de máxima seguridad, se te considera terrorista —me dice el Alcaide mientras caminamos.
¿Terrorista? ¡Por Dios! Si soy un agente de la ley, ¿ya no cuenta todo lo que he hecho? Sigo caminando hasta pasar por unas cuantas puertas de seguridad, todo el lugar está vigilado por cámaras en cada rincón. Me señalan una celda y abren la puerta, los soldados me empujan y los miro con furia, ya estoy cansada de tantos empujones y de este trato. Me cierran la reja a centímetros de mi cara y los soldados se marchan riéndose. No puedo creer como me tratan de un momento a otro, hace horas era la mejor soldado y ahora una terrorista maltratada en máxima seguridad.
Observo el cubículo de pocos metros, una cama individual en un rincón y un retrete en el rincón opuesto junto con un lavabo pequeño. Nada más. Todo está en silencio, las luces apagadas, una pequeña ventana con cristales herméticos y barrotes refleja la luz de la luna entrando a la habitación. Vaya día de locos, sigo teniendo una mínima esperanza de que todo se solucione, todavía me queda el juicio y darle la versión al juez. No es justo que me traten así. Seguro que mañana vienen mis compañeros a visitarme.





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El juego del Asesino (Trilogía EFE I )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora