UN POCO DE LICOR

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Siempre he odiado las torretas. En especial todas esas que se pone triple 7, con su obsesión por la seguridad. Cuando Samuel quedó dormido en mis brazos, en la cueva al otro lado del río, ya contaba con que su sistema de defensa estuviera activado. Siempre era así. Pero lo que ni imaginaba era que lo hubiera reforzado, y me maldije por no haberlo pensado antes. A ver, que estamos hablando de Vegetta.

Después de vendarme el brazo (pues no iba a gastar una poción ilegalísima que me cuesta muchísimo conseguir, para una sola herida de torreta), me puse la sudadera, la blanca con los cuadrados grabados en la espalda, y los pantalones grises. Por suerte, las mangas tapaban perfectamente el vendaje. Me até rápidamente los cordones de las zapatillas, y aunque se desataron una vez hube bajado las escaleras (soy malo haciendo nudos, vale?), tampoco me importó demasiado. Ya me había acostumbrado más que suficiente. Cogí el móvil y revisé los mensajes. Aún no habían llegado todos a casa de Vegetta, y yo era impuntual por naturaleza, así que decidí esperar un par de minutos en las escaleras para mantener mi récord de veces llegando tarde. Solo un par.

Cruzado de brazos, y apoyado en mis rodillas, pensaba en el mensaje que le había dejado escrito a Vegetta en la frente. Sonreí. Dudaba que se hubiera ido del todo para cuando estuviéramos en su casa. Y recordé también cuando me había abalanzado sobre él para dejarlo inconsciente. Cierto, yo jugaba con ventaja, pero igualmente era un punto que me anotaba.

Rubius uno, Vegetta cero.

Y con ese pensamiento en mente, me dirigí a su casa, sonriéndole a la nada.

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Corría como alma que se lleva el diablo, en dirección a casa de Willy. Mi móvil seguía sonando.

- ¡Que pesado Willy! – Le gritaba prácticamente a la pantalla, sin cogerle la llamada - ¡Que ya llego!

Y vaya si llegué. Destrozado, con el cuerpo doliéndome horrores por todas las heridas y moratones que aún llevaba por haberme despeñado. Pero llegar, llegué. Le cogí la llamada a Willy, y sonriente, aunque con la voz un tanto entrecortada, le dije:
- ¡Ya estoy Willy! ¡Ya estoy! En la puerta principal – Jadeé, y traté de recuperar el aliento – Ábreme anda.

- Vegetta tío

- ¿Sí?

- Eres idiota.

Cuando llegué de nuevo a mi casa (esta vez sin correr), todos se aguantaban la risa como podían. Yo solo hice una mueca irónica, rodé los ojos, y les abrí.

- Coged lo que queráis de la cocina – Dije, aún cansado – A mi dejadme un poco tranquilo. Y gracias a los Dioses de Karmaland, eso hicieron.

Los vi encaminarse a la cocina, riéndose un poco todavía de mi tremenda estupidez, pero los ignoré, y cerré los ojos.

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Vegetta se había dormido. Sí, dormido. Y nos iba a matar a todos si se despertaba.

Por lo visto uno de nosotros (EJEMAuronEJEM) había traído consigo una botella de alcohol para regalársela a Vegetta. Pero Lolito lo había confundido con tinto de verano cero-cero, y pues... las cosas se habías salido un poco de control. Os explico la situación, después de que todos, aunque yo muy poco, hubiéramos bebido de aquel licor tan potente:

Tras la máscara - RubegettaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora