CAPÍTULO 30

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Me monto en el coche enfadada y él hace lo mismo, suspira y echa la cabeza atrás, me pone la mano en el muslo y me aprieta

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Me monto en el coche enfadada y él hace lo mismo, suspira y echa la cabeza atrás, me pone la mano en el muslo y me aprieta. Giro la cabeza hacia él para que vea que en cualquier momento le voy a destrozar la mano de lo enfadada que estoy.
—Bombón perdóname, tengo que aprender a controlarme, pensar que mi padre se pueda meter en medio de lo que tenemos me pone nervioso —se disculpa, realmente está disgustado.
—No me gusta que me apunten cada dos por tres con un arma y está claro que no tenemos nada —le reprocho quitándole la mano de mi pierna.
—Ya te he dicho que yo nunca pido perdón y contigo no paro de hacerlo.
—Lo que tienes que hacer es no llegar al punto de pedir perdón y no hacerlo directamente.
—Ayúdame —me pide acercando su cara a la mía.
Observo su rostro y parece arrepentido, es un comienzo. Además quien podría resistirse a un Dios así. Me acerco a sus labios y le beso perdonándolo, quiero creerle.
—¿Ya nos vamos a casa? —le pregunto.
—Vamos a hacer lo que tú quieras, todo el día.
—Pues vamos a pasear por Múnich que hace un día espectacular —le pido emocionada.
Paseamos por el mercado navideño, me gusta venir a estos lugares, hay un ambiente tan agradable que te atrapa. Es el mejor lugar para sacar tu lado altruista.
—Oh mira que bonito —señalo unos pendientes de plata de ley, a cada uno le cuelga una estrella.
Arian sin pensarlo le habla al vendedor y los compra.
—Los han hecho para ti —me dice poniéndolos él mismo.
—Gracias —le sonrío ante el regalo—. No te pega nada ser detallista.
—Nunca lo he sido, pero contigo me sale hacer muchas cosas que antes eran impensables —me dice mientras me ofrece su mano para que la agarre mientras caminamos.
—¿Cuál es tu futuro Arian? —le pregunto en confianza. Se queda pensativo.
—Con el mundo a mis pies —deja de hablar unos segundos y me mira—, contigo a mi lado.
—¿Por qué tienes la necesidad de hacer tanto daño? ¿No puedes dejar que la vida siga su curso y centrarte en ser feliz?
—Eso es lo que me hace feliz, ¿no estás tú cansada de querer ayudar a la gente y que no te reconozcan el esfuerzo? ¿para qué voy a hacer algo bueno si siempre tiene mucho más valor una cosa mala que todas las buenas?
—Eso no es verdad, yo me siento satisfecha.
—¿Si te equivocas te lo dejan pasar?
—Es que mi trabajo es una responsabilidad muy grande y no puede haber errores, un fallo, una vida perdida.
—¿Y todas las que salvas? ¿Eso se reconoce? ¿No estás cansada de seguir órdenes sabiendo que con cualquier error puedes perder todo por lo que has luchado tanto tiempo?
—Si, a veces la presión es agotadora.
—Pues por eso yo hago mis reglas, no tengo ese miedo a decepcionar a nadie, no tengo que impresionar ni seguir luchando por un puesto de trabajo, porque al fin y al cabo es solo eso, un puesto de trabajo, el día que no les valgas te echarán y no tendrán nada en cuenta, solo eres un peón más.
No puede ser, sé que soy importante para Adler, y para todos mis compañeros, no soy un número más.
—Somos una familia, nunca harían eso, nunca me dejarían de lado.
—¿Estás segura?
No, no estoy segura, pero me niego a pensarlo. Ya estuve sola, no puedo volver a estarlo. Creo y confío en ellos.
—Que bien huele —cambio de tema mirando hacia un puesto de dulces que hay en la entrada del Jardín Inglés de Múnich.
Es una explanada de campo verde enorme, hay personas tiradas en el suelo, otras practicando deporte, o paseando. Hay un lago al fondo que brilla ante el día soleado.
—¿Quieres? —me pregunta Arian señalando el puesto.
—Sí —me acerco al puesto—. Dos, por favor.
El hombre nos da una tortita en forma de triángulo a cada uno, son rellenas de chocolate, están envueltas por una servilleta, una delicia.
—El chocolate no es lo mío —me dice Arian mirando su dulce con el entrecejo arrugado.
—Pues te lo comes, no me hagas el feo que he pedido uno para ti —le regaño lamiendo el chocolate derretido del mío.
—Lo he pagado yo —me dice observando hipnotizado el movimiento que hago con mi lengua.
—Pero los he pedido yo —le contesto.
—¿A mi también me la vas a comer así? —me pregunta gracioso sin dejar de observarme.
—¡Imbécil! —le doy un empujón en el hombro.
Ríe divertido, me gusta este Arian. Me hace sonreír, y seguimos caminando. Coge con su dedo un poco del chocolate y me lo refriega por la nariz y labios en un movimiento fugaz. Hago un gesto de sorpresa y lo miro medio enfadada y medio divertida.
—Eso lo limpias ahora —le ordeno.
Arian se acerca a mí y me chupa primero la nariz y luego los labios, para cualquiera sería un gesto asqueroso, pero él, lo hace lento, sin apenas rozarme, provocándome. Consigue despertarme hasta lo que no sabía que existía.
Cuando termina de limpiarlo me lleva hasta uno de los bancos y se sienta, me voy a dejar caer a su lado y me lo impide.
—Siéntate aquí —me señala sus piernas. Le miro recelosa y me doy la vuelta para sentarme—. No, mirándome a mí.
Lo hago lentamente un poco dudosa, es una posición incómoda para estar en público. Me levanto el vestido para poder abrir las piernas y me siento encima tal y como me ha pedido. El abrigo me cae por los lados y no se ve nada.
—¿Sabes que me excita? Que aunque te apunte con mi pistola no vea un ápice de miedo en tus ojos. Estás hecha para mí —me dice mirándome fijamente.
—¿Sabes que me excita a mí? Que en tu interior sabes muy bien con quien estás tratando y quien tiene el mando —le respondo con mi ego subido.
—Toda la razón bombón —me dice inclinándose hacia mi cuello y absorbiendo mi olor—. Me he vuelto adicto a ti.
Me da besos en cuello provocándome oleadas de escalofríos. Acerca su mano a mi sexo y me estimula el clítoris con movimientos circulares.
—Estamos en medio de la calle, y la gente nos está mirando —digo con voz ebria de placer.
—Pues disfrútalo, mira a todos, la mayoría estarán insatisfechos con sus vidas, quiero que vean como te corres —me susurra mientras se saca la polla.
Nunca he hecho esto, sexo en público, soy un agente de la ley, no debería, pero estoy muy ansiosa por seguir. Arian me rompe las medias y me aparta la ropa interior, la introduce y echo la cabeza hacia atrás disfrutando con el contacto, muevo la cadera lentamente dándonos placer.
—Mira como nos miran esos —me dice Arian cogiendo mi cabeza y girándomela hacia la derecha, es una pareja, van trotando por el paseo, están ejercitándose y se paran en seco cuando nos ven, están escandalizados, el hombre saca el móvil y se lo lleva a la oreja, seguro que va a llamar a la policía.
—Arian… —me obligo a decir extasiada por el placer.
—Sigue, van a ver como te corres —me susurra en el oído.
Giro la cabeza y mis sentidos se ponen el alerta cuando veo que todas las personas que nos rodean se han dado cuenta de lo que estamos haciendo. Me gusta, es una sensación nueva, he dejado la vergüenza a un lado y disfruto con cada mirada más. Arian sonríe al ver cómo me regocijo.
—Vamos bombón, tienes pocos minutos antes de que tengamos que salir corriendo —me sigue susurrando Arian haciendo que la misma presión me sirva para darme más placer—. Ya vienen.
Miro al horizonte y llegan dos patrullas, miro a Arian sin dejar de moverme y él sonríe tranquilo.
—Treinta segundos bombón —me susurra Arian haciendo que esas palabras hagan eco en mí y siguiendo la cuenta atrás en mi cabeza para llegar al orgasmo.
Los policías corren hacia nosotros, el jardín es inmenso pero van a llegar hasta nosotros en pocos minutos, miro fijamente a los policías y me muevo más rápido sabiendo que el orgasmo está llegando.
—Tres, dos uno… —me susurra Arian sintiendo como su líquido se derrama en mi interior y explota junto con el mío. La adrenalina ha desencadenado todo el orgasmo. Sus palabras, sus gestos, sus acciones, todo él hace efecto en mí de una manera que ni podría haber imaginado en mil vidas.




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El juego del Asesino (Trilogía EFE I )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora