TERROR EN DOS IDIOMAS

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"Mi paciencia tiene un límite Rubius. Y estás agotándola – Lolito me miraba con los ojos inyectados en sangre – O te vas tú – Cerró su mano en el cuello de mi camisa, obligándome a mirarlo a los ojos, y cortándome en cierto modo la respiración. Trataba de intimidarme – o yo me encargaré de que desaparezcas.

Con eso me empujó contra el suelo, y caí de mala manera sobre unas baldosas blancas..

Era extraño. Yo siempre he tenido más fuerza que él. Pero... ¿Y esas baldosas? ¿Y ese resonar de campanas? De nuevo la pesadilla. Esa maldita pesadilla, que me acosaba incluso despierto.

- Despierta – Me decía a mi mismo, cerrando los ojos con fuerza, y rezando para que al abrirlos me levantara de un salto, de mi cama, y pudiera respirar tranquilo. Pero no conseguía salir del sueño. No había manera.

Las risas malévolas de Lolito resonaban en mi cerebro. Una y otra vez. Martilleándome hasta el alma.

- Despierta por favor – Casi gemí – Despierte Rubén.

Las campanas repicaron con más intensidad, hasta que casi podía sentirlas metidas en el tímpano.

- ¡DESPIERTA! – Grité una última vez. "

Pero era incapaz de escapar por mí mismo. Por más que lo intentara, no había manera... Hasta que una voz resonó, desesperada, con más fuerza que el resto de sonidos. Y me hizo abrir los ojos por fin.

- ¡RUBÉN!

Desperté con unos brazos rodeándome, envolviéndome en un abrazo protector. Mis ojos estaban húmedos, y las lágrimas caían por mis mejillas, sin que pudiera retenerlas. Tenía la respiración entrecortada, y no enfocaba bien las cosas.

Cerré los ojos, tragué saliva, e intenté tranquilizarme.

- ¡Rubén dios mío! – Nieves, con cuidado, me hizo alzar los ojos.

Hasta entonces, mi cabeza había estado reposando sobre su cuello, y su hombro. La camiseta de su pijama estaba empapada por mis lágrimas, y su pelo, revuelto en una trenza mal hecha, caía sobre su otro hombro.

Me miraba con una mezcla de miedo y confusión.

Fue entonces cuando me di cuenta de que estábamos sobre el suelo del salón de mi casa, sentados de mala manera, a pocos centímetros del sofá. ¿Cómo había llegado hasta allí? No recordaba haberme levantado.

Nieves no me soltaba.

- Rubén... – Me llamaba, tranquilizadora.

Yo fui incapaz de articular palabra, y solo le devolví el abrazo, ocultando mi rostro sobre su hombro una vez más, y dejando a mis lágrimas correr. Ella me rodeó con más fuerza, y con una mano acarició mi pelo.

- Tranquilo... Tranquilo... Estoy contigo.

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- No tienes porqué contarme que ocurre Rub – Nieves me decía mientras desayunábamos.

Yo ya me había tranquilizado, y después de que ella me explicara lo ocurrido, me sentí aliviado de no haber echo ninguna locura estando dormido.

La situación era simple: Nieves se había levantado temprano, y había escuchado pasos fuertes venir del pasillo. Pero eran bamboleantes, así que por un momento dudó si realmente era yo. Terminó saliendo de su cuarto cuando en mi inconsciente, yo ya había bajado las escaleras, y estaba en medio del salón. Ella simplemente me dio los buenos días con un bostezo, pero al ver que no contestaba, se acercó a mí, y me cogió del brazo. Fue cuando notó que estaba helado, y me miró a la cara. Estaba bañada en lágrimas, pero no había ruido mientras sollozaba. Todo mi cuerpo temblaba. Y entonces me derrumbé.

Tras la máscara - RubegettaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora