Capitulo 13

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-Edgar

Yo la veía corriendo con ese bikini blanco, hacia el mar hacia algo que a mi me encantaba, algo que desde pequeño me fascinaba, podía mirarlo sin parar y cabrear a la marea insultandola como un crío, para que me diera las olas que quería para jugar con mis amigos, que normalmente era Levana quejándose de la arena y de las algas viscosas, creo que con ella he vivido mucho, me a caído bien y tan mal que nos apartaban por que nos habíamos pegado como dos niños pequeños, y tan bien que las conchas que no les cogía de pequeño se las cojo ahora.

Me fascina ver dos cosas que me gustan unidas, pero ver tres ya es una puta locura, qué más puedo pedir, animales, mar y a Levana por su puesto.

—Vas a venir o ¿no?

—Si, voy.

Levana soltó un chillido y me asusté.

—Levana estás bien —le solté algo asustado y desesperado.

—He sentido algo en la pierna, algo viscoso.

—¿Te duele?

—Un poco

—¿Y qué has sentido?

—Como un calambrazo.

No me lo pensé y la cogí en brazos, y me la llevé a la Orilla.

—¿Pasa algo?

—Puede que te haya picado, algo, pero estate tranquila, yo lo miro —le dije mientras la dejaba en la toalla y la tapaba con la mía.

—Hace un poco de frío.

—Si te lo he notado, por eso te he tapado, ¿me dices donde te duele?

—Me duele aquí —me dijo quejándose un poco de él dolor.

Cuando vi que se quitó la toalla de encima y vi esa picadura roja en su piel blanca, me sentí un poco culpable, vi lo que le escocía a si que le acaricié cerca.

—Te duele un poco por lo que veo ¿no?

—Si un poco, ¿sabes que me ha picado?

—Si es una medusa no es nada raro tranquila —le dije tapando la otra vez.

—¿Se me va a quitar?

—Si tranquila se te va a quitar, solo necesito que me hagas caso, que no le de la luz del sol, y no te la toques.

—Vale, ¿no hay socorrista?

—Aquí no en la playa de al lado, que es a lo que voy.

Saque algunas cosas de la mochila, y le di algunas chuches y unas patatas, sabía que le gustaba y solo quería verla tranquila.

—Cómetelo tranquila y no te muevas de aquí.

Me miro y me hizo un gesto con los brazos para que la abrazara, me acerque y la abracé sin dudarlo, teniendo en cuenta que hace tiempo que no la abrazaba, y menos de esa forma, de esa fuerza y con ese sentimiento, me abrazaba con fuerza, con miedo, y sentía aun así su piel húmeda pegada a mi, su corazón acelerado pegado a mí, que se notaba que no quería que me fuera.

—Levana, tontilla me tengo que ir a curarte la herida, si no se va a poner peor.

—¿Tiene que ser ahora?

—Es lo suyo, te duele y quiero curarla.

—No tardes.

—No lo haré te lo prometo —le dije cuando termine de abrazarla y me dio un beso en la mejilla.

Y mientras me iba corriendo hacia la otra playa, descalzo sin pensar en otra cosa, simplemente en el beso que me había dado en la mejilla, estaba ahí en la estación de emergencia marina, es decir donde están los socorristas.

—Que pasa caballero ¿por que esta tan alterado?

—A mi amiga le ha picado una medusa, tiene algunos restos del tentáculo en su pierna, se lo que hacer pero no tengo material —le dije jadeando.

—Tranquilo chaval, ella está bien, no nos queda suero salino, con el agua del mar te vale. Por cierto, ¿dónde estáis situados?

—En la playa de al lado, ya sabemos que es salvaje.

—Pues toma chaval, aquí tienes, ponle el hielo unos veinte minutos y quítaselo con las pinzas, échale agua de mar y está crema de hidrocortisona.

—Vale muchas gracias, pero ¿no podrías venir?

—Lo siento mucho chaval, pero a mi me toca esta playa no puedo ir a otra y menos si es salvaje.

—Bueno muchas gracias de todas formas.

Volví corriendo hacía ella, que me di cuenta que se le habían saltado las lágrimas y no se que me paso dentro de mi, pero algo se rompió, no quería verla así y mucho menos, verla mal, verla rota y verla destrozada, era algo que desde ese día había aprendido algo como una promesa, que realmente no se si lo era, por que no me lo prometí a mi mismo, si no supe que tenia que cuidarla, y que no recibiera daño, de nadie.

—Apártate la toalla anda, voy a curarte y nos vamos a mi casa.

—¿A tu casa?

—Si, mis amigos no te van a comer, pero no están, así que tranquila.

—Bueno si tu lo dices.

—Necesito que confíes en mí.

—¿Confiar en ti?

—Si confía en mí.

—¿Qué vas a hacer?

—Quitarte los trocitos que quedan del tentáculo.

Se los quité con cuidado intentando no escuchar sus quejas, me dolía verla así.

—¿Has terminado?

—Casi

Le heche la pomada en la herida y le puse hielo encima.

—Tapa la herida.

Ella se cubrió con la toalla la herida, y yo me dedique en secarla porque la brisa marina y fría tocaba, y helaba nuestros cuerpos.

—Tenemos que irnos, hace demasiado frío.

—Me duele la pierna, no puedo moverme.

No me lo pensé y la cogí en brazos, la llevé hacía mi coche.

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