Capítulo 27

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—Buenos días, nena—Me despierta la voz más perfecta del mundo. Abro los ojos y veo el color de las hojas de los árboles enfrente de mí atisbando una gran y también perfecta sonrisa.

—Buenos días—Digo de mala gana, ocultando mi ruborizado rostro—No me llames nena.

—¿Prefieres que te diga mi niña?

Me sonrojo de inmediato por la pesadez de su voz, sabe cómo provocarme y lo hace malditamente bien. Me ha llamado niña cuando me adora y cuando me desea o simplemente soy su niña porque así es como me ve, de su posesión.

—Es lo que pensé—Dice acariciando mis mejillas, justamente lo que esperaba.

—Debo irme—digo nerviosa—Mi madre debe de estar preocupada por mí.

—Yo te llevaré.

— ¡No cuentes con ello!

Busco por toda la habitación mi ropa, pero no la encuentro en ninguna parte.

—¿Dónde está mi ropa?—Sigue observándome divertido, parece que su pesadilla de ayer, ha quedado atrás, pero tengo que saber qué era lo que estaba soñando, o mejor, de qué se culpa.

—En el armario.

Lo veo por un segundo y no parece importante mi cambio de humor esta mañana. Cruza sus brazos por encima de su dorso todavía desnudo y me estudia. Odio cuando lo hace.

—Deberías de dejar de verme así—Lo acuso con la mirada—No me gusta que me veas como si fuese una loca.

—Entonces deja de actuar como una.

—¿Disculpa?

—Estás desnuda saltando por toda la habitación, mi niña. Te ves adorable, más cuando te sonrojas.

—No me sonrojo.

Miento tan descaradamente que no es necesario verme al espejo para darme cuenta de ello. Lo puedo sentir, el ardor que me provoca su presencia.

—¿Puedes dejarme sola o te vas a duchar conmigo?

Abro los ojos como platos al darme cuenta de mi error, por supuesto que es capaz de meterse a la ducha conmigo, para él no sería una tortura como lo sería para mí no poder resistirme a toda su perfección.

—De acuerdo.

—Bien.

Me dirijo a la ducha, y cuando me bajo sus calzoncillos lo siento que está detrás de mí.

—¿Pero qué haces?—Le digo tratando de esconder mi desnudez ante él.

Algo demasiado tarde.

—Me dijiste que me metiera a la ducha contigo.

Se desnuda sin pudor enfrente de mí y mis ojos recorren cada parte de él, cada músculo, cada tatuaje... esto es una tortura.

Ni siquiera puedo cerrar la puta boca cuando me toma de las manos y me mete a la ducha, mis malditas piernas me traicionan, y no sólo eso, también mi maldita cabeza, sólo puede escuchar y seguir su voz.

—Pero...

—Baja la guardia, Susan.

Empieza a lavarme el cuerpo con jabón líquido, de nuevo vuelvo a perderme en su aroma.

¿Pero qué demonios me pasa? ¿Por qué no lo detengo?

¿Por qué luce tan feliz esta mañana?

—¿Te das cuenta de que esto no es normal? —Es lo único que puedo decir. Él parece que está haciendo un gran trabajo con lo que hace.

Amarga Inocencia (En físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora